Las unidades de la fuerza policial avanzan. En la avenida Luis Muñoz Rivera, a la altura de Centro Judicial, se despliegan contingentes fuertemente armados en línea. La Unidad de Operaciones Tácticas en un pelotón de cerca de setenta efectivos con sus cascos negros, sus máscaras de gases, armas de fuego, botas con extensiones protectoras hasta la rodilla, chalecos antibalas, macanas para motín, y toda una parafernalia para el enfrentamiento e inmovilización del enemigo.
Detrás, un destacamento uniformado en verde obscuro de efectivos para lanzar gases lacrimógenos guarda un estricto orden de formación y se sale del grupo al disparar para volver a su posición original. Poseen armas largas, granadas de mano, armas cortas, magacines de balas, casco protector, máscara antigases, chalecos de combate, lanzagranadas de disparos múltiples –portátil–, y otras armas de enfrentamiento.
Luego una unidad de policías en motoras que avanzan en orden en formación de dos filas. Al moverse, cuando una determinada orden así lo indica, se desplazan para luego volver a acomodarse en una formación de paralelas largas a lo ancho de la calle.
Detrás de ellos, a una distancia de unos diez metros avanza un escuadrón en estricta formación en rectángulo. A cada lado hay pelotones de varias escuadras formando dos secciones laterales. Hay movimientos en forma de escuadras que conocen de antemano el procedimiento. No hay improvisación.
Oficiales de campo transmiten las órdenes formando una cadena de mando. Igualmente, hay escuadras que avanzan en formación de estricta fila india en su desplazamiento, en algunas ocasiones de forma diagonal para dirigirse a un punto específico y luego regresan a su posición.
Hay destacamentos que bloquean calles, hay una acción para delimitar perímetros con diversos desplazamientos y marcar una ruta por lo que se ha convertido en un “teatro de operaciones”.
La calle ha dejado de ser pública pues es sometida a la lógica guerrera de un juego de posiciones para la confrontación. Lo acompasado, coordinado y disciplinado del movimiento indica una clara premeditación.
Los van empujando de forma sistemática hacia Río Piedras. Un helicóptero con equipo maneja la situación a corta distancia con dos orientaciones evidentes: vigilancia (del Big Brother) y control. Ambas se funden en la escena belicista. No hay duda alguna de que hay un libreto. Dada la situación belicista se han suspendido derechos civiles básicos. Parece que hay orden marcial.
La narrativa de la imagen bélica
Toda esta retórica en la imagen conduce a una narrativa a internalizar tanto ética como estética del orden que se reclama como el garante de la normalidad. Se impulsa así un pacto, un acuerdo general que en aras del “bien común” se renuncia a una parte de la libertad para conformar un orden.
El efectismo deslumbrante del montaje resulta aleccionador. No es meramente una imagen de un recurso para hacer algo posteriormente, es la imagen misma la que hace, la que ejecuta. Tiene una vocación sofista militante que deslumbra con la tonalidad marcada de su habla militar.
Esta imagen tiene varias direcciones de significación: por un lado, se dirige a dejar claro, para los manifestantes, un discurso intimidatorio, al recordar que los márgenes están delineados y que hay consecuencias en cualquier acto que sobrepase los linderos de lo que el Estado ha reconocido como legítimo. Se trata de una acción de provocar el miedo y dejarlo funcionado como referente en las acciones, no sólo presentes sino futuras.
La amenaza está ahí, continua, circulando a cada momento, anda vestida de uniforme. Hay que portarse de forma adecuada. La desproporción de fuerzas es una señal indeleble de quién tiene el poder. Y ciertamente no son los manifestantes en general y mucho menos los jóvenes vestidos de militantes.
Por otro lado, esta imagen bélica va dirigida a dos sectores que no están ahí físicamente pero que han sido tomados en cuenta en el operativo de inteligencia. Ese montaje está dirigido para la difusión de los medios, que llegue al resto de la población.
Se dirige a los que no están ahí pero que están tanto a favor como en contra de la manifestación. Para los que están a favor se les recuerda que la fuerza está ahí para enfrentar cualquier situación que se presente como adversa; para los que están en contra, igualmente se les recuerda que no se dará paso a manifestaciones que alteren la cotidianidad y que esa situación es extraordinaria pero que no se permitirá que se sobrepasen determinados límites. Eso funciona como un movimiento de apoyo a esta población.
