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Como el de Matthew Shepard, el cuerpo de Jorge Steven López va generando su fuerza mítica. El joven que le da el nombre a la ley contra el crimen de odio firmada recientemente por el presidente Barack Obama apareció casi muerto colgado de una verja en un sembrado de Laramie, Wyoming. Estaba tan desfigurado por los golpes propinados por los dos jóvenes que lo apalearon, que los que lo encontraron moribundo creyeron que se trataba de un espantapájaros. De los hechos se desprende que a Matthew lo mataron por ser homosexual. En su defensa, los abogados de los asesinos confesos alegaron que los acusados habían sido víctimas del “pánico homosexual”. Jorge Steven, un adolescente de diecinueve años, fue asesinado también por otro joven, Juan José Martínez Matos, quien alegadamente le pagó (o no le pagó) por sostener relaciones sexuales. El encuentro culminó en el salvaje asesinato del muchacho, cuyo cuerpo fue apuñaleado, desmembrado, parcialmente calcinado y sus pedazos abandonados en el monte de Guavate en Cayey. Juan José, el asesino confeso, ha expresado que fue engañado por Jorge Steven, quien supuestamente “se hacía pasar” por una mujer la noche de los hechos. A Matthew lo matan por ser quien era. A Jorge Steven, alegadamente, por no ser quien decía ser. Dos cuerpos de dos adolescentes homosexuales y bellos, espantosamente asesinados. Al igual que el de Matthew en Estados Unidos, el de Jorge Steven ha terminado ocupando un lugar central en la lucha por los derechos gays en Puerto Rico, en un momento en que el issue del matrimonio gay va ganando un momentum decisivo en buena parte de Europa, en algunos países de Latinoamérica y en un puñado de estados americanos. La posibilidad de procesar a Juan José bajo la ley del crimen de odio le daría mayor dignidad al cuerpo homosexual en la Isla. Este punto es crucial: el cuerpo muerto de Jorge Steven es una pieza importante para la reivindicación de los cuerpos homosexuales vivos del país. Para que esto suceda, es importante que se identifique la verdadera víctima de este crimen. La víctima no es el asesino, como suelen alegar los que usan la defensa del pánico homosexual, sino el cuerpo del homosexual. La victimización del cuerpo de Jorge Steven se ha ido articulando en los últimos meses en Puerto Rico con una claridad, una consecuencia y una determinación nunca antes vista. Cuando en las décadas del setenta y del ochenta ocurrían crímenes parecidos contra homosexuales, como el de Iván Frontera, perpetrado por un asesino en serie llamado “el ángel de los gays”, la noticia no pasaba de ocupar los bajos fondos de la prensa amarilla destinada a los crímenes pasionales. El único efecto que tuvo la muerte de Iván Frontera, un periodista de la moda y los modales sociales, fue que Sunshine Logroño, que había desarrollado un personaje, Ivan Fontecha, que satirizaba los manerismos de Frontera, decidió retirarlo de su repertorio de comediante. Irónicamente, Logroño le negó con este gesto a Frontera su última posibilidad de sobrevivencia. Pero el caso de Jorge Steven ha sido muy distinto. La noticia de su muerte y el proceso contra su asesino, que se encuentra aún en una etapa incipiente, han recibido una gran cobertura local y ha habido intentos de incorporar la noticia en un ámbito más globalizado. Se han hecho vigilias para recordar su vida en Puerto Rico y en Nueva York, hay numerosos testimonios de amigos y admiradores en You Tube y se han hecho varios memoriales fílmicos celebrando su vida con fotos, anécdotas, testimonios y diversas declaraciones de activistas gay de la isla y de Estados Unidos. Nadie se ha dedicado a esta causa con mayor empeño y dedicación que Pedro Julio Serrano, quien ha convertido la muerte de Jorge Steven prácticamente en el eje de su posicionamiento como el principal activista de los derechos LGBTT en Puerto Rico. Pedro Julio, quien es el actual gerente de comunicaciones del National Gay and Lesbian Task Force, una organización de escala nacional entre los lobbies políticos principales del gobierno federal, intentó hace unos años infructuosamente un escaño en la Legislatura con el PNP y últimamente se ha convertido en un férreo defensor del matrimonio gay y de la igualdad constitucional de las minorías sexuales. Nadie explica con mayor elocuencia y vigor el derecho que nos corresponde a los gays de ser tratados con absoluta igualdad como ciudadanos en buena lid de una sociedad puertorriqueña que de una vez y por todas tiene que ser para todos. Así se llama su organización de base: Puerto Rico para tod@s, usando el símbolo de la arroba para implantar en el