Hace unos años, cuando transitaba a diario los pasillos de la Facultad de Humanidades, con frecuencia me cruzaba con él. Siempre con su guayabera blanca, un libro bajo el brazo y un asomo de sonrisa en el rostro. Sin embargo, no fue hasta hace poco que pude conversar con aquella figura que nunca fallaba en intrigarme: el reconocido historiador y sacerdote jesuita Fernando Picó.Nacido en la calle Loíza, en Santurce, estudió en los colegios católicos San Jorge y San Ignacio. En 1959, ingresó en el Seminario Andrew, en Hudson, Nueva York, y posteriormente estudió una maestría en Historia en la Universidad de Fordham. Luego realizó su doctorado en la Universidad de Johns Hopkins, y desde 1972 dicta cátedra en la Universidad de Puerto Rico. Durante la década de 1980, vivió en el noviciado jesuita en Caimito, comunidad reconocida por su tradición de autogestión y lucha ambiental, que marcó tanto su trayectoria profesional como personal, y donde todavía da la misa los domingos. A raíz de la encarcelación de varios de sus amigos de Caimito, conoció el ambiente carcelario y sus problemas, y a partir de 1990, lideró el Proyecto de Confinados Universitarios, en la cárcel regional de Bayamón y la Penitenciaría Estatal de Río Piedras, aunque siempre aclara que el proyecto fue iniciativa de los propios confinados. Su trayectoria ha sido honrada con la Cátedra UNESCO Educación para la paz en 1997 y la Cátedra Eugenio María de Hostos en 2007. En nuestro diálogo, se mostró amable, accesible, genuinamente preocupado por por el País y la Universidad y firme en sus convicciones, sin reparos a la hora de decir las cosas como las ve.
Siempre me gustó mucho la historia, el pasado, quizás porque soy el más pequeño de una familia de seis, y la gente siempre estaba hablando de lo que había pasado antes de que yo naciera y tenía curiosidad por saber cómo se había configurado ese mundo. Desde muy temprano, estuve interesado en seguir la historia como carrera. Pero, más tarde, en la escuela superior, surgió la inquietud de seguir los estudios conducentes al sacerdocio y entrar a la orden religiosa de los jesuitas. Esta opción era atractiva porque los jesuitas siempre han estado comprometidos con la investigación y la enseñanza universitaria, de tal manera que mi afán por la historia no estaba reñido con mi interés en la orden jesuita.
La ventaja ha sido que en la orden nuestra, que va a cumplir pronto 500 años, siempre ha habido la concepción de que la tarea universitaria es afín a la vocación jesuita. De hecho, la orden fue fundada por universitarios en la Universidad de París en el siglo 16. Obviamente, hay tensiones porque son dos polos, dos funciones distintas, y siempre va a haber tensiones entre concepciones alternas del mundo. No lo consideraría tanto como una oposición entre razón y fe porque creo que en ambos polos encuentras ambos elementos. Simplemente es una polaridad entre las exigencias que una y otra vocación te plantean. Mi modelo han sido jesuitas que fueron investigadores y universitarios y que manejaron esas polaridades. La prioridad es cumplir con tu trabajo. Eso siempre ha estado claro para mí. Lo veo como una polaridad entre dos carreras.
En la década de los años ochenta, residí en el Barrio Caimito en Río Piedras, y de Caimito vinieron muchísimas experiencias y muchísimos retos. De cierta manera, para mí, vivir en Caimito fue descubrir un país distinto al que siempre se representa. Un país donde el estado está ausente, donde las solidaridades son fuertes, donde la manera de ver el mundo es distinta y donde los jóvenes han tenido muchísimas dificultades por el cambio generacional que se da en esa década. Caimito me planteó a mí muchas interrogantes y me hizo repensar muchas cosas. Me hizo, por ejemplo, pensar que había que hacer historia desde la gente, desde las comunidades, y no desde los discursos oficiales. Me hizo muy evidente la ausencia del estado en tantas fases de nuestra sociedad. Me planteó el problema de la cárcel, con el que me topé visitando vecinos que habían caído presos. Inclusive me llegó a plantear el problema de la iglesia, que está tan ausente de la vida cotidiana de la gente. Caimito fue un reto bien profundo, y en cierta manera, lo que yo he querido hacer responde mucho a esas interrogantes. Caimito también plantea el problema de la Universidad. La Universidad es un mundo utópico y tan distante de Caimito. Cuando les hablo a los jóvenes de Caimito de ir a la Universidad en la década de los ochenta, a ellos les parecía una fantasía. Mucho más tarde cuando les hablé a los presos de hacer estudios universitarios…esa utopía, que fue maravillosa, fue un momento especial en mi vida…esos diez años que estuve dando clases en las instituciones también me sirvieron para cuestionar muchas cosas…cuestionar las ideas que se manejan de la Universidad. No creo que la Universidad sea para conseguirle trabajo a la gente. Creo que la Universidad es para abrirle la mente a la gente, para enseñarle a ver un mundo mucho más amplio del que se han criado, para aprender a criticar y a pensar y a urdir soluciones. La cárcel me ayudó a repensar la Universidad, pero sin la Universidad no hubiera podido cuestionar la cárcel. Por ejemplo, haber leído Vigilar y castigar de [Michel] Foucalt es lo que me lleva a tratar de pensar qué es esto, qué estamos haciendo en estas instituciones, y entonces de ahí el libro El día menos pensado que fue un esfuerzo grande por entender qué se había hecho en Puerto Rico con los presidiarios desde el siglo 18.
