A Beatriz, una amiga elegante “Yo digo que no hay quien crezca más allá de lo que vale —y el tonto que no lo sabe es el que en zancos se arresta—; y digo que el que se presta para peón del veneno es doble tonto y no quiero ser bailarín de su fiesta.” Silvio Rodríguez Hace unas semanas me invitaron a colaborar como escritor en el blogsite La Acera e inmediatamente pusieron mi nombre en la lista de contribuidores. Luego de la invitación me di a la tarea de investigar el calibre de lo que estaba pasando allí para ver si aceptaba la oferta. Leí algunas de las contribuciones de sus miembros y de alguno que otro participante y concluí, pese a que hay varios buenos contribuidores, que no quería formar parte del colectivo y, por tanto, pedí que retiraran mi nombre de la lista de sus miembros. Lo que me hizo decidir retirar mi nombre de La Acera fue su política de censura y menosprecio de la libertad de expresión. Seré más explicito: lo que me hizo retirarme fue la ausencia de una buena política de censura. En La Acera no censuran a nadie y esto me resulta insoportable. Nosotros, los que creemos en el derecho a la libertad de expresión, en el libre intercambio de ideas, en la tolerancia de ideas adversas a las nuestras y en la necesidad de todos estos elementos en el desarrollo de una sociedad más democrática y más justa, creemos también, y por principio, en la censura. Todas las anteriores no pueden darse sin esta última; sin defender, no el derecho, sino el deber a censurar, todas las demás resultarían banales y superfluas. Sin la censura, no sólo no puede darse una sociedad democrática, sino que auspiciando una política de libertad de expresión sin censura, se auspicia y promueve el totalitarismo mediático (o universalización de la banalidad) como el que se vive en los Estados Unidos y en Puerto Rico en la actualidad. No sólo la libertad de expresión no se opone a la censura sino que el derecho a la libre expresión tiene que ir necesariamente acompañado del “derecho”—el deber—a la censura para que se dé su correcta interpretación. Lo sé, todas estas cosas parecen anti-intuitivas, irónicas o simplemente falsas. Dedicaré lo que sigue a tratar de demostrar que no lo son. El derecho a la libertad de expresión, de reunión, de prensa y la separación de Iglesia y Estado se fundan como es sabido en la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. “El Congreso no hará ley alguna con respecto a la adopción de una religión o prohibiendo el libre ejercicio de dichas actividades; o que coarte la libertad de expresión o de la prensa, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente, y para solicitar al gobierno la reparación de agravios.” Pero se le suele dar poco pensamiento al hecho de que la obligación de garantizar la libertad de expresión es del Estado y no de sus ciudadanos. Esta provisión constitucional forma la base de la sociedad democrática y libre en la cual vivimos. Existe para evitar que el gobierno prohíba las voces que disienten, para permitir que se genere el espacio para oponerse al poder del Estado; en otras palabras existe para evitar la monarquía y el totalitarismo. Esta provisión no tiene como fin la celebración de la diferencia por la diferencia misma, no existe para que se exprese todo lo que se pueda expresar, sino para evitar el monopolio de la verdad. Existe para proveer protecciones para que cuando el gobierno de turno utilice su poder para oprimir al pueblo (“We the people”), éste pueda hacerle frente, oponérsele pacíficamente y reclamar reparación por agravios. Los compañeros de La Acera, al olvidar la asimetría esencial de la primera enmienda, confunden el derecho a la libertad de expresión con el ideal liberal de una sociedad tolerante e inclusiva de las diferencias; más aún, asocian este último a la esencia de una sociedad democrática. Partiendo de bases tan confusas no pueden sino engañarse cuando creen tener razón al acusar a aquellos colaboradores que han decidido no participar más del proyecto por fuertes diferencias de opinión, o por los sesgos políticos de algunos de los miembros, de no ser consecuentes con los ideales de la libertad de expresión que el colectivo tanto valora. El verdadero problema es que La Acera participa de una concepción a-política de la tolerancia, de la libertad de expresión y de la democracia cuyo resultado neto es la mediocrización del debate público mediante la reproducción de la falsa ecuación opinión = opinión = opinión. Concluyen, mediante un error lógico, que del derecho a la libre expresión se sigue el deber de abrir espacios para que todos opinen. Y es por esto que tienen una política de no censurar a nadie. Irónicamente la razón de toda esta confusión es la errónea interpretación del papel que juega la censura en una sociedad democrática, en el intercambio de ideas, en la ética y finalmente, y esta es la gran ironía: en la libertad de expresión. La censura en necesaria para ir depurando el debate, para sacar del medio a los que no pueden seguir el paso discursivo de su tiempo. Ejemplo de la necesidad de tal limpieza son los “Tea baggers” (Tea