En los tres casos, el sustrato que sostiene esta narrativa de poder es que la libertad de expresión es una que se ejerce dentro de los límites permitidos por el Estado. No se trata de un derecho humano sino más bien de un privilegio concedido de forma generosa por un Estado comprensivo y tolerante. Por eso se delimitaron de antemano los sitios por los cuales estaría permitido pasar.
Lo público fue abolido por razones de seguridad y de control. En ese sentido, recuerda el llamado del general Nelson A. Miles en el momento de la invasión de 1898: “No tenemos el propósito de intervenir en las leyes y costumbres existentes que fueren sanas y beneficiosas para vuestro pueblo, siempre que se ajusten a los principios de la administración militar, del orden y de la justicia”. Los derechos humanos con concebidos, así como dádivas, concesiones por parte del Estado y no principios inalienables que anteceden al orden gubernamental.
Según esta visión, los derechos humanos existen como reclamos justos ante los excesos y estridencias insoportables que afecten la credibilidad de la “normalidad” necesaria, no como propiedades inalienables que preexisten un acuerdo político: Se trata de casos célebres de excesos a corregir.
Que durante la manifestación hubiera miembros de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU Puerto Rico) y del Colegio de Abogados en calidad de observadores resulta hasta cierto punto una limitación en determinadas reacciones de estas fuerzas pero no así para la construcción de un imaginario político.
La imagen contiene la verdad en sí misma y no en una corroboración racional. Sin embargo, la significación de esta imagen tiene otra dirección: va hacia las fuerzas mismas del orden público. Se trata de un tipo de terapia a un cuerpo que ha estado desmotivado y que hasta hace poco había hecho una huelga (el blue flu) por las condiciones de trabajo y de salario. Se trata de una forma de infundir una moralidad de cuerpo, una integridad de fuerza, una unidad de propósito que muchas veces es vulnerada por los “derechos civiles”, que a fin de cuentas “sólo sirven a los criminales y le atan las manos a la policía”.
Este tipo de infusión de testosterona ideológica ayuda grandemente a lograr cohesión y sentido de propósito a la Policía que vive un episodio de poder y les recuerda que no hay nada sobre las fuerzas del orden. La Constitución y los derechos son materia teórica de diletantes que poco tiene que ver con las cosas como se hacen en la calle.
La producción de esta narrativa está dirigida no solamente a incidentes concretos sino al sedimento de lo que queda como repositorio para la acción. Se trata de formar un tipo de conocimiento que se grabe, que actúe en forma de anticipación, como un tipo de saber a tomar en cuenta para acciones futuras.
Los manifestantes
En la manifestación hay una presencia diversa, tanto en términos generacionales como en lo que respecta los distintos grupos de interés. Se protesta, se expresa la indignación, se corean consignas de lucha, se dice presente –como si eso fuese determinante– pero aún más, se produce un sentido de identidad social y política provisional que sobrepasa por mucho los lineamientos partidarios. Se crea así un universo fluido de convergencia móvil.
Se extienden diversos escenarios internos: grupos de mujeres con reclamos particulares, religiosos, sindicalistas, miembros de gremios identificados como tales, grupos de teatro de calle, músicos, coreografías, muchos niños con camisetas de sus escuelas, menores en coches, pensionados, estudiantes, grupos de asociaciones.
Desde diversos puntos van llegando al punto de encuentro contiguo a la Milla de Oro. Una cierta comunalidad fluida y en acto se convoca en un llamado a afirmar no ser maleable conforme a los designios de los aparatos de control estatal. Aquí también se escenifican diversas imágenes en un campo de atribución de sentido. No estoy anteponiendo un “real” al mundo de la imagen, sino considerando uno de los ángulos del montaje escénico de la acción.
Desde la Milla de Oro hasta Río Piedras la movilización ha seguido un libreto estricto que no incluye necesariamente el arresto de aquellos que cometen delito, sino el desplazamiento direccional de los manifestantes hacia un punto determinado.
La conflagración
En la Milla de Oro fue evidente, desde temprano que había una intención de contienda. El ambiente es de una decidida hostilidad y combate. Al llegar el grueso de la manifestación, se veía en la zona bancaria una muralla de efectivos para proteger ese recinto y para una conflagración. Al pasar del tiempo, luego que la manifestación se va dispersando, uno de los grupos intenta pasar frente a la zona bancaria.
