Si se me permite voy a hacer algo que mucho esta semana se ha venido, oportunamente, criticado. En vez de enfocarme en el asesino que mató por odio, voy a hablar del joven asesinado. De que era homosexual, de que se prostituía vestido de mujer y de que tenía 19 años. Al joven, el asesino lo recogió de una esquina cerca del centro del pueblo de Caguas, la metrópolis más cercana de este joven homosexual que vestía traje y calzaba tacones. Hagamos “zoom” por un momento en la metrópolis: el centro de Caguas es, gracias a su convaleciente alcalde, más centro que otros “centros” de pueblo. Pero igual que estos otros, es centro en la nostalgia. El verdadero centro de Caguas no está en la plaza –a menos que sea Navidad, cuando según lo que he oído, la ponen muy bonita- su centro está en el mall, y si acaso, un poco más allá en San Juan. Por lo menos, sé que Caguas no es el centro para los de la metrópolis San Juanera. En San Juan seguimos viendo la plaza del pueblo donde se encontraba el joven asesinado, como las plazas de todos los pueblos: lugares fantasmagóricos que sirven de Meca a los pocos que todavía van “del campo al pueblo”. El joven asesinado era del campo. Si las plazas de los pueblos son fantasmagóricas, el campo, está sobrecargado de cosas que a veces parecen forzosamente yuxtapuestas; huele a mierda de gallina, a lluvia y a cerveza; en el campo, se oye la quebrada y el sonido de carros a exceso de velocidad que, resbalando por las rocas de carreteras rurales, chillan goma cuando encuentran otro igual en dirección contraria. En el campo hay gente que vive en casas muy pequeñas donde desde la butaca frente al plasma, te prohíben brincar porque la madera podrida puede ceder en cualquier momento. En el barrio del campo, todo el mundo tiene dos de cuatro apellidos y los primos preadolescentes cortan clase para esconderse juntos en la quebrada. Antes de acabar la adolescencia las primas tienen hijos, que comparten los mismos 4 apellidos, y uñas largas, larguísimas. Los jóvenes padres brillan por su ausencia, y los machitos parecen estar premanentemente cosidos a sus carros sin mofle. En el campo estas son las dos opciones: la uno si eres mujer, la dos si eres hombre. Me imagino el joven asesinado todavía vivo, rodeado de Mitsubishis sin mofle, de otros jóvenes que ya son padres de varios hijos, quizás de múltiples madres. ¿Qué hace un homosexual en este contexto? ¿Con quién se iba a la quebrada en su preadolescencia? ¿Con quién se hacía las uñas, o tomaba cerveza, o acaso jugaba billar? El campo, donde los niños se hacen machitos muy rápido, y las mujeres son madres muy temprano, ¿dónde cabe un joven homosexual que no quiere jugar a ser machito, que no le excitan los carros sin mofle, que le da igual los aros de éste? Ni uno ni otro, el joven es forzado a la caracterización. Este escogió la de vestirse con vestido y usar tacones, hacerse el pelo, y hablar de Luis Fonsi y Adamaris, de la novela, de la vecina… Pero a los diecinueve años no tiene hijos. Ni dos ex maridos. Ni uñas largas, larguísimas por las cuales esperar que llegue el viernes que viene. En el campo a los diecinueve años, él sobra. En el campo se vive muy rápido porque no hay mucho que vivir. Así sus opciones, el joven asesinado decidió una noche lanzarse al vacío, ser de las malas, de las que no se quedan en la casa en el campo. Entonces se monta en el carro sin mofle del machito que ya había vivido aceleradamente todo lo que estaba a su alcance, y esa noche también se lanzaba al vacío. Horas después, minutos tal vez, el joven muere en manos del machito; el asesino que encolerizó sólo de mirarlo. Y es ahí, finalmente, cuando el joven de diecinueve años, ensangrentado, con tacones y desmembrado a manos de un machito, consigue encontrarse un lugar. Su final pues se convierte en el principio de su más magistral caracterización. _______________________ Marilola Pérez Rodas es estudiante graduada de Lingüística en la Universidad de California, en Berkley. Judith Butler, filósofa y profesora que ha trabajado con temas afines con esta nota, comenta sobre las normas de género y coerción.