Party) en los Estados Unidos. Estos van a manifestaciones políticas con armas largas (método de amedrentamiento enmascarado tras la protección de la segunda enmienda), le escupen las caras a senadores negros y les gritan “niggers”, insisten en que Obama es keniano (los “birthers”) y una larga lista de opiniones que de estar uno de ellos en La Acera tendrían un lugar para exponer. El Gobierno tiene la responsabilidad, la obligación, de permitirles expresar sus opiniones. Pero de ahí no se sigue que nosotros, la gente que se atiene al discurso racional, que respeta y encuentra necesario el concepto de evidencia, que intenta seguir con fidelidad las leyes de la lógica y de la buena argumentación, tengamos que respetar su opinión ni darle espacio a esas voces. No debemos discutir con, ni legitimar a aquellos que quieran argumentar a favor de la esclavitud o de la homofobia, aun cuando sea su derecho constitucional vociferar atrocidades. Repito, esa es la obligación del Estado, no de sus ciudadanos. Es el Estado el que tiene que garantizar la libertad de expresión, de reunión, de prensa y la separación de iglesia y estado, no yo. Dar cobijo a opiniones retrógradas con la excusa de poner en práctica nuestra creencia en la libertad de expresión es no entender las consecuencias políticas de la ideas, de las opiniones, sobre todo de las opiniones desinformadas. Para que haya progreso político (aun bajo riesgo de argumentar teleológicamente), y se pueda garantizar la productividad de un debate entre opiniones encontradas u opuestas, debe haber reglas de eliminación de ideas, es decir, censura. Para que podamos seguir adelante no podemos, por ejemplo, dejar que entre al debate alguien que quiera quitarle el derecho al voto a las mujeres. Debe haber cosas irrevocables, logros que no concedan marcha atrás (como pasó con el derecho a la privacidad bajo el “Patriot Act”—que dicho sea de paso, sigue vigente bajo la administración de Obama). A modo de ilustración de este punto usaré un metáfora deportiva. Piénsese en un torneo en el que los perdedores no se eliminen. En el cual los ganadores de cada contienda no se pareen entre sí, sino que se remezclen con los jugadores inferiores a los quienes ya han vencido. Sería un espectáculo desesperante y una enorme pérdida de recursos y de energía. Luego de unas cuantas temporadas los espectadores perderían la capacidad de distinguir quién está ganando y quién perdiendo, pues estas palabras carecerían de sentido, en cuanto que ganar no adelantaría nada y perder no retrasaría nada. Lo mismo pasa cuando en CNN (o en cualquier programa noticioso) cuando nos presentan de tres a seis (han llegado a poner ocho) debatientes en cajitas simétricas en la pantalla, todos expresando su opinión sobre un tema. El mensaje que se lleva la audiencia, como diría Marshall McLuhan, es la forma del medio mediático (valga la redundancia) del debate y no su contenido. La forma sobrecoge al contenido y lo que comunica es que todas las opiniones simultáneamente expresadas están en “equal standing”, que cada una de esas opiniones es equivalente y por lo tanto intercambiable. Lo que me lleva a otra crítica a la política editorial de La Acera. Este principio de equivalencia, y por lo tanto de sustitución, tiene como única consecuencia la mediocrización del debate, ya que comunica la ecuación opinión = opinión =opinión. Pero todos sabemos que las opiniones no son todas iguales, no son equivalentes, no son meros productos en un “mercado de ideas” (metáfora mercantil que utiliza La Acera en su presentación de Power Point presentada en El Festival de la Palabra) que el consumidor se combina con su ropa intelectual, y que se cambia según el contexto y según a quien quiera impresionar. ¡No! Hay ideas mejores que otras, hay argumentos mejores que otros, hay razones mejores que otras. Algunos de los panelistas de CNN (o de La Acera “for that matter”), tienen estudios en la materia en cuestión, otros son profesores, otros economistas, novelistas, poetas, politólogos y otros (muchos otros) son gente común y silvestre. Algunos son gente reflexiva y autocrítica pero muchos de ellos reproducen como médium espiritista los prejuicios no cuestionados de su tiempo y su cultura, y un puñado de ellos desconoce casi por completo las reglas de la lógica y del discurso racional. Otros pocos, en mi opinión los peores y más dañinos, conocen estas reglas y sus trampas y las utilizan a su favor para torcer la verdad, los hechos, manipulando así los prejuicios y emociones de su público para beneficio de su meta. Es precisamente aquí donde mi metáfora deportiva se derrumba. A diferencia de los deportes donde el que más y el que menos sabe identificar quién va ganando el juego, quién lleva la delantera, quién está dominando la cancha, quien tiene más manejo del balón (donde lo haya), en cuestiones de discursos y opinión lo contrario es cierto. La mayoría de la gente, el público general, es radicalmente ignorante de las reglas del discurso racional, no saben identificar errores argumentativos, son fácilmente influenciables y caen una y otra vez en