espacio gramatical de un género, los dos. El día del velorio de Jorge Steven en la Funeraria Díaz en Toa Alta, mi compañero y yo fuimos con unos amigos a hacer presencia. La muerte del muchacho nos había conmovido como a tantos y nos sentimos convocados como miembros de la comunidad LGBTT de este país. La capilla A, humilde y pequeña, estaba abarrotada de sus familiares y amigos. Un grupo tuvimos que quedarnos de pie en la puerta de entrada. Al poco tiempo de llegar nosotros, se aparece Pedro Julio, quien entra y se sienta en el piso, justo frente al altar improvisado donde se habían colocado en la pared numerosos retratos de Jorge Steven y de sus amigos. Uno de los hermanos de Jorge presenta a la predicadora del evento, una mujer de entre treinta y cuarenta años, quien se presentó como una ex adicta reformada por la Palabra de Dios. Nos contó parte de su testimonio y nos dijo que por causa de su vicio llegó a convertirse en una deambulante, por lo que tuvo que entregarle sus hijos al gobierno. Su proceso de transformación, producido por este encuentro con la religión, le permitió una nueva vida re-socializada, una vida para la que reclamó el regreso de sus hijos. Sus dos hijos, que volvieron a vivir con ella, estaban allí. Ella los llamó al frente de la capilla y nos los presentó con orgullo como sus dos hijos homosexuales. Su testimonio termina de una manera bastante dramática: por la homosexualidad de sus hijos, tuvo que abandonar su congregación. Su iglesia la aceptaba a ella, pero no a sus hijos gay. Cuando la predicadora terminó de hablar, algunos estaban llorando. Después de este primer acto, le toca el turno a Pedro Julio. Sus palabras fueron firmes y conmovedoras. “El pecado no es la homosexualidad”, dice. “El pecado es la homofobia”. “El pecado es la intolerancia, es la violencia del silencio”. Pedro Julio usa el lenguaje religioso del pecado, pero no lo usa como un religioso, sino como un político. Cuando dice pecado quiere decir la falta, el problema, el issue. “El silencio de los políticos, (continúa) ninguno de los cuales se ha dignado a darle una condolencia a la madre de Jorge Steven, es un silencio ensordecedor”. “Hace unos días fui testigo de otro silencio. Estaba en una discoteca gay y le dedicaron allí un minuto de silencio a Jorge Steven. Un minuto de silencio en una discoteca. Dos silencios muy distintos”. Un minuto de silencio en una discoteca gay, pensaba yo para mis adentros. He ahí un verdadero milagro. Pedro Julio Serrano tiene las cualidades para ser una gran figura política de este país. Habla con convicción. Se expresa con claridad de propósito y tiene un mensaje genuino y de capital importancia. La muerte de Jorge Steven, tan desgraciada y a destiempo, puede, sin embargo, ser la clave para propiciar el conocimiento más profundo y cercano de una figura tan interesante y prometedora como Pedro Julio. Su estilo juvenil y franco, sin ser nunca trivial ni confianzudo, lo presenta como un nuevo tipo de político en el escenario puertorriqueño, tan empobrecido estos últimos años por los políticos de medio pelo que genera la cansada y trillada política partidista, que ya dio lo que iba a dar. Ojalá que figuras como Pedro Julio y sobre todo el electorado nuestro se den cuenta que el futuro de lo político en este país no radica ya en los partidos. Hay que escuchar las propuestas minoritarias de los homosexuales, de las mujeres, de los sindicalistas, de los ambientalistas. Los defensores del Corredor ecológico del Noreste, Todo Puerto Rico por Puerto Rico, el Movimiento Hostosiano, Puerto Rico para Todos. Ahí está el futuro de la política puertorriqueña. Ni Aníbal Acevedo, ni Santini, ni Fortuño, ni Rivera Shatz, ni Rubén Berríos, ninguno tiene mucho que ofrecerle a este país. Pero figuras como Pedro Julio Serrano sí. El famoso beso que se dieron él y su novio al final de su deposición en la Legislatura es de los pocos actos prometedoramente políticos que han ocurrido en ese augusto recinto en los últimos años. No obstante, y no digo esto con arrogancia, sino con cierta melancolía, ni Pedro Julio, ni la comunidad gay, ni el activismo LGBTT tienen la capacidad de convocar el verdadero cuerpo de Jorge Steven. De cierto modo, no hay acto más violento contra un cuerpo que el que lo destina al sarcófago de la victimización. Por otra parte, es cierto y lo reconozco, aunque no lo acepte del todo: había que arrebatarle el cuerpo del joven al asesino, había que sacarlo de sus manos, para que no lo siguiera desmembrando, había que restituirlo como un cuerpo íntegro, un cuerpo unido, coherente, legible, un cuerpo que pudiese restituirse para la ley y el orden, un