Hace apenas 500 años las islas del Caribe estaban habitadas por aborígenes a quienes la benevolencia del clima les permitía vivir sencilla y naturalmente como si todo el cuerpo fuera la cara.
La civilización, sin embargo, venía de antaño. El mundo se había dividido en la concepción oriental, que ha seguido un desarrollo colectivizante, de hombres que de servidores de la sociedad han devenido en servidos por sus pueblos, cuyos más claros ejemplos lo han sido, a través de la historia los regímenes despóticos de Egipto, Mesopotamia y La China, en la antigüedad, y en la era moderna los gobiernos totalitarios de Europa del Este; y la concepción occidental, que ha procurado el desarrollo de la propiedad privada, del individuo, y que con el cristianismo no sólo se hermanó espiritualmente, sino que elevo al ciudadano a soberano, porque, Dios nos hizo a su imagen y semejanza.
Europa, espacio vital de occidente, había disfrutado de una unidad estructural, la que le ofreció el imperio romano, que no sólo fue un hecho militar, una fuerza política, sino un movimiento civilizador, creador de humanidad, de vida en común, del derecho romano, y que llegó a tener, por más de mil años, la esencia de toda una cultura en un idioma común; el latín.
El desarrollo científico del siglo XV, le permitió al Viejo Continente, "buscar nuevas rutas para el comercio" por lo que en 1492, el más iluminado de los almirantes vio la tierra más fermosa que ojos humanos han visto, con la ignorancia de creer que Haití era Cipango y Cuba la China, y que sus habitantes eran los del país de las vacas sagradas y los llamo indios y quinientos años después lo seguimos nombrando el Descubridor, como si los primeros pobladores, que habían llegado del fondo de “Nuestra América”, saltando de isla en isla a través del Mar Caribe, no conocieran la tierra que pisaban sus plantas.
Colón, el precursor de la cristianización de América – a costa del sacrificio de los nativos – había expresado su intención de coronarse virrey de las nuevas tierras. Y, en su diario escribió la palabra oro 139 veces y la palabra Dios o la frase Nuestro Señor sólo 51, y el 27 de noviembre de 1492 consignaba: "tendrá la cristiandad negocio en ella".
Para muchos el “Descubrimiento” fue un hecho simplemente reaccionario, y para algunos, hasta casual, como si los fenómenos sociales, complejos y simultáneos, no fueran el producto de infinitas causas. ¡Que sería de nuestra historia sin el mito de las Tres Carabelas!
Abierto el camino por Cristóbal Colón, se aparecieron, tras su ruta, los Conquistadores, genízaros sin empleos y delincuentes de toda laya. A fuerza de fuego, espada, enfermedades y muerte implantaron – y diz que
en el nombre de Dios -, una sociedad, estado y un derecho extraños, culminantes de una realidad foránea especialísima, que las islas no vivían.
Fue una sociedad apenas sin elementos, un estado y un derecho precarios, donde se confundían las potestades políticas, militares y en algunos casos las judiciales, en los mismos funcionarios y que, trescientos años después, en los albores del siglo XIX, se mantenía con insignificantes variaciones.
No fue hasta el año 1812, en que al darle las Cortes de Cádiz una constitución a la península que se extendió a las islas de ultramar que Cuba y Puerto Rico no contaron con una carta magna, pero que seguía llamando a los pobladores súbditos y los isleños no tenían los mismos derechos que los peninsulares y la voluntad de los gobernantes seguía siendo la ley suprema, legado que, cuatrocientos años después, en plena independencia, hizo expresar con angustias a José Martí, “sigue viviendo la colonia en las republicas” y que los dictadores latinoamericanos de nuestro época nos lo recuerdan a diario.
El autor es Abogado y Escritor Cubano. Miembro del Gabinete Internacional de La Editorial Universidad de Puerto Rico.