Nota editorial: Primera parte de un reportaje a profundidad que analiza las similitudes y diferencias entre las culturas político partidistas de Puerto Rico y México, usando como marco de referencia el reciente proceso eleccionario en tierra azteca.
Cuando la mexicana Yollolxochitl Mancillas López volvía de San Juan, su mente iba un tantito tupida. Para la joven etnohistoriadora, fueron varias similitudes con su país las que vio en Puerto Rico durante su estadía para el encuentro que la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), celebró en la capital borincana a principios de junio. Su mente volvió a casa un tanto hiperactiva, atando cabos, palpando conclusiones.
“El Puerto Rico que alcancé a conocer vive una vida de consumo constante y la gentrificación es visible en muchas zonas de la ciudad. La socialización de diversos grupos etarios se da en centros comerciales, parece existir una ‘prosperidad’ pues una gran cantidad de personas está accediendo a este nivel de vida. Sin embargo, en las calles es visible la desigualdad, el agua es racionada en ciertas zonas, los empleos escasean y el acceso a la educación es igual a una deuda por medio de los créditos estudiantiles”, le dijo a Diálogo al ser contactada para conversar sobre el proceso eleccionario que hace poco concluyó en su país, donde se eligieron diputados y gobernadores de los distintos estados de la república mexicana.
“En México la clase política ha mostrado su desprecio hacia las y los más vulnerables, que va desde reformas estructurales hasta la ejecución de ciertas violencias a determinados grupos marcados por condiciones de clase, raza o sexo”, señaló desde Ciudad de México, estado donde nació y se crió.
Cuando nos comunicamos con Mancillas López, ya había pasado más de una semana de su participación en el encuentro de la LASA, aquel cónclave de la crema de la sociología internacional que se enfocó en los triunfos y derrotas de la Latinoamérica pobre de estos pasados 20 años y que, irónicamente, fue celebrado en el Hotel Caribe Hilton. Mancillas López trabajó la mesa sobre Cuerpos y Subjetividades del Núcleo de Estudios Avanzados sobre Cuerpo de la UNAM, que lidera la investigadora y doctora Maya Aguiluz Ibargüen.
Más allá de analizar el resultado y el impacto de las elecciones federales en México, nuestro interés de hablar con una estudiosa de temas sociopolíticos mexicanos radica en un intento de poner a la política partidista azteca en el espejo de su prima menor, la política partidista boricua. Después de todo, son las peripecias de los distintos gobiernos de turno las que mantienen a Puerto Rico en la arena movediza socioeconómica que se encuentra. Patalea la corrupción, patalea la mediocridad y más se hunde el país. Además, el narcotráfico muestra su presencia –de forma tácita si se compara con México– pero con dos o tres éxitos rotundos mediáticos que de lejos parecen la punta de un glaciar.
“Ahora somos gobernados por juniors con poca formación política”, explica Mancillas López, estudiante doctoral en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuyas líneas de investigación para su posgrado trabajan las narrativas corporales, la religiosidad al margen, la precarización del trabajo migrante y las relaciones de género en contexto de pauperización.
“La clase media está poco politizada y se deja llevar por las fantasías aspiracionales y de consumo, como lo que percibí en Puerto Rico”, dijo, apenas días después de efectuarse en México las elecciones donde se escogieron gobernadores, alcaldes y diputados en todos los estados de la república mexicana.
Curiosamente, en ambos países se desarrolló una especie de oligarquía dentro de la política partidista durante finales de la primera mitad del siglo XX. Claro, sucedió en circunstancias distintas. En conversación con este diario digital, el sociólogo puertorriqueño y profesor del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), José Luis ‘Pinchy’ Méndez, recodó que “en México, después de la Revolución Mexicana, llegó al poder en 1929 el Partido Revolución Institucional (PRI), un partido que permaneció en la presidencia durante más de 70 años, que no es poca cosa”.
“Aquí lo más cercano a esto han sido los populares (Partido Popular Democrático, PPD), que estuvieron en el poder desde el 1940 hasta el 1968, cuando comienzan a alternarse con el PNP (Partido Nuevo Progresista)”, agregó, recordando que en el año 2000 el Partido de Acción Nacional (PAN) acabó con el dominio de siete décadas del PRI, cuando Vicente Fox ganó las elecciones presidenciales.
“Entonces, tienes algo que no pasa en México, ya que México es un país soberano. Contrario a la naturaleza del PRI, por su situación de subordinación política Puerto Rico ha desarrollado una cultura política en el que todos los partidos giran alrededor del problema de estatus, pero de forma sutil. Solo un partido tiene su consigna en su nombre, el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP). El PNP se identifica con la estadidad, pero en su nombre no lo tiene; dice ser nuevo y progresista, y eso se volvió una expresión tradicional anexionista. Mientras, desde las primeras elecciones el estatus nunca ha estado como un ‘issue’ para el PPD. Ellos han sido neutrales”, apuntó Méndez, indicando que ve esta polémica sobre el estatus como la gran “diferencia abismal” entre ambas atmósferas políticas.