cuerpo correcto que se dejase re-civilizar. Ese es el cuerpo de la víctima del crimen de odio. Para que la víctima ocupe su lugar, se precisa que el victimario ocupe el suyo. La repartición del elenco en este drama es implacable. Y la luz del escenario tiene que enfocarse sobre ese cuerpo re-membrado, (rememorado y re-unificado) el cuerpo del nuevo sujeto político del siglo veintiuno: el cuerpo LGBTT. El drama que se urde en este proceso es el de los derechos gay. Es un drama importante. Me conmueve lo que hemos logrado en España, en Holanda, en Vermont. Me conmueve la política pro-gay de Evo Morales. Pero no puedo olvidar que las dos causas principales de la lucha gay en Estados Unidos, el matrimonio gay y la participación en el ejército, son causas, admitámoslo, bastante conservadoras. El derecho al matrimonio es, de hecho, el derecho al divorcio. La cifra de parejas gay que ya se ha divorciado acabando de casarse es alarmante. Los gays nos hemos empecinado en defender y tratar de salvar dos de las instituciones más cuestionables de la sociedad occidental: el matrimonio burgués y el ejército imperialista. Por ello mi melancolía no se conforma con el cuerpo-víctima de Jorge Steven en aras de la causa gay. Es obvio que el impacto de ese cuerpo en su asesino tiene un tamaño mucho más descomunal que el tamaño del odio según lo define el Código Penal. ¿Qué era lo que quería matar, lo que quería hacer desaparecer Juan José con un puñal, con fuego, con el desmembramiento, un desmembramiento que en vez de deshacerse del cuerpo lo que hizo efectivamente fue multiplicarlo, recomponerlo, aumentarlo en una progresión geométrica? Un cuerpo que, lejos de desaparecer, lo que hizo fue esparcirse por el monte de Guavate, crecer y descoyuntarse para incriminarlo desde los lugares más recónditos del bosque. ¿Qué fue lo que Juan José no pudo matar? De los muchos testimonios que abundan en You Tube y en la prensa sobre Jorge Steven, la causa gay se ha centrado en los que lo presentan como un muchacho bueno, trabajador, obediente, lleno de alegría y de deseos de vivir. La madre destaca su bondad. Algunos amigos hasta lo dibujan como un angelito. Es como si la víctima, para que funcione verdaderamente, tuviese que ser la nena buena, una Barbie hogareña y dulce. Pero hay otros testimonios en You Tube, sobre todo los de sus amigas dragas de discoteca, que le han dedicado unos numeritos de apaga y vámonos. Están los de la April, la Queen Be Ho y la draga que le canta The Wind Beneath my Wings de Bette Midler con toda la dignidad del mundo. Tan pronto termina de cantar, invita a la audiencia de la Disco a que le guarde un minuto de silencio (el mismo al que alude Pedro Julio). Pero lo interesante viene después. Tan pronto termina el minuto, lanza una mirada cómplice y zafia y un grito rompe pecho: “ahora sí, como a él le gustaba, ¡que se oiga pa’l cielo, puñeta! “Otro de mis vídeos favoritos: el amiguito que le dedica un testimonio con sus retratos entrañables al compás de la canción Bad Romance de Lady Gaga, con su corillo insistente y trepidante: Work it Homo Freak Bitch! Es en las fotos de Jorge Steven donde se me aparece su verdadero cuerpo, su cuerpo fierce. Sus labios rojos, carnosos, sus pelos (el rojo fuego es mi favorito), sus cejas sacadas, su strike a pose con dos dedos enmarcándole un ojo. Es obvio que Jorge Steven no era la Caperucita Roja. Era la Alpha Bitch de una jauría fierce. Ese es el cuerpo que su asesino quiso desaparecer. El cuerpo del deseo. De su deseo. Y sólo logró despedazarlo y multiplicarlo. Un cuerpo que deviene animal. Un cuerpo que deviene mujer. Un cuerpo fascinante, poderoso y peligroso. La lucha gay ha culminado en un proyecto político liberal: la búsqueda de la igualdad. La igualdad de derechos. De este modo se inserta en el movimiento de los derechos civiles, la máxima aportación de la política liberal en occidente. Pero lo político no se extingue en la búsqueda de la igualdad. Su modo más radical es, de hecho, la defensa de la diferencia. El cuerpo que da miedo, porque fascina y aturde, es el cuerpo de la diferencia. Ese cuerpo no es ni femenino ni masculino. Es un cuerpo trans. La verdadera fobia no es, en el fondo, la homofobia. Es la transfobia, la fobia a un cuerpo límite, poroso, un cuerpo múltiple y en constante devenir, como el de una jauría. Ese es el cuerpo legítimamente político que hay que defender, incluso defenderlo de la política de los derechos civiles. Un cuerpo desnudo, insolente, volátil. Un homo freak bitch. El autor es escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Para ver la edición impresa de Diálogo en enero haga clic aquí.