Para definir el concepto “género” hay que ver más allá de hacer una diferenciación entre sexos. La psicóloga cubana Yuliuva Hernández García (2006) establece que este término “constituye la categoría explicativa de la construcción social y simbólica, histórico-cultural de los hombres y las mujeres sobre la base de la diferencia sexual”. En sistemas patriarcales, esa diferenciación aludida justifica conductas con las que se le ha tratado y se le sigue tratando de manera desigual a las mujeres.
El patriarcado es un sistema de valores y prácticas sociales en el que la expectativa compartida entre hombres y mujeres es que la mujer ocupa una posición de menor jerarquía social, familiar y profesional, se considera que su intelecto y desempeño es inferior al del hombre, y se le asignan roles específicos como las tareas domésticas, la crianza y cuidado de los hijos, y posiciones inferiores en el contexto laboral y profesional.
Este sistema etiqueta y prescribe los roles y las conductas deseadas y recompensadas del hombre y la mujer permitiendo que el desarrollo de la sociedad normalice la desigualdad tanto en roles como en la valoración de personas de ambos géneros. En la medida en que se ha logrado la reivindicación de muchos derechos de la mujer se ha estado creando una conciencia a nivel social de que esa diferenciación resulta en la desigualdad por género y el discrimen por sexo.
En sociedades como la nuestra, la mujer es objeto de discrimen en gran medida negándosele oportunidades para ocupar puestos de mayor responsabilidad y remuneración, descartándola por razón de género.
También, en el aspecto económico, la mujer carece de oportunidades de autogestión, especialmente si pertenece a grupos marginados y de alto índice de pobreza. En el contexto social, la mujer es objeto de discrimen y marginación cuando se le asignan roles y tareas que bien pueden ser realizadas por ambos géneros. Estar encargada de manera exclusiva de la crianza y cuidado de los hijos y la realización de las tareas domésticas son prácticas que fomentan las desigualdades por género a nivel social.
En el contexto de la política, no hay una proporción equitativa en la representación de mujeres en escaños políticos en comparación con los hombres. Esta desproporción también se puede observar a nivel de los puestos administrativos en el gobierno. De igual forma, en el sector privado los puestos de la alta gerencia son, en su mayoría, ocupados por hombres.
Las corrientes feministas en sus diversas vertientes, entiéndase feminismo radical, socialista y el promovido por organizaciones no gubernamentales o de autogestión, se han hecho sentir y han propiciado movimientos cuyo propósito es erradicar las conductas patriarcales y dar pasos en favor de la equidad de género. La equidad de género se puede definir como el estado en el que, independientemente del sexo, hombre y mujer gozan de los mismos derechos y oportunidades.
Al relacionar “género” con “equidad” se reconoce que existen desigualdades producto de los roles establecidos por la sociedad a mujeres y hombres, y que estos han posicionado a la mujer en desventaja en términos del reconocimiento de derechos y oportunidades. La equidad propone el trato justo y busca eliminar cualquier forma de discrimen por género otorgando a la mujer el lugar que merece en la sociedad, en igualdad de oportunidades y derechos con los hombres.
La educación y la formulación de políticas públicas para la equidad son mecanismos mediante los que se puede erradicar de una vez y por todas las desigualdades por género. En la sociedad en que vivimos, se perpetúan conductas discriminatorias contra la mujer desde la familia como la unidad básica de relaciones sociales del ser humano.
La familia le va inculcando al recién nacido los valores y conductas que van a definir su forma de pensar, su carácter y su visión de mundo. Al llegar a la escuela esta se encarga de educar a niñas y niños, exponiéndoles a experiencias y discursos que solidifican lo inculcado y modelado en la casa.
La escuela, sin embargo, como institución al servicio de la sociedad, tiene el poder de propiciar y fomentar cambios en los paradigmas establecidos y que, de una forma u otra, hacen que se perpetúen las desigualdades. Por tanto, si existe un mecanismo para poder transformar sociedades, es la escuela. En el siglo 20 se destacaron algunos filósofos educativos que plantearon cómo la educación puede ser herramienta de opresión o de liberación. Uno de esos filósofos fue Paulo Freire.
El filósofo brasileño planteó en su obra La pedagogía del oprimido cómo la educación es la fuente de la liberación de aquellos que pertenecen a las clases marginadas de la sociedad. Hace hincapié en que la educación desde el poder solo es instrumento de las clases privilegiadas y perpetúa que aquellos que pertenecen a esa elite se mantengan en ventaja. Esta relación entre clases es lo que Freire llama relación “opresor-oprimido”.
Para Freire, esta relación con el tiempo hace que los oprimidos luchen contra el opresor, en quien no pretenden convertirse sino a quien, de paso, pretenden liberar. En palabras de Freire, “ahí radica la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos: liberarse a sí mismos y liberar a los opresores”.
Freire expone la importancia de la educación para la liberación mediante la alfabetización y el desarrollo del pensamiento crítico. Ese desarrollo del pensamiento se suscita en el diálogo socializado y no desde lo que llama “educación bancaria”, o educación en la que se deposita un conocimiento que se limita a memorizar y no a cuestionarse y provocar querer saber más.
Utilizando la teoría de Freire en función de la equidad de género se puede decir que el movimiento feminista fue la respuesta de la mujer al reconocerse como oprimida. El feminismo no es otra cosa que el mecanismo liberador, ese que identifica la relación opresor-oprimido, en este caso, hombre-mujer, y que no solo se da a la tarea de rescatarse sino de rescatar y liberar a los opresores.
Al investigar el tema de la equidad de género he llegado a la conclusión de que la única forma para que se logre la equidad definitiva es mediante la educación. Decía el mismo Freire: “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.
La educación es la herramienta de liberación y transformación con la capacidad para erradicar cualquier forma de discrimen en una sociedad.
Hay que recordar que las diferenciaciones y las limitaciones que resultan en cualquier forma de discrimen se inculcan. Por el contrario, la aceptación y el reconocimiento de las diferencias como valor añadido y no como materia de segregación aunarían a la reducción y eliminación de las desigualdades.