Visitar a la isla municipio de Culebra es mucho más que ir a la Playa de Flamenco. A Culebra hay que vivirla, hay que adentrarse en la comunidad, hay que adoptar su estilo de vida.
“Aquí la gente muere de vieja”, afirmó Paulino “Lin” Espinosa, de 79 años. El contraste entre la isla grande de Puerto Rico y la isla municipio es grande. Pisar Culebra es dejar el estrés en la lancha o en la avioneta, porque allí no existe el estrés, no existe la prisa, reina la calma.
La reina es literalmente la calma. En una panadería la joven que preparaba el desayuno decidió atender primero una llamada antes que servir la comida y en una pizzería el cocinero tardó más de una hora en preparar un calzón. Pero a los culebrenses hay que entenderlos, no puede ir uno con el trajín de vida de la Isla Grande, porque en Culebra no se vive para trabajar, se trabaja para vivir.
“Aquí la vida es un poco más simple, es así más llevadera, bastante simpleza en las cosas, no hay mucha complejidad, hay un poco más de calidad de vida por acá”, expresó Joey Pomales, de 29 años, quien se mudó recientemente a la isla municipio.
En ese trozo de paraíso terrenal no existe el tapón, no hay semáforos y no hay autoexpreso. “No hay tanto ajoro, más que el mío que estoy to’ el día trabajando”, bromea el culebrense Rubén Cosme, taxista y dueño del puesto de papas asadas que recibe a puertorriqueños y turistas en el puerto. “Se vive una vida alrededor de la playa, alrededor de la vida natural”, añadió.
Algunos servicios importantes, sin embargo, todavía no ven luz en Culebra, el único municipio en todo Puerto Rico que no tiene servicio de farmacia. “Tenemos obviamente un botiquín en el CDT que cubre a los pacientes que van al CDT, pero una farmacia persé donde usted pueda llevar una receta a nivel privado no existe en la isla de Culebra”, denunció Gabriel Cánovas Toste, de 71 años.
Cánovas es egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y posee una maestría en Economía de la Universidad Interamericana. Nacido en Río Piedras, el economista se mudó a Culebra cuando la Marina de Estados Unidos salía de allí en 1975. “Luego me di cuenta que para venir a Culebra no me hacía falta ningún grado universitario, era tener el deseo de aportar a esta pequeña comunidad como lo he hecho en lo que más yo pueda”, aseguró Cánovas, quien también fungió como maestro de matemáticas en la pequeña isla.
Y es que Culebra invita a aportar, a cuidar sus rincones, playas, aguas y montes. Allí los culebrenses viven en tranquilidad, pintan cuadros en sus casas, construyen aviones y barcos de madera, salen a pescar de vez en cuando y atesoran el compartir en familia. Dan cátedra de que la vida no se trata de tener una vista de un millón de dólares, sino más bien saber contemplarla desde la simpleza y compartirla con un sentido de pertenencia que trasciende lo individual y se convierte en comunal.