Los días pasan y un día te das cuenta que han pasado. Entonces, se hace urgente pensarlos, tratar de recordarlos y grabarlos en tu memoria para siempre. Así me ocurrió el último día de mi bachillerato.
Estoy sentado bajo el “palito” de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y estoy llorando. Le llamo “el palito” porque así le llamamos todos aquí. Es un punto de encuentro, de pausa, de despedida.
Con la mente demasiado ocupada, de imprevisto me chocó la realidad. Acababa de salir de mi última clase de bachillerato y ni siquiera pude abrazar la profesora y dejarle saber que cerraba con broche de oro una etapa en mi vida.
Mi último semestre ha estado cargado de tantas emociones y momentos… duros, que hasta olvidé que tenía que buscar mi toga. Uno de los más difíciles fue cuando a principios de este año 2015, comenzando mi último semestre, uno de mis doctores me miró a los ojos y me dijo: “David, debes ir considerando seriamente la idea de tomarte un receso de la Universidad y el trabajo”. Aún no me habían diagnosticado oficialmente el tipo de cáncer que pretendió poner en pausa mis planes.
![El convertirnos en egresados de la UPR implica mucho más que estar preparados para ejercer una profesión, significa que nuestra labor va tomada de la mano a un compromiso social que nace desde la institución y es heredada a la comunidad universitaria. (David Cordero Mercado / Diálogo)](https://dialogo-test.upr.edu/wp-content/uploads/2015/06/IMG_3976-copy.jpg)
El convertirnos en egresados de la UPR implica mucho más que estar preparados para ejercer una profesión, significa que nuestra labor va tomada de la mano a un compromiso social que nace desde la institución y es heredada a la comunidad universitaria. (David Cordero Mercado / Diálogo)
Hoy en la Universidad ha sido un día normal. Algunos estudiantes caminan con sus bultos, pero la paz que brinda esta hora de la tarde en el Recinto me permite sentarme aquí, a internalizar al aire libre y a solas los últimos cinco años. Otras veces me había acostado en este banquito. En ninguna de esas ocasiones me había aferrado a él.
Indescriptible la hermosura de los rayos del Sol colándose entre las ramas. Algunas hojas secas caen del árbol y me pregunto cuántas veces en los últimos cinco años han caído todas sus hojas y han renacido.
¿Cuántas veces he caído yo en los últimos cinco años? Ahora el pájaro canta. Quizás a modo de recordatorio: no puede uno dejar de soñar, no puedo dejar de volar y de intentar volar cada vez más alto.
Aunque suene clichoso, aunque a algunos les dé igual, no todos los días uno se gradúa de la Universidad, no todos los días uno termina el bachillerato. Para los que venimos de zonas fuera del área metropolitana, especialmente, significa mucho más que desfilar el día de la graduación.
Como montados en La Carreta de René Marqués, venimos de allá de la isla pa’ cá’, a la gran metrópolis en busca de algo, tras la promesa de un futuro que supone salvaguardarnos. Venimos como pajaritos recién liberados de su jaula y en ese volar se pierden los que no tienen claro el sentido de dirección. Otros logramos entender la dinámica de la ciudad y utilizamos el campo como detox cuando nos falta el aire. Retomamos el paso y seguimos firmes en el camino.
Pero el sentido de libertad que denota salir de esa jaula implica mucho más que abrir vuelo desde las puertas del hogar sin pasaje de vuelta. Y es que en la Universidad, en esta Universidad, uno descubre que no estamos aquí para estar sentados en un pupitre simplemente escuchando. Sin embargo, sentado en unos de esos pupitres fue que comprendí que la promesa del futuro que supone salvaguardarnos no es una realidad si nosotros, los que habitamos la Universidad, los que estamos próximos a desfilar, no lo recreamos.
Entonces uno comienza a vivir los años de bachillerato de forma distinta, entendiendo cómo es que funciona el mundo y la sociedad, siendo crítico, participando activamente de la Universidad. Eso es lo que hace que tu paso por la Academia sea memorable y significativo. Esa es la gran diferencia entre los que en el 2010 lucharon frente a los portones y los que decidieron cambiarse de universidad. Cuando se vive la etapa de estudios de esa manera, entonces duele ver que concluyó, aunque en realidad nunca termina, sino que se transforma.
Yo siempre me sentí gallito, desde mucho antes de mi primera visita al recinto riopedrense, aquel verano de 2010 con los portones cerrados y los estudiantes marchando fue un momento glorioso. Se me erizaban los pelos. Casi me acababan de aceptar en la Escuela de Comunicación y yo quería marchar, tenía un insaciable deseo de estar allí, junto a los míos.
Y así será siempre, para mí y para los que amamos nuestra Universidad. No nos despedimos nunca de nuestra Alma Máter y nunca nos vamos de ella en realidad. Es como un lazo sanguíneo, pero es más como un compromiso. Ser egresado de la UPR necesariamente te coloca en posición de ser un digno representante de ella y si no es así, no eres capaz de pararte frente a la Torre de la Universidad y mirarla con la conciencia tranquila, como cuando un niño hace algo malo y no se atreve mirar a su mamá a los ojos. Para mí, es ese el verdadero bachillerato.
Algunos miles seremos ya egresados en los próximos días. Pero no podemos perder de perspectiva que no llevaremos el título de egresados de cualquier institución. Nuestro título lleva consigo una carga adicional, un compromiso social al cual no podemos faltar. En tanto y cuanto cumplamos con esa tarea, han valido la pena estos últimos años de estudio.