La indignación no conoce fronteras. En España, miles de personas salieron a las calles en mayo de 2011 para protestar contra las instituciones y, sobre todo, para debatir sobre cómo cambiarlas. «Porque no hay ninguna transformación que provengan de las instituciones», recuerda Manuel Castells, sociólogo, titular de la cátedra Wallis Annenberg de Tecnología de la Comunicación y Sociedad en la Universidad de California del Sur (Los Ángeles).
El propio Castells, avisado por un desconocido mediante correo electrónico, comprobó en la barcelonesa plaza de Cataluña que se había plasmado en realidad lo que se venía intuyendo en las redes sociales. Los indignados vieron la luz y ya nada siguió siendo como antes.
La actitud de los jóvenes llevó a Castells a plasmar este movimiento en ‘Redes de indignación y esperanza’ (Alianza Editorial), donde analiza estos fenómenos. Pero tres años después, el autor se ha visto «obligado» a remodelar casi la mitad del libro debido a su eclosión por todo el planeta. «La consecuencia analítica que yo saco es que son realmente movimientos de nuevo tipo, que corresponden a nuestra clase de sociedad, que no están ligados a una u otra cultura o estructura», explica el sociólogo. Es decir, surgen de una desafección hacia el sistema establecido.
Se produjeron protestas en Brasil justo antes del Mundial de fútbol en el 2014 -aunque ya habían empezado en 2013-; ha habido movimientos en Turquía, «con un impacto electoral evidente»; en Hong Kong, México y en general en América Latina, «donde se ha constituido una red de movimientos sociales» o las primaveras árabes, que han «sacudido» toda esa parte del planeta.
«En Ucrania también empezó así, con ocupaciones en redes sociales y lograron montar un lío geopolítico considerable que todavía continúa. La revolución nacionalista ucraniana empezó como un movimiento de este tipo», añade Castells, y destaca la importancia de la ampliación geográfica, cultural y política de estos indignados. Una importancia que el entramado institucional no se lo dio, al no saber «leer» lo que estaba pasando y dónde estaba sucediendo. Como ocurrió en el Mayo del 68.
«El fundamental punto en común es una reacción espontánea contra la injusticia de la sociedad en todos sus aspectos y un rechazo a las instituciones políticas existentes como formas legítimas de gobernar», comenta Castells.
El punto en común con el Mayo del 68 es la «reacción espontánea contra la injusticia de la sociedad»
«Ahora se han dado mucha cuenta y lo están reprimiendo todo lo que pueden, intentando controlar internet haciendo leyes ‘mordaza’ como la española. Ahora sí. Le dan importancia porque han visto regímenes caer, ganar elecciones. Ahora están muy asustados y hay una verdadera batalla», asegura el sociólogo.
No obstante, considera que la respuesta es tardía. «El genio ya salió de la botella», señala con cierta sorna. Pone como ejemplos las denuncias de Wikileaks, Anonymous o las filtraciones de Edward Snowden. «Usan las redes como forma de denuncia del estado de vigilancia y de destrucción de la privacidad. Los movimientos se están ampliando y las actitudes represivas y de control social y político son mayores pero llegan demasiado tarde».
Estos movimientos nacidos en las redes sociales, en la Red, que se ha convertido en un ágora «de debate de verdad» siguen mutando. «Lo vimos con el caso de Ferguson», señala, cuando miles de personas han salido a las calles convocadas por internet para protestar contra los desmanes de la Policía con los ciudadanos negros.
Ahora, el reto de estos movimientos, nacidos «de forma espontánea y sin liderazgo», es articularse como una opción real para poder cambiar las cosas. En un partido político, como Podemos, que ha cosechado el apoyo del 15M y unos resultados electorales más que prometedores para los próximos comicios. El problema, según Castells, es ese salto hacia la política porque «si estos movimientos se pervierten, dejan de existir».
El ejemplo más claro se produjo en Islandia, expone el sociólogo. Los conservadores llevaron al país a la quiebra provocando un tsunami que al final azotó a toda Europa. Las movilizaciones sociales, en un país con el 92% de la población conectada a internet, auparon a una coalición rojiverde al Ejecutivo. Empero, gobiernan otra vez los conservadores. ¿Por qué? «Por no cumplir lo que dijeron», comenta Castells.