Cuando Anne Marie Slaughter decidió renunciar a su trabajo de ensueño como Directora de Planificación de Políticas bajo Hillary Clinton para estar más tiempo con sus hijos, fue duramente criticada por muchas feministas. Algunas hasta incluso la llamaron “antifeminista”, aunque seguía trabajando como profesora de política internacional en la Universidad de Princeton, según indicó Slaughter en su columna Women can’t have it all, publicada en 2012 en el periódico The Atlantic.
El testimonio de Slaughter parece apuntar a que, a más de dos siglos de iniciarse el movimiento feminista que prometía igualdad política, social y económica para las mujeres y mejorar su posición en la sociedad, el eterno dilema de las mujeres entre desarrollarse como madres o como profesionales aún continúa.
Para Amárilis Pagán Jiménez, directora ejecutiva de Proyecto Matria, que una mujer elija la autoexclusión del campo laboral para dedicarse a la crianza de sus hijos no debería ser considerado como un acto “antifeminista” después que se realice de manera consciente y no desde el miedo o la culpa. Sin embargo, la líder de la organización enfatizó que ninguna persona debería sacrificar su empleo o metas en aras de mantener su familia.
“El juicio interno que nace de nuestras concepciones de la maternidad nos pueden poner en ese espacio incómodo en el cual sentimos que hay que elegir entre el trabajo y la familia. Pero lo cierto es que también debemos reconocer que las circunstancias de cada mujer pueden variar considerablemente y determinar no solo cómo se concibe a sí misma, sino cómo concibe su rol de madre o, incluso, la deseabilidad de ser madre”, indicó.
Por su parte, Michel Collado Toro, educadora comunitaria de la Organización Feminista Taller Salud, explicó que la imagen de la mujer como alguien que puede hacer todo “es irreal”. Collado Toro utilizó como ejemplo la ilustración de Rosie The Riveter, la mujer con el pañuelo amarrado en la cabeza y el puño en alto, que fue una campaña para fortalecer la figura femenina durante la Segunda Guerra Mundial con la intención de que las mujeres se insertaran en el ámbito laboral abandonado por muchos hombres que se fueron al combate.
“Es por eso que la mujer tenía que ser todo, tenía que asumir el rol de proveedora, de madre y ama de casa, eso era necesario para sostener una sociedad que se fomentaba y que aún se sostiene económicamente en gran medida por la cultura de la guerra”, dijo la educadora del taller.
Necesario romper con la construcción social
Para Pagán Jiménez, la construcción tradicional de la maternidad y el imaginario que identifica a las mujeres como “el centro y corazón” de las familias afecta la posición de la mujer en el hogar y hace que sienta que debe decidir entre su hogar o su trabajo. Ambas feministas aseguraron que la construcción social generalizada de la mujer como madre debería cuestionarse.
“No por ser mujer hay que ser madre. Que una mujer pueda tomar la decisión de convertirse en madre sería un gran avance en la sociedad”, indicó Collado Toro.
Por otro lado, la educadora del Taller de Salud señaló que “la idea de la madre abnegada que da todo por su prole ha demostrado ser un arma de doble filo para los propios hijos, pues cuando crecen, las madres quedan muchas veces sin roles y es entonces que se detonan problemáticas generadas y dinámicas de dependencia emocional”.
Collado Toro sostuvo además que una mujer no solo vale por su servicio al hogar, pues el hogar pertenece a todas las personas que le conforman y todos deben aportar en su bienestar. Recalcó que hay que romper con el rol de la madre sobrecargada de tareas y, además, acabar con la idea de que las personas pertenecen al patrono. Collado Toro reclamó que las plazas de trabajo se deberían acomodar para permitir a la persona contratada dar el servicio y a la vez cumplir con su responsabilidad en la sociedad.
Al mismo tiempo, Pagán Jiménez expresó que hay varios factores que pueden hacer que una mujer se sienta moral y emocionalmente divida entre sus aspiraciones profesionales y su familia. La directora de la organización aseguró que la culpa está en el desbalance de la carga de responsabilidades que aún se les asigna a las mujeres.
“Es común escuchar a mujeres que hablan de cómo sus esposos o compañeros las apoyan o ayudan, reafirmando indirectamente que ellas son las principales responsables del hogar”, explicó.
En su columna, Slaughter señaló que el feminismo le había vendido una “idea falsa” a las generaciones de mujeres más jóvenes al decirles que “podían tenerlo todo”. Al preguntársele a Pagán Jiménez al respecto resaltó que “más que una promesa incumplida del feminismo o los feminismos, estamos ante una agenda inconclusa y en evolución de los movimientos de mujeres y de aquellas sociedades que aspiran a lograr la equidad de géneros”.