El Proyecto de Confinados Universitarios surgió de los presos mismos. Ángel Medina Sánchez y Fernando Guzmán Santiago eran dos confinados en seguridad máxima en Bayamón. Vieron los anuncios del canal 40, de la Universidad Metropolitana, en que se hablaba de la educación a distancia, y me solicitaron que tratara de gestionar si era posible que ellos tomaran cursos desde la cárcel. Como 140 confinados participaron del programa en un momento u otro, las experiencias fueron bien variadas. Para mí fue una experiencia formativa. De pronto aprendí a leer las realidades del país desde el otro lado…cómo es que la gente cae en estas situaciones y cuál es su trayectoria, y sobre todo, la idea, que para mí es muy fuerte, de que la gente no distingue entre estar preso y ser preso. Estar preso es una condición porque estás cumpliendo un dictamen de la corte. Pero ser preso es asumir una identidad. Entonces la gente no distingue entre ambas cosas y los presos se convierten en una categoría social. Los compañeros con quienes compartí todos esos años tenían una enorme variedad de experiencias, de aspiraciones, de memorias, una enorme riqueza, y sobre todo, inteligencia. Había personas de enorme capacidad. Entonces, si se despertaban los intereses, si se ponían en contacto con otras realidades, si entraban en otras instancias, otros mundos discursivos, pues de pronto se les abría un mundo. Y yo tuve la alegría de ver que algunos confinados lograron, después de salir de la cárcel, acabar sus estudios universitarios, seguir profesiones. Para mí eso fue maravilloso. Pero, claro, fue por la iniciativa que ellos tomaron. Ellos tomaron control de sus vidas, tomaron control de sus trayectorias. Uno simplemente prestó los medios.
No por decir las cosas, las cosas cambian. Es mucho más lento y más azaroso el proceso. Creo que el país se viene enfrentando a estas situaciones, y que obviamente da unos pasos y no da otros. Creo que hay una creciente conciencia de la necesidad de garantizar la igualdad de oportunidades, especialmente en la educación. Me parece que la educación es importantísima porque es el acceso a todo lo demás. El país se está trabajando mucho en eso. Pero falta tanto y tanto por hacer, porque hoy día no hay realmente igualdad de oportunidades. Creo que hay que mejorar grandemente la oferta de la educación pública. Es tan grande el reto… La paz social es necesaria para lograr esa igualdad de oportunidades. A veces me inquieta el egoísmo de la gente que es tan corto placista en su misión de mundo. Es sólo ampliando los derechos y la participación de la gente que puedes garantizar esa paz social. Hay tanto que hacer por eso…
La paz no es que no pase nada. La paz es algo por lo que tienes que luchar, por lo que tienes que afanarte. La paz es el fruto de esfuerzos, de luchas, de compromisos. La paz es algo de un mundo en que pasan cosas, en que se garantizan derechos, en que se logran metas. Hay que educar a la gente para la paz. Hay que hacer conciencia de que todos tenemos que aportar en esa lucha por la paz. Creo que la sociedad civil tiene ahí un papel importante. Los clubes cívicos y las iglesias tienen que hacer mucho más. Sé que hacen cosas, pero tienen que hacer mucho más. Yo no veo por qué un club de rotarios o un club de leones no pueden adoptar una escuela intermedia…identificarse con los afanes de los maestros en esa escuela. No veo por qué una iglesia no puede estar interesada en lo que pasa en la escuela de su comunidad. La paz es algo por lo que hay que trabajar, y hay que trabajar duro. Pero la gente espera que el estado se haga cargo de la paz y el estado simplemente no puede, no tiene la manera, no tiene los medios para hacerlo. Históricamente no ha tenido la capacidad y mucho menos hoy día.