La pared de efectivos armados con formación guerrera indica la delimitación del espacio de lo permitido. Hay un operativo de simulación de retirada para que parte de la manifestación de un grupo pensara que estaba abierto el camino por la avenida Luis Muñoz Rivera frente a la zona bancaria. Pero el tipo de movilización policiaca indica que se han cerrado las salidas. Allí se produce una encerrona que provocó una determinada dinámica.
Se desata un altercado. Los escudos de madera ruedan por el suelo, hay golpes, empujones, gases tóxicos. La confrontación no se desata ahí, sino que ya estaba formada desde el comienzo de la manifestación, al menos desde la mañana frente al Departamento del Trabajo en que se ve la configuración de un campo de batalla y regimientos listos para la operación. Comienza la movilización planeada y se procede no a la dispersión puramente sino comienza un movimiento continuo, sostenido, de contienda.
Los manifestantes de un grupo determinado han ido decididos, por su parte, a confrontar la Policía si es preciso para internarse por la carretera que entra a la Milla de Oro. Para ello llevan escudos de madera que no resisten el primer empuje y algunos inclusive están vestidos de negro y con capucha como anunciando ingenuamente a todos que son “militantes” con lo cual se hacen el blanco fácil de cualquier acción represiva.
Entre este grupo se mezcla un elemento, muy común en las manifestaciones y organizaciones cuya orientación es coherente con los uniformados militarizados. Esos van con un cometido claro dentro de un libreto mayor. Esos saben qué hacer y cuándo. Es posible, como ha sido históricamente una constante, desde los griegos para acá, que dichos elementos hayan sido infiltrados para asegurar la solvencia del libreto.
En un momento la imagen se expande a otras dimensiones, cobra forma expansiva y se convierte en algo sustantivo para la activación de una acción de continuidad de la suspensión de los derechos de expresión que había comenzado desde un inicio y que ahora cobra fuerza.
Tanto la oficialidad de la Policía como posteriormente el gobernador insisten continuamente en que la imagen grabada lo decía todo para explicar el comportamiento de la policía militarizada. La imagen se convierte en el testigo de cargo, en el oráculo en el sentido tanto de ser el mensaje que se brinda en nombre de los dioses tras las consultas de los fieles como de ser un lugar sagrado que justifica el rito guerrerista. De hecho, el montaje es uno para ser visto.
La movilización utilizada no fue la dispersión de grupos concretos ni el arresto durante la comisión de un delito. Tampoco hubo la salvedad de que la intervención policiaca se produjese de forma prudente en espacios controlados que no pusiesen en peligro la vida y la integridad de otras personas.
El símbolo de la casa vulnerado
El libreto incluye la movilización persecutoria que se desplaza por una distancia considerable en forma de una parada reforzada por el helicóptero que aumentaba la expectativa y el espectáculo. Van por toda la avenida, cerrando calles, marchando en formación militar, con sus galas bélicas y el vistoso equipo. Autos, motoras, camiones, se desplazan en una comitiva ritual. Van llevando a los enemigos a sus “guaridas”, a ser intervenidos precisamente en una vecindad.
Esto es una línea de acción que viene desde la antigüedad. Esto no fue un error sino parte del montaje. Se requiere que haya precisamente el símbolo de la casa, del refugio a ser vulnerado. La imagen requiere que se vulnere una zona considerada como parte de una cierta intimidad. Hasta ahí hay que ir.
En cuanto a los “excesos” posibles de la Policía, pues no hay mayor problema. Los casos de arrestos se caerán en los tribunales, si es que llegan, y si lo hacen, no hay problema. Inclusive los “incidentes” con la prensa y con personas fuera del ámbito directo a ser intervenido son asumidos razonablemente como “daños colaterales” en el teatro de operaciones. El cometido ya está cumplido. Lo importante no es lo episódico, lo sucedido efectivamente en términos del derecho, sino el montaje de un mecanismo global aleccionador. Lo que se intenta tocar es la cultura política.
El centro del libreto no es solamente desactivar de forma efectiva la amplitud y contundencia de las protestas populares de manera que lo que quede como referente de la memoria sea el enfrentamiento con la Policía y los peligros que esto acarrea. De igual manera hubo un referente inmediato que es la manifestación del 1 de mayo pasado para que se supiera que habría un escarmiento y que no se iban a permitir desórdenes. Eso es cierto. Estipulado. Pero esto va más allá. De lo que se trata es de un pacto político a partir de la imagen.
