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NOTA: Esta plática fue realizada en agosto de 2008. Hoy, Diálogo la reproduce por la muerte, el pasado 3 de noviembre, del escritor Francisco Ayala a los 103 años en Madrid, España.
Esto de recordar a los 101 años de vida La entrevista con Francisco Ayala, se acordó telefónicamente con su atenta esposa Carolyn Richmond. Ya en Madrid, días antes de la cita, justo en el proceso de búsqueda de un fotógrafo, Carolyn recomienda el trabajo de un joven fotógrafo, Enrique Cidoncha, quien colabora con la Sociedad General de Autores y Editores de España. El día señalado, a la hora convenida, llegada al apartamiento del narrador, ensayista y sociólogo, reconocido con los premios: Nacional de Letras Españolas 1988, Letras Andaluzas 1989, Cervantes 1991 y Príncipe Asturias de las Letras 1998. La pareja da la bienvenida, al poco rato aparece Cidoncha y de inmediato se inicia la plática en un ambiente muy cordial y distendido. La razón del encuentro: buscar un trozo del jardín de sus delicias, acaso alguna huella o remembranza inédita en San Juan de Puerto Rico. Al finalizar la Guerra Civil (1936-1939) sale usted de España hacia París y rápidamente parte a La Habana con dirección al Cono Sur, pasando por Chile hasta llegar a la Argentina. Justo en Buenos Aires funda la revista Realidad, enseña en la Universidad de La Plata, trabaja como traductor para varias editoriales y establece unos lazos muy estrechos con destacados intelectuales y escritores de dicho país. Más tarde, enseña en la Universidad de Río de Janeiro, Brasil. Cuando arriba a Puerto Rico, ¿llega invitado por la Universidad para dictar conferencias? Yo quería viajar un poco, salir de Argentina. Entonces la primera etapa fue un contrato para dar unas conferencias en la Universidad de Puerto Rico y yo pensaba que iba a ser una cosa pasajera…que pronto me iría trasladándome a otro sitio y no fue así porque me quedé, y decidí no irme después que entablé, sobre todo, una buena relación con Jaime Benítez. Entonces, llamé a mi mujer y mi hija y ellas hicieron un viaje de regreso vía Chile, país de origen de mi esposa, luego un viaje lento en barco, y ya se quedaron conmigo casi hasta el final de la etapa puertorriqueña. ¿Jaime Benítez es quien le ofrece a usted enseñar en la Universidad? La idea era dar un curso. Y hasta creo recordar que había de ser sobre Ciencias Sociales. Pero me acuerdo de un día de conferencia que estábamos el Decano y yo cuando apareció otro señor que se sentó al lado suyo en la primera charla y resultó después que ese otro señor era Jaime Benítez, el rector, quien había ido a ver por sus ojos y oír por sus oídos al nuevo español que llegaba. Así que fue una experiencia muy bonita. ¿Usted prepara un libro de texto para el curso de Introducción a las Ciencias Sociales? Sí. Esa Introducción a las ciencias sociales acaba de reeditarse, junto con mi Tratado de sociología, para formar el IV volumen de mis Obras completas (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). Y justo durante ese primer año del 1950 es que Benítez le ofrece dirigir La Editorial. ¿Eso es así? Sí, me ofreció dirigir La Editorial. Hicimos todo en la mejor armonía y con la mayor generosidad por parte de él. Jaime atinó muy bien en todo. Benítez para entonces llevaba unos ocho años en el puesto de Rector y estaba implantando un sistema educativo que provenía de las ideas en torno a la educación superior de Ortega y Gasset resumidas en su libro Misión de la Universidad. Él tenía una devoción extraordinaria por la figura de Ortega y Gasset, que se manifestó a lo largo de los años de varias maneras y a esto colaboró [Luis] Muñoz Marín perfectamente. Ambos eran personalidades clave en el Puerto Rico de aquel momento. Dos personalidades de máxima importancia porque el uno como Gobernador y el otro como Rector de la universidad pública se compaginaron muy bien, hicieron una labor inmensa y transformaron el País. El Puerto Rico previo y el que salió de eso no tiene nada que ver, son dos países diferentes. El primero era una isla del Caribe en el que la gente moría joven, mal alimentada, con una clase alta bien pero un poco provinciana y el segundo no es otro que la transformación en un país ejemplar. Todo eso ocurrió durante unos pocos años y yo tuve la suerte y la fortuna de presenciarlo desde dentro, porque teníamos una relación de amistad muy confiada y muy cordial, sin ningún tropiezo. Nunca tuve ninguna