En París este verano encontré que el medievalista francés Michel Pastoreau había publicado una historia del color negro. El libro propone que en el Medievo el negro era un color que representaba prestigio y autoridad, el de la toga de los profesores y magistrados. Sólo en siglos subsiguientes fue símbolo de duelo y pesar. Pastoreau observa agudamente que el negro se ha vuelto el color favorito de la vestimenta de los jóvenes actuales. Los colores tienen sus historias y no hay razón para que los investigadores las ignoren o las declaren cerradas.
En Puerto Rico los colores no sólo siguen los vaivenes de la moda, sino también de la política. Azul, rojo y verde tienen sus historias y sus leyendas. En el Medievo el azul era el color de la fe, el rojo el de la caridad, y el verde el de la esperanza. No son los significados medievales los que nos apasionan, sino sus reclamos partidistas de hoy,
Recientemente, a raíz de una mesa redonda convocada por un diario de la capital, sobre la invasión norteamericana de 1898, alguien recomendó que se hiciese una historia sin colores, en la cual la verdad y no los alegatos partidistas, estuviese representada. La premisa era que una historia que promueve intereses partidistas, una historia monocromática, es inaceptable. Bien ¿pero es que una historia sin colores es posible? Usualmente la gente que la reclama lo hace porque su color no está representado en lo que acaba de leer.
Entonces hay que pensar en una historia policromática, en que todas las interpretaciones están consideradas, aunque obviamente no todas son compatibles y no todas estén igualmente abiertas a la corroboración. Esto es difícil y no siempre cumple con las expectativas que suscita el deseo de hacerlo. Pero el hecho de que no se excluye de salida ninguna representación abre la posibilidad de que la mayoría de los lectores la encuentre aceptable. Según pasa el tiempo unas interpretaciones se solidifican, otras pierden consistencia. La popularidad de una interpretación no es garantía de una larga vida, porque su propia celebridad la expone a las constantes reconsideraciones y revisiones que su importancia exige.
Veamos un ejemplo. ¿Opusieron resistencia los puertorriqueños a la invasión norteamericana en 1898? Si tomamos como punto de partida las resistencias en Puerto Rico en el siglo 19, especialmente desde el grito de Lares en 1868, no podemos ocultar la amplitud y la profundidad de las resistencias al régimen español en las décadas que precedieron a la invasión norteamericana. Pero el hecho de que los actos de resistencia a las autoridades hayan sido frecuentes, no excluye el hecho de que algunos sectores de la sociedad, y no necesariamente los más conservadores, hayan manifestado repetidas veces su adhesión al régimen español, y que otros sectores hayan buscado modificaciones sustanciales al régimen que no conllevaban la total separación de la isla.
Algunos patrones de resistencia al gobierno no necesariamente buscaban una modificación política; en realidad algunos de estos actos eran pre-políticos, como los llamaría Eric Hobsbawm. El apoyo a las manifestaciones políticas y las tendencias tampoco era estable, sino mudaba con las distintas eventualidades, como la crisis económica de 1885-86 y la crisis social y política de 1895. En otras palabras, en los 1890 la sociedad puertorriqueña estaba fragmentada en sus actitudes políticas, pero el balance entre las corrientes políticas no era estable.
Cuando estalló la Guerra Hispanoamericana, la opinión pública en la prensa y en las distintas manifestaciones y proclamas de los grupos cívicos pareció solidificarse alrededor del apoyo al régimen español en Puerto Rico. La situación, sin embargo, cambiaba continuamente. El bombardeo de la ciudad de San Juan y sus fortificaciones en mayo pareció alentar las manifestaciones de lealtad, pero también reveló la debilidad de las defensas históricas. Contra la nueva artillería los viejos muros no bastaban. Fue por el bombardeo que Santiago Iglesias pudo escapar de su prisión, a la cual se hallaba reducido por sus actividades de organización obrera.
La incertidumbre causada por la guerra redujo grandemente el crédito que extendían los comerciantes, tradicionalmente la fuente de financiamiento para los agricultores. En consecuencia, miles de trabajadores, especialmente los de la zona cafetalera, se encontraron sin trabajo. En el centro de la isla empezaron a recurrir las partidas de grupos armados de personas que atacaban haciendas o las recuas de mulas cargadas que traían abastos de la costa a las tiendas rurales. El gobierno autonómico, deseando generar trabajos en las obras públicas para mitigar el desempleo, encontró que no podía obtener empréstitos de las casas comerciales. El comercio no confiaba en la estabilidad del nuevo gobierno. Por otro lado las administraciones municipales exhortaban a la ciudadanía a generar actividad económica. Hubo muchas nobles palabras y escasos recursos adicionales para los proyectos municipales dirigidos a crear empleos. En estas circunstancias crecieron las manifestaciones contra el gobierno tanto en los centros urbanos como en el campo.
Cuando el general Nelson Miles comandante en jefe del ejército norteamericano, deliberó por donde invadir Puerto Rico, determinó que Guánica ofrecía la mayor posibilidad de éxito. No sólo era un excelente fondeadero, escasamente defendido, sino también quedaba cerca de Ponce, el municipio de mayor población, y de Yauco, reputado como centro separatista. Porque Miles no había podido extraer de Cuba los regimientos regulares, contagiados con la fiebre amarilla, y porque deseaba complacer a los congresistas republicanos de la mayoría, que reclamaban la participación de los voluntarios de sus estados en las glorias de la guerra, trajo consigo tropas bisoñas, con escaso entrenamiento militar. Guánica ofrecía la ventaja de una dilación en el encuentro con las tropas profesionales españolas, concentradas en el norte. Guánica, sin embargo, no era necesariamente un sitio inesperado de la invasión.
De hecho, la víspera misma del evento el New York Times la señalaba como el sitio probable de la invasión. Pero en Guánica el 25 de julio sólo había un destacamento de 12 guardias civiles sin las armas adecuadas para enfrentar la artillería y las armas de rápida repetición (Gatling guns) de los invasores. Sólo posteriormente se suscitó el mito de Águila Blanca (José Maldonado) oponiéndose al ejército invasor. Pero, como se ha demostrado anteriormente, Águila Blanca estaba en Nueva York en el momento de la invasión, y cuando llegó a Puerto Rico fue para organizar una partida contra los hacendados españoles de la zona sur.
La guerra en Puerto Rico sólo duró hasta el 12 de agosto. El armisticio concertado en París puso fin a las hostilidades entre los ejércitos, pero en los campos las partidas llamadas sediciosas o de tiznados proliferaron y atacaron con preferencia las haciendas y casas de comercio de los españoles. Cuando los norteamericanos empezaron a ocupar las sedes municipales, según lo pautado, su primera misión fue proteger a los españoles contra las partidas. Así irónicamente la guerra para liberar a los puertorriqueños de los españoles tuvo como desenlace la protección norteamericana de los españoles en Puerto Rico.
¿Es esta una historia con todos los colores? Estoy seguro que cada cual hubiese preferido más énfasis en su propia visión. Obviamente hay muchos detalles que añadir, como la proyectada marcha del general Brooke desde Guayama hasta Cayey, para obviar el Asomante. Pero si guardamos la complejidad de los eventos del 1898 no tenemos que recurrir a inventos ni ficciones.
¿Qué es lo que hace monocromática la historia? Muchas veces solo basta añadir adjetivos tendenciosos a los sustantivos para sesgar la lectura. ¿Qué ayuda a hacerla policromática? El abstenerse de moralizar, que es siempre la tentación del narrador.
El autor es catedráticos del Depeartamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.