Una adolescente pobre y gordita sale de su casa, en una patética ciudad dividida entre negros y blancos, para confrontar a las ratas y deambulantes que le dicen: ¨Todo depende de ti¨. Pero hay un detalle, los personajes negros de esta historia no exhiben afros, ni cuentan con luces que resaltan las sombras de la tétrica realidad que se retrata y parlamentos llenos de lágrimas, a lo The Color Purple. Por el contrario, los personajes no-tan-negros, andan pintados con betún, con pelos alisados, vestimenta con colores pastel y, sobretodo, risas a todo dar. Aún más, se la pasan bailando y cantando por el escenario: bienvenidos a la segregación racial en versión de musical. Se da por sentado que Hairspray pertenece a la tradición light del teatro musical (aún desplegando el conflicto racial en casi todas sus escenas) y que su supuesta levedad intrínseca lo separa del universalismo pesado del drama de la segregación racial estadounidense que se sufre “con seriedad” en The Color Purple. Pareciera que las terribles circunstancias de las vidas de Tracy Turnblad y su obesa madre Edna se diluyen en la banalidad al presentar su pobreza, sus complejos y sus deseos de libertad mientras cantan el himno tipo “Flower Power” titulado Welcome to the 60’s: “Hey mama, hey mama/ look around/ Everybody’s groovin’ to a brand new song/ Hey mama, hey mama/ Follow me/ I know something’s in you/ That you wanna set free/ So let so, go, go of the past now/ Say hello to the love in your heart”. A semejantes declaraciones de los personajes, que aparentan ser ingenuas, clichosas e inofensivas (a pesar de su significado potente y posiblemente subversivo), se unen las expresiones a la prensa de Adianez Ramos, productora de la reciente puesta en escena de Hairspray en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré: “Esta es la primera vez que [Hairspray] se estrenará a nivel mundial en español. Será en Puerto Rico y con talento local. Queremos abrir taller y éste es un taller hermosísimo”. Pero la otra cara fuerte y problemática de esa “hermosura” new age que resaltaba la productora pronto queda revelada en las audiciones para escoger el elenco. Asistieron 66 personas, pero entre ellas no había suficientes mujeres gordas talentosas ni bastantes negros buenos. Dicha ausencia, entonces, provocó que lo que se fraguaba como otra de las muchas comedias musicales copiadas de Broadway y Hollywood (inconsecuentes en términos sociopolíticos) fuese el tema cultural más importante, o de más peso, de aquellos días. El resultado de la audición develó la “fea” realidad de que no se presentaron los talentos esperados. Ningún negro estuvo a la altura de los parámetros de calidad establecidos para evaluar las destrezas de canto, baile y actuación, por lo que al menos los personajes de Seaweed y Motormouth Maybelle fueron interpretados por dos actores no-tan-negros que tuvieron que oscurecer su piel artificialmente: el ex integrante del programa televisivo Objetivo Fama, Éktor Rivera, y la directora musical de la obra, Aida Encarnación. Según las notas de prensa, Éktor puso los puntos sobre las íes en cuanto a su color de piel, en relación con los demás actores y el resto del pueblo que lo vio nacer, al declarar públicamente que “aquí no hay negros full, como los de la película, ni rubios completamente”. El director del musical, acto seguido, dictó la última palabra racial al respecto de la “hermosura” del taller al decir que “de los artistas negros que audicionaron, no hubo uno que diera la talla; ni siquiera tomando en cuenta que podía mejorar con los ensayos. Nos dimos cuenta de que en la isla carecemos de talento preparado en varias disciplinas, porque aquí no hay tradición de musicales”. El miniescándalo se propagó como pólvora, y el issue racial dentro del issue racial (o sea, la vaina metarracial en el Hairspray criollo) alertó no sólo a los fanáticos de este musical de culto, sino también a la ex directora de la Comisión de Derechos Civiles del ELA, Palmira Ríos, y a los directivos del novato Partido Puertorriqueños por Puerto Rico. Ofendida la “hermosísima” identidad mítica de Tembandumba de la Quimbamba, los paladines del lema “Black is Beautiful” en el San Juan del 2008 reaccionaron a través de una flamante conferencia de prensa en la que dictaminaron lo que debería ser política privada y pública. “Aprovechamos la coyuntura para invitar a los productores y productoras del País, tanto del teatro, musicales y anuncios, como a los programas televisivos, a integrar talentos afropuertorriqueños en sus producciones y a representar la diversidad de nuestra nación en su trabajo”, dijo Ríos. Otro comentario de la directora de la Escuela de Administración Pública de la UPR matizó la discussion añ decir que los actores no deben pintarse porque los puertorriqueños, “de por sí, tenemos ascendencia negra”.