las trampas retóricas que los lógicos llaman falacias por su particular apariencia de coherencia y de verdad. Es decir, difícilmente puedo engañar a un viejo en una barra sobre quién está ganado un juego entre los Lakers y los Celtics, y nadie puede no identificar el talento de Messi en el fútbol. Pero entre Rubén Sánchez y Sócrates (para usar un ejemplo que le gusta a #3 Marco Rigau, miembro fundante y C.E.O. de La Acera) la mayor parte de los puertorriqueños le irían a Rubén Sánchez, y pensarán que le ha dado una zurra al final del debate. Este es el verdadero peligro de la falta de censura. Hace falta que censuren en La Acera, que le den “delete” a comentarios y artículos, que boten a miembros del grupo porque el exceso de contribuidores indecorosos que no sabrían construir un buen argumento si este viniese “preformateado” en un “template” de Word es tan abrumador que hace que contestarle a los contribuidores que sí saben argumentar, pierda todo sentido, pues los comentarios coherentes y consecuentes se pierden ahogados en un mar de “rants” de argumentos espurios y ad hominem. No es que no quiera discutir sobre libertad de expresión con Marco Rigau o criticarle su uso irreflexivo y sobre entusiasta de Sócrates para demostrar cómo se gana un buen argumento (Querido Marco, la razón por la cual Sócrates siempre gana en los diálogos de Platón es la misma por la cual Superman siempre le gana a Lex Luthor: son personajes de ficción que cumplen la función que su autor les dé). No es por no desmostarle a Marco (nuevamente) su tan trillada metáfora de las vacas sagradas, a las que éste inocentemente piensa que tenemos que matar sin distinción de rango ni función y, sin embargo, no se percata del paradójico hecho de que el matar vacas sagradas (es decir, el defender el delirio iconoclasta, disfrazado de libertad de expresión, a toda costa) es su vaca sagrada. Vaca, esta última, para cuya matanza Marco no parece tener la suficiente fortaleza (“fortitude”) (chiste interno para #3) de espíritu. No es para no intercambiar y afilar argumentos y puntos de encuentro con Beatriz Ramírez (editora del “site”). No es que no quiera hacer nada de esto, me muero por hacerlo, es que para hacerlo tendría que mandar a Michael Jakson (este es el nombre de usuario de un comentarista y que tomo aquí de ejemplo, pero hay muchos) a que se meta la lengua en el culo; tendría que mandar a Jean Vidal pa’l carajo y pagarle uno que otro curso de filosofía, que tanta falta le hacen, esos en donde se discuten los derechos humanos y se sueña con ponerlos en práctica; tendría que llamar a capítulo a un chorro de blanquitos piti-yankees que escriben a diario en este “site” sobre nimiedades (“Why do women cheat?”), y una larga lista de etcéteras que me rehúso a hacer. Me rehúso porque para hacerlo, como acabo de hacer, tendría que emplear argumentos ad hominem, tendría que gritar de desesperación; tendría que decirles, a aquellos que no saben construir una argumento consecuente, las palabras que usaba Paul Dirac cuando se encontraba con un artículo o una hipótesis científica que no tenía meritos ni para ser criticada: “Not only is it not right, it’s not even wrong!” Me rehúso porque es indecoroso, innecesario y anti-ecológico (malgastar recursos intelectuales es también un problema ecológico). De modo que no es que no quiera debatir contra quien cree lo opuesto que yo. No es que quiera estar en un ambiente cerrado e higiénico donde no haya disidencia ni discrepancia, donde sólo “blogueen” mis amigos y correligionarios. No es que quiera amigos para debatir, es que, como dijo recientemente Liliana Ramos Collado (poeta, profesora de literatura y curadora del Museo de Arte Contemporáneo) en un debate en el MAC: “quiero enemigos elegantes”. Porque la libertad de expresión es cosa seria y hay que estar a la altura del debate. Las opiniones tienen consecuencias demasiado reales para jugar a ser liberales e inclusivos. Me salí de La Acera porque allí le dan cabida a quienes querrían que la Policía entre en el Recinto y “limpie” los predios de esos pelús, comunistas, frescos, desobedientes y cizañeros anti-democráticos. Y yo me alío con los que llevan flores, botellas de agua y bandejas de arroz, con los que bailan y se pintan los cuerpos y las caras para vociferar su indignación, con las madres con ojos de pepper spray, con los ositos electrocutados, con las emisoras de radio pirata, con los que tienen sed, de agua, de conocimiento, de democracia y de libertad. Porque el que se alía con los que tienen las macanas y con los que los mandan a macanear, se tienen que hacer responsables también de la sangre que derramen. Me salí de La Acera porque allí, bajo la bandera de la libertad de expresión y la vanagloria de la falta de censura, se presta voz y espacio al llamado al derramamiento de sangre de mis estudiantes y a la destrucción de ese templo que es mi Universidad “y digo que el que se presta para peón del veneno es doble tonto y no quiero, ser bailarín de su fiesta.” El autor es profesor de filosofía del Programa de Estudios de Honor de la UPR en Río Piedras.