Por ese mismo camino, encontramos otra gran diferencia del sistema de Puerto Rico en el hecho de que México tiene elecciones presidenciales, y que los incumbentes ganadores en las mismas permanecen por términos de seis años. Sin embargo, el sabor del poder es similar por doquier; malcría a las clases políticas.
El impacto de ambas naciones como fronteras de Estados Unidos para la emigración y el narcotráfico también tiene que ver. La corrupción que mancha la política en ambas naciones es en parte producto de las malas mañas oligárquicas de ambas clases sociopolíticas que, de igual forma, han recibido el impacto frontal y la influencia masiva de una nueva clase socioeconómica creada por el mercado de producción, consumo y venta de drogas ilícitas.
La periodista Carolina Hernández, editora del diario digital Reporte Índigo, ha visto de cerca cómo se bate el cobre en la política mexicana, especialmente durante el actual término de incumbencia del presidente priista Enrique Peña Nieto (2012-2018), y durante los dos términos anteriores que dominase el PAN con las figuras de Fox (2000-2006) y de Felipe Calderón (2006-2012). Para Hernández, las elecciones a principios de mes “tuvieron un contexto muy violento”, debido a los sucesos sociopolíticos recientes, como el crimen de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Ayotzinapa y los episodios de violencia en muchas otras partes del país norteamericano, propulsados por la lucha del poder del narcotráfico y la desmedida corrupción gubernamental.
Según explicó la veterana periodista, hubo distintos ángulos noticiosos en estos comicios, desde “maestros protestando, el asunto de los 43 estudiantes aún abierto, la crisis de credibilidad dentro de los partidos, y el Instituto Nacional Electoral (INE), que enfrentaba sus primeros comicios tras su cambio de nombre (antes era el IFE, Instituto Federal Electoral)”, aunque, al fin y al cabo, “la situación, ciertamente, se antojaba mucho más agresiva de lo que fue”.
“Hubo desmanes, sí, en Oaxaca principalmente, donde los electores quemaron boletas y trataron de impedir que se instalaran las casillas. En algunos lugares lo lograron. En Michoacán también hubo brotes de violencia, pero en general, las elecciones se realizaron en un ambiente más tranquilo de lo que quizá se esperaba”, expresó Hernández.
La etnohistoriadora Mancillas López entiende que mucho de esto tiene que ver con la proyección mediática de los poderosos y multimillonarios medios tradicionales de México, ahogando el trabajo serio que unos años para acá vienen realizando foros noticiosos alternativos como Reporte Índigo, donde labora Hernández.
“En mi carácter personal, puedo decir que mi vida cotidiana se ha visto afectada en varios sentidos: el cerco mediático en torno a la difusión de la realidad nacional es cada vez más descarado, con periodistas tendenciosos y proselitismo a partidos políticos disfrazado de noticias. La represión de todo tipo de protesta social siembra miedo e inmoviliza a los sectores inconformes con el actual ejercicio de poder. Las políticas de mano dura se aplican a quien se oponga a la aplicación de las reformas estructurales”, señaló Mancillas López.
Por su parte, Hernández, quien se ha especializado en la cobertura de la cotidianidad mexicana –desde la lucha de los carteles de narcotráfico y la corrupción gubernamental hasta la situación diaria del mexicano de a pie– fue más allá, al determinar que los mismos políticos buscaron aprovecharse de la mediática más joven para impulsar sus caprichos y voluntades.
“En este proceso, tanto los medios como las redes sociales fueron protagonistas. Los candidatos aprovecharon estas herramientas para intentar desprestigiarse unos a otros. La mayoría de los medios de comunicación intervinieron, de una u otra manera, pues se ‘filtraron’ muchos audios y vídeos presuntamente incriminatorios, prácticamente de todos los aspirantes, y los medios sirvieron justo como tal, como medios para exponerlos”, manifestó.
Jum, parece similar a lo que día a día se ve en las redes sociales boricuas, donde un tuit mal puesto puede convertir en el hazmerreír del momento a tal o cual político, o donde una foto haciendo cositas indebidas que se cuele en Facebook puede desbaratar cualquier aspiración de vuelo de polluelo político-partidista alguno. Claro, a todo esto hay que agregarle el elemento criminal, encrustado sin pudor en ambas clases sociopolíticas.
Lea mañana la segunda parte del artículo, donde se explora más a fondo la orquestación del crimen organizado dentro de los porcesos eleccionarios, las similitudes –tanto en México como en Puerto Rico– de funcionarios políticos viculados al narcotráfico y actividades ilícitas, el impacto de la relación comicios-crimen que engendra el bipartidimso como sistema político, cómo este afecta las funciones y obligaciones del Estado, y las posibilidades y estrategias que, sin prisa pero sin pausa, surgen esperanzadoras para recuperar los visos de una democracia.