The question is not whether we will be extremists, but what kind of extremists we will be… the nation and the world are in dire need of creative extremists."
Dr. Martin Luther King, Jr.
Entramos a una nueva era, un nuevo estadio de lo político donde cada crisis citadina se nos presenta como la manifestación de una guerra civil global. Cada Estado militariza sus espacios públicos y, cual si fuera una operación global, apuntan paralelamente sus armas y sus macanas contra la ciudadanía. Disturbios y resistencias por doquier: Londres, Manchester, Oxford, Bristol, Atenas, Roma, Bologna, Nápoles, París, Barcelona, Madrid, Santiago de Chile, Buenos Aires, Dublín, Quebec, Davao y la lista continúa. La mayor constante: jóvenes y estudiantes. A pesar de que cada Estado recurre a la práctica homóloga de la (para)militarización de lo civil y público, las resistencias en cada ciudad varían porque responden a ciertos contextos culturales o cierta genealogía cultural de lo político.
Los jóvenes en Grecia confrontan en las calles a la policía con cocteles molotov, piedras, barricadas en llamas y destrucción de propiedad privada. En Italia, las protestas callejeras se han transformado en insurrecciones esporádicas y violentas en distintos puntos del territorio. Mientras que en Chile, la noche se ilumina con la candente y azulada luz del fuego. ¿Son estas manifestaciones contagiosas la ruta para el contexto nuestro? Cada brote de violencia en los estados mencionados corresponden a una genealogía, un proceder de lo político. En los tres estados se vivieron turbulentos tiempos de dictaduras, gobiernos autoritarios y resistencias comunistas. La violencia constituyó, entonces, una forma justificada de resistir los gobiernos de juntas militares y partidos de derecha: desde las Brigate Rosse y Autonomia Operaia en Italia hasta las acciones directas de los socialistas, comunistas y jóvenes durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.
El uso de la violencia y la confrontación directa entre manifestantes y policías han tenido, dependiendo de su contexto, cierto aire de regularidad o de costumbre en otros países. No fue, ni aún es inusual ver botellas en llamas navegar el espacio vacío entre la mano de un estudiante y el casco de un oficial anti-motines.
Sin embargo, en Puerto Rico el uso de la violencia subjetiva -aquella que se sucede entre cuerpos- como forma de resistencia ha tenido poca resonancia popular. Después de todo, de eso se trata, de la resonancia que produzca determinado acto para inspirar y motivar a la gente a resistir. Por tal razón, más que sublimar la violencia, debemos buscar la manera de que aquellos eventos internacionales tengan resonancia en nuestros espacios y no sean meros contagios mímicos.
Han sido los movimientos no-violentos en nuestro país los que han tenido mayor trascendencia política y los que han hecho posible la transformación de lo que deseaban. Son escasas las instancias locales en las que se podría argumentar que la violencia subjetiva o física logró cambiar el estatus quo. Por eso no es sorpresa que el gobierno de Luis Fortuño se empeñe en dirigir la mirada del país a los cristales rotos de los autos de Capitol Security en momentos en que los y las estudiantes han empezado a emplear, con mayor vigor, tácticas de la desobediencia civil.
La desobediencia civil es una táctica y una filosofía política, es actuar con el convencimiento de que el Estado no puede controlar nuestros cuerpos. En la era de la biopolítica, no hay acto más radical que desvelar al Estado en su meta por hacer/dejar vivir/morir y retar la disciplina de nuestros cuerpos. Usar tu cuerpo como arma es imposibilitar la domesticación del mismo por el Estado; es transformar la biopolítica del Estado en la biopolítica de la multitud. Para desobedecer se necesita reconocer la ley que se transgrede, asumir la responsabilidad social y legal de ir más allá de una norma.
En los pasados días, el gobierno ha quedado en ridículo por su movilización desproporcionada de la fuerza. La violencia subjetiva no hubiera logrado esto, solo el uso de la desobediencia civil desenmascara la sed de sangre que tiene un gobierno autoritario como el nuestro.
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