Jamás imaginé que aquellas imágenes que observáramos atónitos un grupo de compañeros de labores en la sala de reuniones de Diálogo esa mañana del 11 de septiembre de 2001 trastocarían tanto el destino del mundo.
Una de las cosas que más me impresionó de aquella maratónica transmisión en vivo de los ataques contra las llamadas Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio, aparte de la desaparición de estos dos monumentales edificios en cuyos alrededores había tenido la oportunidad de estar hacía pocos años atrás, fue la inmensa nube de polvo que se apoderó de las calles neoyorquinas tras la caída de ambos rascacielos. La gente huía despavorida procurando escapar del denso nubarrón que pintaba tras su paso un lúgubre panorama.
Diez años después de ese lastimoso evento, que definitivamente marcó un antes y un después en la historia contemporánea, siento como si todavía aquella nube continuara impregnando de un color y un olor muy extraño a nuestras sociedades.
Como el ataque fue perpetrado por un grupo de extranjeros, el miedo al otro incrementó en muchos lugares a niveles hasta entonces insospechados. Aunque los perpetradores de los atentados eran de origen árabe, al día de hoy tanto en Estados Unidos como en Europa se percibe con igual reticencia a todos los latinoamericanos. En aras de la “seguridad nacional” las leyes antimigrantes en Estados Unidos y Europa se recrudecieron, avivando el sentimiento xenofóbico en ambas regiones.
Apelando a esa misma “seguridad” derechos civiles tan preciados por la sociedad estadounidense como el derecho a la intimidad y a un juicio justo fueron cedidos no sólo por estos ciudadanos sino por habitantes de otros países que adoptaron algunas de estas políticas.
Bajo el subterfugio del ojo por ojo, se emprendieron dos guerras unísonas que han dejado en cada uno de los países involucrados numerosas muertes sin que se haya producido ningún resultado concluyente.
Bajo la sombra del 9/11 también hemos visto como la avaricia de los conductores del “dios” mercado ha llevado a la mayoría de las principales potencias mundiales a una infinita crisis económica que amenaza con convertirnos en mendigos.
Pero la nube de polvo no se detiene aquí, parece continuar sobre los ojos y el alma de los responsables de indemnizar los cientos de personas, especialmente del cuerpo de bomberos de Nueva York, que respondieron con diligencia a la emergencia de ese 11 de septiembre y que ayudaron en las labores de rescate ese día y los días posteriores.
Recientemente, la revista británica de investigación médica Lancet publicó un estudio que correlaciona la alta incidencia de cáncer en la sangre de estos trabajadores con el particulado inhalado por ellos ese día. Sin embargo, aún las autoridades pertinentes se rehúsan a compensarle como es debido.
Las imágenes del 11 de septiembre siempre estarán ahí para recordarnos que largo camino por recorrer a esta compleja humanidad aún le falta.