discrepancia ni con Muñoz Marín ni con Jaime. Para efectos del plan de publicaciones, ¿nunca hubo impedimentos de parte de la Rectoría, sino que usted tuvo plena libertad? No, lo hacíamos de común acuerdo. No era libertad, pero no era que él dijera esto es lo que quiero, sino que todo lo examinábamos en una atmósfera verdaderamente de confianza amistosa y de reciprocidad. Esa primera colección de la que hablábamos, la Biblioteca de Cultura Básica, que todavía se sigue utilizando en muchos cursos universitarios ¿usted la concibió a raíz de unas conversaciones con don Jaime o usted traía ya la idea? No, todo fue surgiendo sobre la marcha creándose de un modo activo, espontáneo, personal, pero no como si fuera algo que lleva uno y lo saca en el momento para aplicarlo, sino que se iba formando con la práctica. En esos años se crea la Facultad de Estudios Generales donde se ofrecen esos cursos de cultura básica para los estudiantes de primer año y simultáneamente usted labora en los comienzos de la misma. Con esa colección se están creando justamente los textos para los cursos que allí se ofrecen. Era la idea de Jaime Benítez a la que yo me sumé y cooperé con la mejor disposición de ánimo, así que fue un resultado del fruto de una colaboración intelectual amistosa. Fueron unos seis años en Puerto Rico, entre ofrecimientos de cursos, conferencias, dirección de La Editorial, el manejo y organización de la revista La Torre de la que hablaremos más adelante, los viajes al exterior [Estados Unidos, México, Francia, India por sólo mencionar algunos]… y el balance de la producción de libros es enorme. Pero si nos fijamos en la gestión de La Editorial es impresionante. ¿Cómo logró conseguir su equipo de trabajo, porque necesitaba traductores, editores de contenido, correctores de estilo, correctores de pruebas o es que todo el trabajo de edición que se realizaba lo hacía usted? Sí, yo apelaba a mis conocimientos previos, poniéndolo todo a contribución y con buen resultado. ¿Jorge Enjuto y Antonio Rodríguez Huéscar fueron reclutados por usted para La Editorial? Sí. A Enjuto y a Huéscar los conocía yo desde Madrid, de modo que para mí fue una nueva etapa de colaboración con ellos. Dos personalidades diferentes, Huéscar y Enjuto. Uno un filósofo orteguiano y el otro una especie de intelectual progresista… En efecto… ¿Y de esa colaboración que se dio en función del proyecto de publicaciones de aquellos años cuál fue la que más contribuyó al crecimiento de La Editorial? No sé, no podría decirle porque todo forma parte de un programa que no se singulariza a una cosa en particular. Para La Editorial Universidad de Puerto Rico cobra una importancia especial el libro de la traducción de Cortázar de la obra en prosa de Edgar Allan Poe. Esa publicación tuvo una repercusión extraordinaria en América Latina, sirvió para dar a conocer la obra de Poe en español. Sí, que pudiera ser leída del modo próximo y más fiel. ¿Por qué la búsqueda de Cortázar para realizar dicha tarea de traducir a Poe? No sé, no podría decirle. La cosa vino rodada, como tantas otras que funcionan bien. Yo pienso que a lo mejor cuando estaba allá en Argentina, aquel joven Cortázar le manifestaría algún interés en particular por Poe. No recuerdo si me habló entonces de Poe, o no. En el 1953 se funda la revista La Torre. Una revista que para algunos el fundador fue don Jaime aunque para otros el creador fue usted. Lo hicimos como tantas otras cosas en perfecta armonía, en perfecta colaboración. La Torre era la torre del campus universitario de Río Piedras, y por eso aparece en la portada de la revista. Hay una pequeña ilustración que sirve como un logo… Eso es. Para esa época ya usted había sido director de la revista Realidad en Argentina. Una revista muy importante que evidentemente le facilitó desarrollar la red de colaboradores necesaria para el éxito de toda publicación con esas características y de esa forma convocarlos a que contribuyesen con La Torre. La revista Realidad tuvo mucha importancia. Cuando hubo que cerrarla, lo hice definitivamente con gran pesar de quienes la estaban pagando que eran los editores, y sobre todo la imprenta, quienes no querían que se cerrara. Pero yo no iba a dejarla para que hicieran lo que quisieran. Como ocurrió con otras publicaciones mías. Pero luego en La Torre aparecen firmas de escritores que contribuyeron en Realidad. En la revista Realidad estaban las mejores firmas del mundo en aquellos