"La historia se repite: una vez como tragedia y la otra como farsa".
Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte
En el cierre de campaña del Partido Popular Democrático (PPD) de 2012, el candidato a gobernador pidió a los asistentes bajar las banderas partidarias y enarbolar solo las banderas puertorriqueñas. Con gran solemnidad y sentido del momento histórico proclamó:
“Cuando uno va a votar, vota con el alma y con la conciencia… vamos a votar en la soledad de una caseta… solos con nuestra puertorriqueñidad… Por eso ahora les voy a pedir que solo levanten las banderas de Puerto Rico… la que nos une a los estadistas, a los estadolibristas, los independentistas… vamos a votar con esa bandera para que el 6 de noviembre temprano en la mañana y a la luz del sol… haga brillar esa estrella… que nos identifica a todos los puertorriqueños… sal a votar con Puerto Rico en tu corazón, hazlo compatriota de cualquier partido… ten en mente a tu familia, a tus hijos, ten en mente a Puerto Rico sobre todas las cosas. Esa es la bandera de Puerto Rico, la que nos une… Rescatemos a Puerto Rico, rescatemos todos juntos aestaislanuestra…puertorriqueños de todos los partidos vamos a unirnos en un solo país, una nueva mayoría…. para adelantar las causas de todos… poner primero la gente de este país.”
Este discurso que enfatiza la unidad del “pueblo puertorriqueño”, de “la gente”, por encima de ideologías políticas se encuadra claramente en lo que el filósofo político argentino Ernesto Laclau define como discurso populista. El denominador común de los partidos y movimientos populistas es su capacidad para articular la contradicción “pueblo / bloque en el poder”. Estos movimientos no son progresistas ni conservadores por definición.
El movimiento o partido populista está integrado por una coalición de sectores excluidos, su discurso es ambiguo, articula aspiraciones tan diversas y contradictorias como las de sus facciones integrantes y es encabezado por un líder carismático que se identifica con “el pueblo”. Se enfatiza la unidad ante el enemigo común que es causa de todos los males y se opacan las contradicciones internas.
La Tragedia
El PPD surge a finales de los años treinta como un partido populista. Hay varios estudios sobre este tema, uno de estos de mi autoría (Revista de Ciencias Sociales, 1985). En ese estudio argumento que el PPD articulaba una alianza entre campesinos sin tierra, obreros, agricultores y una “tecnoburocracia” ligada a los programas federales conocidos como la PRERA y la PRAA. Bajo la consigna “pan, tierra y libertad”, la coalición articulada por el PPD propulsó la transformación de Puerto Rico de una colonia clásica y una economía de plantación hacia la industrialización dependiente y el Estado Libre Asociado.
En el camino, el PPD renunció a la independencia como opción política, reprimió al Partido Nacionalista, provocó la creación del Partido Independentista Puertorriqueño por una facción de sus partidarios y desarticuló el movimiento sindical socialista, reorientando sus vínculos al sindicalismo norteamericano de la AFL-CIO. El “capital ausentista” azucarero, demonizado por el discurso populista de Luis Muñoz Marín, fue reemplazado por el capital industrial norteamericano. En 1967, alrededor del primer plebiscito de estatus, el PPD entrará en una crisis política que lo dividiría entre “autonomistas”, que apoyaban al ELA como fórmula de tránsito a la autodeterminación, y “asimilistas”, que veían en esta fórmula la “unión permanente” con Estados Unidos y el capital norteamericano. Los “autonomistas” fueron expulsados por el PPD y fundarían el desaparecido Partido del Pueblo.
La Farsa
La vuelta al discurso populista del PPD en el siglo veintiuno tiene nuevos componentes y matices. Ya no se trata de una coalición de jíbaros explotados, agricultores y tecnócratas con aspiraciones reformistas. Se trata de los nuevos desafectos del neoliberalismo criollo, descontentos con la corrupción, el amiguismo empresarial, el anti-sindicalismo y el conservadurismo fundamentalista hipócrita del liderato del Partido Nuevo Progresista (PNP). El tenue margen de la victoria electoral del PPD provino del “voto prestado” de sindicalistas, ambientalistas, independentistas, estudiantes universitarios y nuevos grupos sociales como la coalición LGBTT.
Como en la versión trágica, una vez en el poder, se decantan las contradicciones. En la farsa, no obstante, se acentúa el estilo político escurridizo.Segobiernademanera semi-oligárquica, pocos participan en la formulación de la nueva política pública y se obvian los llamados a la concertación. “Una de cal y otra de arena”, parece ser el lema del nuevo líder populista: Se privatiza el aeropuerto a la vez que crea el corredor ecológico del bosque modelo. Se aumenta la edad del retiro y se reducen beneficios a la vez que se aumenta por cien dólares la pensión mínima y se protege a los ya pensionados. Se distancia de los sindicalistas a la vez que busca nuevos “clientes” en los ambientalistas. Se evade la concertación a la vez que se busca la conciliación.
La consolidación de “una nueva mayoría” mediante los mecanismos de clientelismo político que caracterizaron el populismo en su primera expresión ya no es posible. La capacidad de “hacer clientes” e incorporar grupos a la alianza populista se sustentó sobre un estado benefactor que reparte bienes y favores a través de una aceitadamaquinariadepatronazgo que ya no existe. Se avizora el resquebrajamiento de la alianza: los sindicalistas están descontentos con la privatización del aeropuerto y la reforma al sistema de retiro, los legisladores populares con la reforma legislativa, la comunidad LGBTT con el conservadurismo sobre el matrimonio de parejas del mismo sexo y los soberanistas con el estatus. Como expresó el titular de un diario recientemente: [Hay] “Desencanto en el País”.
El autor es investigador del Centro de Investigaciones Sociales y profesor de Sociología en la UPR-RP.