Nótese, de inmediato, la contradicción discursiva de los defensores de la raza. Por un lado, exigen la contratación de actores “afropuertorriqueños” (whatever that means, ¿qué organismo se encargará de determinar esto?) en las producciones nacionales para “preservar la identidad de la nación” y, por otro, establecen a priori que, de por sí, todos aquí somos negros debido a nuestra ascendencia genética. ¿En qué quedamos? Nótese también que el discurso supuestamente light del personaje de Tracy, una adolescente ingenua, apolítica y gordita, pero con la autoestima altísima, que sólo sueña con bailar en la televisión con su príncipe de sangre blanca y sus amigos negros, es mucho más pesado y coherente que el de los activistas. Esto se verifica, por ejemplo, en la canción romántica ¨I Can Hear the Bells¨. En ella, Tracy indica que la verdadera belleza, esa “hermosura” que introducía la productora del evento, reside “dentro” de los humanos y que nada tiene que ver con el color de su piel, su vestimenta o su peso. Aunque todos le advierten que sera rechazada por el “bonitillo” blanquito, Link Larkin, personificado por el apuesto Víctor, de Objetivo Fama, la chica está bien clara: “Everybody warns/ That he won’t like what he’ll see/ But I know that he’ll look/ Inside of me, yeah,/ I can hear the bells”. Una segunda controversia social importante que aleja a Hairspray de la noción de levedad fue ventilada en la prensa semanas antes del estreno. La decisión de contratar a un actor varón travestido de mujer para recrear el papel de Edna, que en la version cinematográfica fue encarnada por John Travolta, despierta preocupaciones sobre las nociones básicas de la construcción social del género. En la versión criolla, la madre de Tracy recayó en el cuerpo del comediante Junior Álvarez quien confesó en una entrevista a un diario que ahora lo entiende todo: “No es fácil ser mujer”. Después de depilarse los bellos, “suavizar” su voz y aprender a caminar y bailar en tacos, el actor también comprendió que, tal y como lo había dicho Travolta hace un tiempo, la producción pretende que Edna no “se vea como draga, sino natural”. En este sentido, “la hermosura del taller” vuelve a refulgir con toda su magia contradictoria y provocativa: Edna es un hombre que sale al escenario tratando ser una mujer “natural”. El público, en su “infinita sabiduría”, nunca logra “comerse el cuento” de la “hermosura” y subvierte el plan original de Travolta y de Junior. En la versión criolla, cada vez que Wilbur, esposo de Edna personificado por Silverio Pérez, toca con intención erótica (“nalgadas, caricias de busto, apasionados abrazos”) a la supuesta mujer natural no-draga, la audiencia reacciona con burlas por lo bajo, comentarios y risitas nerviosas que llegan a la apoteosis del efecto teatral del burlesque en el momento de la canción ¨You are Timeless to Me¨. Se dan un fugaz beso en la boca. Para el público, entonces, la ilusión de la manipulación de la construcción social del género nada tiene que ver con el carácter natural de la mujer. Todo lo contrario, la risa colectiva apunta hacia la incapacidad de la producción de controlar la confrontación del público con la ambigüedad queer e indomesticable de la obra. Por tanto, en Hairspray, aunque la raza sea el issue más visible en la obra, incluso hay una escena de demostraciones de desobediencia civil que culminan en arrestos, el issue “subversivo” del cuestionamiento de la construcción social del género falocéntrica se cuela subrepticiamente, pero no por ello de forma leve, al introducir la figura del travestido en el montaje. En su disertación doctoral, ¨Aspectos subversivos del musical estadounidense, el teórico teatral Donald Elgan Whittaker estudia la enorme distancia que existe entre la interpretación cultural del teatro “hard core” y el teatro musical estilo Broadway. Indaga sobre por qué la academia, tradicionalmente, coloca al primero en las alturas edificantes o sublimes del arte y, al segundo, en las catacumbas del entretenimiento anestésico de las masas consumistas. Concluye que el teatro musical estadounidense, desde sus orígenes, ha integrado elementos “subversivos” relacionados con la desestabilización de nociones sociales rígidas sobre por ejemplo las clases sociales, el género y la raza. Mas, esto no se ha analizado con profundidad porque, históricamente, los intelectuales han desprestigiado a la cultura popular para justificar su punto de vista elitista. Como si fuese poco, acusa a esos intelectuales de ser incapaces de pensar en tantos elementos a la vez como los que se presentan en Broadway o Bellas Artes. Según indica, el veloz entrecruzamiento entre danza, música y actuación que ocurre en el teatro musical quizás les impide pensar en cómo las ideas sobre el poder y las resistencias van impregnando cada gesto, cada paso y cada fragmento de las piezas cantadas. Para él, es precisamente la popularidad del teatro musical lo que ha permitido que este tipo de obras “subvierta” tantas hegemonías ilustrando los conflictos entre lo que se considera “normal” y “anormal” en diversos escenarios sociales. Lo que para muchos ha sido la insoportable levedad del teatro musical, para otros es signo de mucho peso. Para mí, después de ver Hairspray durante tres horas, y sentir el soberano standing ovation que le regaló el público a las más de 100 personas que trabajaron en el montaje de Santurce, de lo que se trata es de siempre indagar más allá de los productos culturales supuestamente frívolos por estar fijados en su sitio con espray de pelo.