momentos. Ingleses, alemanes, incluso portugueses. Igualmente se distribuía la revista de la Ocampo, es decir, la revista Sur. La revista Sur era una cosa diferente, y yo quise mantener bien la separación. Me costó trabajo, incluso tuve que transigir con Eduardo Mallea que estaba empeñado en que se publicara en nuestra revista un relato de él. Fue el único relato entre todos los textos de la revista. Todo lo demás eran ensayos de pensamiento, de crítica, pero no de creación imaginaria. Por eso el subtítulo era Revista de Ideas. Claro. Yo le puse Revista de Ideas como título para hacer contraste con Realidad. En Puerto Rico también había para esa época una revista notable, Asomante, dirigida por Nilita Vientós Gastón. Sí. Era una revista muy interesante, muy viva y muy estimada. A mí me gustaba mucho y la considero una joya. ¿Y su relación con la inteligencia puertorriqueña de esa época? Con personas como Salvador Tió Montes de Oca, René Marqués, Margot Arce, Gustavo Agrait, la propia Nilita? La relación en general fue muy buena. ¿Y con el grupo de exiliados españoles y argentinos en Puerto Rico, como Segundo Serrano Poncela, Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, Ricardo Gullón, Aurora Albornoz, Jorge Enjuto, José Medina Echavarría, Adolfo P. Carpio, Luis Arocena y Damián Bayón, entre otros? Fue muy curioso; los que lo han vivido pueden recordarlo con entusiasmo y también con nostalgia. ¿Entiende que los proyectos de La Torre y de La Editorial fueron concebidos bajo el concepto de Jaime Benítez de la ‘Casa de estudios’? Sí. Que fue un concepto que le produjo mucha guerra y combatividad de parte de los estudiantes y profesores que estaban defendiendo una visión puertorriqueñista frente a los que defendían un llamado occidentalismo o cultura universal. Ahí Benítez tuvo que luchar muy fuerte…porque era una resistencia grande. Él quería ofrecer una ventana abierta, no una cosa localista. Quería que todo el mundo pudiera entrar en esa casa. ¿Recuerda alguno de sus ayudantes en La Editorial, como es el caso del antropólogo Eugenio Fernández Méndez, que luego de su partida fue quien continuó la labor de dirección editorial? Sí, era una persona muy seria, muy respetable y yo lo estimaba mucho. En su relación con Juan Ramón Jiménez, hubo sus malentendidos y alguno que otro desencuentro como el motivado por la traducción juanrramoniana de los versos de Göethe que sirven de epígrafe a La Torre. Un aparente forcejeo de dos titanes… Más bien una lucha de dos andaluces con mala intención. Pero usted prefirió dejarle el espacio al poeta de Moguer. A raíz de ese episodio usted menciona en sus memorias al profesor húngaro Miguel de Ferdinandy y al filósofo austriaco Ludwig Schajowicz. Ferdinandy era una persona interesantísima. Era un hombre muy de derechas, muy aristocrático y muy entonado, con dos hijas preciosas muy rubias y muy altas como él. La mujer finita y delgada. Hay otro personaje que usted alude en esas memorias, se trata de Miguel Enguídanos. ¿Usted lo trajo a la Universidad? No recuerdo, creo que sí intervine de algún modo. Él era valenciano; quería salir de España porque se ahogaba en el ambiente del franquismo, y le ayudé a salir. Evidentemente usted conoció a Luis Palés Matos. Sí. ¡Qué personalidad! Interesantísimo. Cuando empezaba a recitar uno de sus poemas, rellenaba el espacio de las partes que no recordaba con las palabras “mierda, mierda, mierda”. De paso por Estados Unidos Luego que usted sale en 1956 de la Universidad de Puerto Rico y se va a Princeton, ¿conserva estrecha relación con su viejo grupo de trabajo y amistades en el entorno riopedrense? Sí; una relación estrecha, no, pero la relación nunca se disolvió; al contrario, se mantuvo como un recuerdo amistoso y un recuerdo querido. En Puerto Rico la importancia suya fue de un significado especial porque usted funda en cierta medida una editorial y luego una revista. En Estados Unidos se limitó su trabajo a la cátedra. Es otro contexto tan diferente que no hay comparación posible. Estados Unidos es una experiencia muy rara. Porque es actualmente el país cumbre de la cultura, y sin embargo con algunas de las gentes más limitadas e ignorantes que pueda imaginarse. Inexplicable. Acerca de la traducción Algunos ignoran su oficio de traductor. Sus traducciones de dos textos de Thomas Mann todavía se utilizan en algunos cursos de Literatura en Puerto Rico [Carlota en Weimar y Las cabezas trocadas]… ¿Entiende la labor del traductor