Bueno, no son de don Domingo. Las impresoras y máquinas son de José Carvajal. Pero nadie las conoce como don Domingo. Fue linotipista por muchos años en el periódico El Imparcial y trabajó otros cuantos en la imprenta del gobierno. Hoy es uno de los pocos que las pone a funcionar en Puerto Rico con la misma facilidad con la que maneja su cuerpo.
En la calle Cerra en Santurce, mientras muchos celebraban el arte urbano en la sexta edición del festival ‘Santurce es Ley’ el pasado fin de semana, una joya sorprendía a los visitantes. En la entrada lee “Festival Internacional del Libro”, también “Imprenta”. El olor a tinta devolvía la nostalgia a los amantes del papel, a los que aún compran los periódicos impresos y celebran con estanterías inmensas la existencia de los libros y el olor de sus páginas.
Allí aguardaba don Domingo Ríos de ochentitantos años. De bigotes y lentes, camisa de botones y pantalón de vestir, pero con las manos sucias, negras, y en la derecha, el dedo anular a medias. Un accidente con una impresora se lo arrebató mientras la desarmaba. Dice que realmente fue culpa del movimiento de un bruto.
Tiene la voz de un niño. Tímida, tierna, medio escondida, pero muy segura. Y con ella va explicando a todos los que entran cómo funciona la linotipia o linotipo, donde se componen textos fundiendo letras de metal. La que manejaba era una máquina de los treinta que para muchos ya no es más que un gran signo de pregunta.
Don Domingo iba contando los secretos de sus máquinas, susurraba su técnica. Apenas se le escuchaba. Dijo que ya nadie tiene la paciencia para aprender a usarlas. Carvajal, el dueño del lugar y de las máquinas, coincidió. Dijo que es un trabajo que requiere demasiado rigor, que equivocarse significa volver a empezar, y que las tecnologías de hoy han creado algo así como una generación un tanto descuidada, que desatiende los detalles porque todo se puede arreglar con un click.
Carvajal ha aprendido a hablar un poco ese lenguaje que solo don Domingo entiende. El conocido librero dijo que es amante de la lectura, y se le cree con facilidad por eso de que tiene su propia editorial, la Editorial Puerto. Dijo que una cosa lleva a la otra y que casi por obligación es que se le ha metido en el alma el amor por la imprenta, por la tinta y el papel. Así ha ido por el mundo recolectando artefactos y piezas que aunque hoy no tengan valor funcional alguno, han marcado la historia que el invento de Gutenberg explotó en el Occidente.
Allí no se imprimen muchos libros, pero a don Domingo no le interesa tanto ese tema, no trabaja formalmente en el lugar. Se trata más bien de una suerte de destino que siempre lo termina conduciendo a las impresoras. Dice que ya está cansado de ellas, que uno de sus compañeros –que no sabe si está vivo- se mudó a Aibonito huyéndole a las máquinas. Pero él sigue regresando. Al principio, luego de la jubilación, se resistió a volver a manejarlas, contó Carvajal. Luego de tres años apareció por la calle Cerra.
-“¿Aquí es que tiene la Linotipia?”, le preguntó Don Domingo un día.
-“Lo llevo esperando años, Domingo”, le respondió Carvajal.
Iba una vez a la semana, luego aparecía dos o tres días, y así fue aumentando la frecuencia. Decía que estaba cansado pero se le escapaba el entusiasmo cada vez que llegaba un nuevo curioso a preguntar. “Ven para acá”, convidaba aunque un letrero advertía “No Entre”.
Con cerca de 400 máquinas, piezas y artefactos, la meta de Carvajal es levantar el Museo de la Imprenta, aunque ya estableció uno en su hacienda en Ceiba. Pero le sobran máquinas que pronto no tendrán otra razón de ser que estar expuestas como marca de la historia. Se lamentó que hayan rechazado su propuestas aunque dijo que el gobernador Alejandro García Padilla, junto a la Compañía de Turismo, mostraron algún interés. Por el momento, ahí ha quedado todo. “Los políticos no entienden”, comentó.
Carvajal tiene sus negocios, dice que no le hace falta más, que no se trata de dinero, sino de legar algo al país que le recibió a sus 16 años cuando huía de la dictadura de Franco. Dice que es triste, que los políticos no entienden.
Este mágico espacio no abre sus puertas al público regularmente, solo un fin de semana cada año como parte de ‘Santurce es Ley’. El tiempo sigue corriendo y acaba con las fuerzas de don Domingo como acabó con las letras de metal fundido del linotipo. Pobres máquinas, el día que él falte ya no habrá quien las entienda. El museo no arranca por desinterés o la razón que sea. Se le apoderarán telas de arañas y más años, y entonces morirá también el secreto de las máquinas.