Creo que hay muchos tipos de fundamentalismos, aunque la gente solamente piensa en el fundamentalismo religioso. El fundamentalismo se da por que desconoces, desautorizas o descalificas todo aquello que no va con tu ideario. Ese tipo de manera reaccionaria de ver la realidad, en que las buenas ideas sólo vienen de tu propio sector, empobrece grandemente el desarrollo del país. ¿Cómo uno sale de esas posiciones estrechas? Pues abriéndose al mundo, abriéndose a otras realidades, tratando de entender que hay otras personas que son sinceras, que son honradas y que trabajan afanosamente y piensan distinto. Para cambiar la realidad agobiante del país necesitas colaborar con estas otras personas. Hasta que no aprendamos a trabajar todos juntos, hasta que no aprendamos a salir de nuestros enterramientos, la colaboración va a ser muy difícil. No quiere decir que vas a estar de acuerdo en cada caso, pero sí haces el esfuerzo por comprender a la otra persona, estás en mejor situación de lograr un diálogo. Entonces puedes razonar, buscar terrenos comunes, afinidades, ver programas, posibilidades de cooperación. Pero esta cosa de que “si él es popular y yo soy penepé no hay manera de que nos entendamos”…es absurdo…pauperiza el país. Es importante que la gente crezca, que salga de esas limitaciones, que muchas veces son artificiales…A veces la gente se encastilla en unas posturas ideológicas que no son realmente representativas de su vida cotidiana, porque yo creo que en la vida cotidiana la gente es mucho más abierta y más flexible de lo que representan sus posturas ideológicas.
La universidad a veces también puede ser baluarte del fundamentalismo. Creo que en parte es porque la gente tiende a no renovarse. Pienso que es tan importante que tanto los profesores como los estudiantes viajen a congresos, salgan, vean otras cosas, conversen con gente de otros países, porque a veces se toman posiciones furibundas sin darse cuenta que quizás en otros sitios estas mismas discusiones se han tenido y se han dado soluciones. Nuestros colegas no viajan suficiente, en parte por las limitaciones fiscales, pero creo que es importante que la gente se renueve porque si no sigue repitiendo lo mismo año tras año. Llega un momento de inflexibilidad, un momento en que no hay espacio para decir nada nuevo. Entonces los estudiantes se frustran ante estas situaciones porque todo queda congelado, y ya no hay espacio para decir nada nuevo. El estudiante aprende a no participar, a no hablar, a no expresarse porque si lo hace es reprimido. Entonces se calla, devuelve en el examen exactamente lo que le dijeron, no aprende a pensar y no aprende a discutir. Es trágico que en una universidad la gente no tenga la libertad de expresarse. Hay que dar ese espacio de libertad…hay que dejar que la gente diga barbaridades. Entonces, en un diálogo que no sea amenazante, los llevas a pensar en otras cosas. No basta con renovar los currículos. Hay que renovar todo lo demás…los métodos de enseñanza, los requisitos de los cursos, el ambiente académico, que haya mayor soltura, que la gente sea libre para expresarse.
Hay gente con su discurso de nostalgia…que las cosas eran mejor en el pasado. No obstante, creo que la Universidad ha evolucionado muy favorablemente, aunque tiene mucho más espacio que recorrer. Pero, por ejemplo, es una universidad menos elitista que en el pasado. Es una universidad donde hay mayor oferta académica y mayor diversidad de puntos de vista y mayor libertad en el profesorado. Es una universidad menos jerárquica. Es una universidad donde se confraterniza con mayor facilidad. Es una universidad que ahora dominan las mujeres. Cuando yo llegué los hombres eran la mayoría. Eso me preocupa porque creo que estamos perdiendo los varones y no sé por qué. Se dan de baja con mucha más frecuencia que las mujeres. En todos estos años, la universidad ha crecido, ha mejorado enormemente, aunque no tiene todos los recursos que quisiera. [El mejoramiento de la universidad] es algo por lo que hay que esforzarse, no pasa automáticamente. La calidad de la docencia universitaria siempre hay que asegurarla. Creo que si la calidad es buena, los estudiantes responden. Si les ofreces estímulos suficientes se interesan y trabajan. Pero si van a escuchar monólogos, no se van a estimular mucho, y eso es lo que lamentablemente todavía pasa.
No es un tema que para mí sea de interés prioritario. La universidad somos nosotros, los que trabajamos y estudiamos en la universidad. Las decisiones fuertes son las que hacemos en torno a la calidad de la enseñanza, a los requisitos de los cursos, a la cotidianidad. Creo que la fuerza viene de abajo, de la misma manera que creo que la historia se hace desde la gente, y no desde las cúpulas, creo que las universidades se hacen desde la gente, desde sus proyectos, sus imaginarios, sus aspiraciones, sus planteamientos. Los síndicos deben ser gente que traza política universitaria pero que no se mete a hacer decisiones cotidianas. La cuestión es mejorar la calidad nuestra, de la docencia, del estudio, y con eso enriquecer la discusión académica. Ese modelo de que si elegimos rectores, presidente, síndicos y toda esa vaina, eso es una fantasía. No creo que los esfuerzos deban irse por ahí porque acabaríamos como acabamos con todo lo demás…el que tiene la mejor agencia de relaciones públicas es el que gana. Quiero que la discusión se centre en la propia docencia universitaria en los estímulos que se les dan a los estudiantes. Para mí esa sería la verdadera discusión universitaria.
Bueno, la vida completa…