La imagen modeladora
Lo importante es que se desactive la participación directa, la movilización social, el conflicto como forma importante en un orden democrático, para que sea el orden de una libertad regulada en forma de un acuerdo. Los conflictos son abolidos. Se trataría de diferendos a dirimirse dentro de los canales que no pongan en duda los parámetros del ejercicio absoluto del poder.
La naturaleza de ese pacto es la libertad controlada, y la renuncia de la acción política directa; lo que se plantea es que la democracia es reducida al régimen electoral. La reducción a los comicios electorales desactiva toda participación y se le recluye al control del aparato de la partidocracia que mantiene el equilibrio del poder. Lo que se intenta es la formulación de una imagen –cuyo referente es en sí misma– y como tal es un modelo de qué hacer, cuándo, dónde y quiénes.
Mediante precisamente la difusión –y no detrás de las cámaras sino aprovechando las cámaras– se intenta producir una percepción ciudadana de un nuevo conocimiento sobre el hacer social y político legítimo. Se difunde y solidifica la idea de que la ley es el mecanismo que tiene el Estado para desarrollar sus acciones. La ley se ejerce por petición de parte de los interesados, es algo concedido por el Estado de forma “generosa”.
En cuanto a la acción violenta en el fondo se trata de un recurso a usarse ya que lo importante es la dominación, no la pura violencia. La dominación se ejerce cuando el dominado hace suyo el discurso del orden y se lo aplica a sí mismo, lo que ha sido formulado como la “violencia simbólica”.
Se trata de un modelo educativo a partir de una relación crimen y castigo, en el que hay tanto recompensa (a los que obran de forma “responsable”) y las consecuencias negativas, como lo será llevar a niños a manifestaciones poniendo en peligro sus vidas. Asistimos así al modelo de una libertad controlada y supervisada.
Se impulsa la participación conforme a los designios del sector que mantiene el monopolio del poder. En ese sentido no se existe propiamente sino se existe por delegación en el sentido de que sólo se es razonable expresarse mediante los “representantes autorizados”.
Hay un bloqueo de mecanismos de participación dentro de las instituciones democráticas. No existe propiamente la noción de “pueblo”, es decir, esa noción estratégico-política ligada a la soberanía como principio motor del acuerdo social de base.
Somos ciudadanos del “mall”, es decir, primacía del mercado como “centro de todo”. Existe “la gente” que consume y es llevada sabiamente de la poderosa y generosa mano del mercado en un mundo privatizado a todos los niveles en el cual la persona queda relegada a su ser individuo socavando realmente la individualidad y convirtiéndola en un ser intercambiable.
Esta estrategia responde a una visión de mundo, a una cosmovisión respecto a la sociedad. Lo social, como sistemas de fuerzas y de sentido entrelaza una diversidad de condiciones y relaciones asimétricas, combinadas, articuladas, paralelas que escapa las relaciones sencillas causales. En este universo complejo, lo social no es un cuerpo homogéneo víctima de un poder exterior ni un campo libre transaccional en que la pluralidad de acciones se cancela unas a otras logrando un equilibrio.
Las relaciones sociales son relaciones de poder y los poderes en juego no son, de forma alguna, equivalentes en cuanto a su capacidad y contundencia, sino que se articulan en tensiones en campos de fuerzas. El poder es una acción sobre otras acciones en términos de sus posibilidades.
No se trata de una centralización determinante sino de relaciones, de enlaces, jerarquía de poderes diferentes, muchos fragmentados, otros coordinados pero en relaciones combinadas y desiguales.
No existe un grupo maléfico de cuartos obscuros que produjese todo esto sino grupos orgánicos “responsables” de cuidar por este orden, para lo cual utilizan tácticamente los recursos necesarios, como este montaje. Lo que se busca es un pacto sociopolítico, un acuerdo respecto a lo deseable y correcto que asuma los términos y condiciones de un orden de relaciones que aparezca no como algo impuesto sino como lo deseado, reclamado y consistente con la normalidad.
La imagen aquí tiene una fuerza organizadora, modeladora. Claro, se sabe que no se logrará un total acuerdo, pero se busca al menos una hegemonía. De igual manera, no se trata de una confabulación –lo que no implica que no esté presente la secretividad precisamente en los organismos de seguridad– sino de la puesta en marcha de una acción afirmativa en beneficio de una concepción de lo que se entiende como beneficioso y legítimo, puesto en precario por los que “siempre protestan por todo”.