#TBT / Cuatro biberones. Las paredes de zinc, el piso de tablas de madera. Un quinqué para la noche, un mortero para el ajo, un poco de azúcar. En el rostro de la madre, una sonrisa a medio hacer. Sus mejillas son jóvenes. Está embarazada. Por ahí viene el sexto.
El hijo mayor mira con escepticismo. Desconfía del extraño que toma las fotos, que los mira con la misma curiosidad con que ellos miran las estrellas.
“A las 11:15 de la mañana, agentes de la Policía derribaron la bandera de Puerto Rico de la loma central de Villa Sin Miedo e izaron en su lugar la bandera de la Fuerza de Choque para proclamar su victoria en el desalojo tras poco más de una hora de escaramuzas”
La niña ríe, sus ojos achinados, su batita a vuelos. El pelo alborotado. Le gusta escaparse, hundir sus manos en la tierra, tomarle la mano al viejito de al lado que canta en la mañana.
Su hermano mira con ojos desorbitados el aparato. Flash. Nunca había visto una luz que saliera de súbito con tanta fuerza, que no fueran relámpagos en una noche de tormenta. ¿Habría una tormenta dentro de ese coso negro?
“El contingente (de policías) ingresó por la parte posterior de la Villa arrastró a macanazos, golpes, empujones y gases lacrimógenos a una caravana de niños, adultos y envejecientes”
El bebé contempla con extrañeza el mundo abriéndose. Es pequeño; se puede sujetar con las dos palmas de la mano. Está acurrucado en la hamaca, desde su cuna de telas blancas. Toma leche. Los ojos bien abiertos. No quiere perderse un detalle.
“Más de una docena de casuchas de madera ardía”
El 19 de mayo de 1982, ardería su casita de madera y zinc. Arderían las ventanas y las tablas. Se derrumbaría el techo con el viento y lo verían de lejos. Todo negro. Todo rojo. Llorarían. El bebé estaría cargado, apretado al hombro de su madre, todavía con los ojos muy abiertos, creyendo, sin poder nombrarlo, que el mundo está hecho de macanas y de fuego.
Fragmentos citados: Cobertura del desalojo de Villa Sin Miedo por Wilda Rodríguez para El Nuevo Día, 19 de mayo de 1982
Foto por Ricardo Alcaraz, texto por Gabriela Saker Jiménez.