como la de un traidor? ¿Qué opina de ese quehacer? Es muy difícil dar una norma porque no es lo mismo traducir un texto filosófico que traducir un poema. Cada texto requiere una actitud diferente, una técnica distinta y ahí está el arte de saber qué es lo que corresponde a ese texto. De todos esos textos que tradujo del alemán…el de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rainer Maria Rilke, ¿es el que más le entusiasma? No creo que quedé muy contento. Hay muchas erratas. Usted cuenta en Recuerdos y olvidos muchas experiencias en la Argentina mientras trabajaba en La Editorial, cuando supervisaba las traducciones y a veces las hacía con la firma de otra persona, pero las hacía enteras porque era más fácil que editarlas. Era más fácil hacerlo de nuevo y tirar la mala traducción que le habían entregado a uno. Uno de los elementos más significativos de su obra en Puerto Rico no meramente es la fundación y la marca de identidad de La Editorial, sino la importancia de los textos traducidos y la selección de traductores conocedores de su oficio tales como: Ildefonso Gil López (Las Luisíadas), Risieri Frondizi (El discurso del método), Luis Arocena (El príncipe), Luis Astrana (obras de Shakespeare), Roger Labrousse (Las Leyes), Luis Segalá Estalella (La Ilíada)y Antonio Espina (obras de Voltaire). Sí. Documentos de Ayala ¿Sabe dónde puede encontrarse restos de la correspondencia entre usted y Cortázar? Yo no me acuerdo de esa correspondencia para nada. Pero tiene que haberla. De hecho, su ex secretaria Brunhilda Molinary de Rexach me dijo que usted le escribió a Cortázar y que éste le contestó, y también galeras con sus correcciones. (Carolyn) Eso es un buen proyecto de investigación: buscar la correspondencia y luego publicarla, comentada, como por ejemplo, la de Max Aub, que guardaba copias de todo lo suyo. Han publicado la correspondencia entre Aub y Ayala. Porque él guardaba las cartas de Ayala y también sacaba copias de las suyas. Mi marido nunca saca copias de las cartas que escribe. (don Paco) Eso responde al concepto que cada cual tiene de su actividad y de su vida. Hay quien dice: ¡Ay, qué bueno que he escrito esta carta… es que yo soy tan importante que lo voy a guardar para la posteridad… Y hay quien dice, como yo, que cada momento pide lo suyo. (Carolyn) Lo que digo es que puede haber documentos realmente interesantes que valen la pena investigar, y que es un buen proyecto… (don Paco) Sí, es una labor de arqueología. Creo que no he dejado ningún escrito que no quiera que se reproduzca. Porque cuando las cosas son desagradables las digo verbalmente, pero no las escribo… La búsqueda de esos documentos serviría como pistas interesantes para los traductores. (don Paco) Yo, desde luego, en mi situación actual no tengo recuerdo de nada de eso. (Carolyn) Sabemos que Ayala no escribe nada que no se pueda reproducir. Es muy cuidadoso en lo que escribe. (don Paco) Una cosa que yo nunca he conservado es una primera versión de textos que luego he publicado. Yo he destruido todas las versiones previas. Así que no se puede decir esta es la primera versión…esta es la versión definitiva y única, porque he tenido mucho cuidado de no dejar huellas de los pasos que me han llevado a esa versión. ¿Para qué? (Carolyn) La época en Puerto Rico es un período de su biografía que queda por estudiar… Hay que recordar que él se mantuvo en relación con personas como Enguídanos, Enjuto, y tantos otros…Porque, años más tarde yo conocí en España a Jorge Enjuto. También a Ricardo Gullón, Aurora Albornoz, quien, divorciada ya de Enjuto, conservaba con él la amistad. Recuerdo haber conocido a Enguídanos, que estaba casado con una americana… Ayala manifiesta cansancio cuando se le advierte que comenzaríamos la sesión de fotos. Nos movemos de la sala al comedor. Con amabilidad tolera los rigores del “shooting”. Reitera su fatiga. Reconoce que su mujer es “incansable” y que incluso “sin ella no viviría”. Finalmente damos por terminada la visita. La pareja de don Paco y Carolyn nos acompañan a la puerta para la ceremonia de despedida. Bajamos en el ascensor fotógrafo y periodista y ya en la calle decidimos la fecha de entrega de los retratos, y luego a caminar en busca de un café tranquilo en algún lugar de Madrid, de aquel jueves de agosto tórrido y soleado, para seguir hablando, ahora, de Francisco. __________________ El autor labora en La Editorial de la Universidad de Puerto Rico y fue periodista de Diálogo.