Conviene examinar si las irregularidades en la administración del gobierno y la Universidad de Puerto Rico se alejan mucho de la gestión burocrática usual en la sociedad de mercado. Podemos suponer que las anomalías y violaciones a leyes y reglamentos aumentan si hay menos riqueza accesible y más “escasez” o pobreza. Si es así, los reclamos de “buena gobernanza”, liderato ético gerencial, etc., son inseparables de los impulsos desordenados y centrífugos de la normalidad.
En la globalizada sociedad dominada por el capital, el interés social es objeto de administración. A falta de otros espacios, mucha gente interesada en ayudar la sociedad entra en la burocracia. Paralelamente están activos los espacios “productivos” —ciencia, pensamiento, letras, tecnología, agricultura, industria, arte— que renuevan sin cesar el mundo social, a menudo en tensión con las gerencias.
Junto al desorden de la pobreza va la tendencia opuesta, a endurecer los mecanismos de orden, uno de los cuales es la burocracia. Apoyada en el secreto y el misterio, la burocracia progresivamente concentra poder en sus manos y comparte menos la información y las decisiones, marginando ideales de ilustración y libertad.
Sus ideologías florecen. Debe identificarse procedimiento burocrático con institucionalidad y creerse en los burócratas. Con creciente poder, las gerencias tienden a ser especie de dictaduras y evitar el debate de ideas y la participación libre, análogamente a como en el gobierno las ramas parlamentaria y judicial tendencialmente se hacen sellos de goma de la ejecutiva, pues ésta concentra el poder. Pero también pueden entablar una relación más moderna con los subalternos, de diálogo y orientación, siempre para adelantar los objetivos.
Dar la lucha es importante para impedir que la concentración de poder gerencial degenere excesivamente y pequeños despotismos anulen los espacios colectivos de deliberación y otros de la comunidad.
Pero debe verse que en el administrador son comunes la falta y el error —pequeño o garrafal— a causa del relativo aislamiento en que opera, el cual se relaciona con la alienación en que todos vivimos, la indiferencia hacia el otro a causa de la propia carrera, prisa, etc. Y está el vínculo íntimo entre deficiencias intelectuales y morales, relacionado a su vez con la especialización, es decir, la reducción de la persona humana a una labor que debe vender en el mercado de trabajo y de la cual emanará su autoestima, crédito y prestigio, y en la cual sin embargo desgasta su cuerpo y su mente a través de los años, mientras olvida y destruye sus otras potencialidades sociales, intelectuales, emocionales, eróticas, creativas e imaginativas.
El problema de la burocracia
Al señalamiento moral de culpas en prácticas burocráticas incorrectas debe añadirse que la sociedad de mercado conlleva una atomización —los átomos se atraen y repelen entre sí— de los sujetos. Como los capitales particulares en el tirijala del mercado, cada cual ignora lo que hacen los otros y se atiene sólo a sus estrategias, sin ver que todos contribuyen a formar un conjunto lamentable que nadie deseaba.
La burocracia en el estado es análoga a la corporación privada en la sociedad civil, y la concentración del poder administrativo es análoga a la concentración del capital en cada vez menos manos que se da en el mercado. En el gobierno las unidades administrativas luchan entre sí y conforman un conjunto que se expande, un fenómeno creciente con la modernización de los estados.
Las agencias de gobierno compiten entre sí por los fondos, y esta lucha se confunde con la competencia de mercado en tanto el mercado se confunde con el estado. Las unidades burocráticas compiten por agarrar la mayor parte posible de dineros, aumentar su poder y aprovechar cada oportunidad, parecido a como los capitales particulares —”hermanos que se pelean entre sí”, escribió Marx— compiten por sobrevivir, imponerse y absorber la mayor porción posible del valor producido por las clases trabajadoras.
Retóricas oficiales intentan dignificar las burocracias y disimular que éstas son cuerpos que nadie ha electo y su contradicción con la presunta democracia, y que, en el fondo, unos grupos controlan la producción y distribución de riqueza a costa de otros, y este control se traslada continuamente entre el lado “público” del gobierno y el “privado” del mercado.
Se afirman las jerarquías y relaciones de poder entre niveles administrativos y entre mando y trabajo. Gobiernos y universidades aumentan sus planes de costo-beneficio y costo-efectividad, curiosamente junto al uso ineficiente de recursos. Unas gerencias supervisan y disciplinan otras atravesando escalas transnacionales, nacionales y locales, y se dedican a hacer cada vez más normas. La dependencia pública respecto al mercado financiero y los préstamos intensifica la ansiedad administrativa.
Los burócratas suelen ser intelectuales y muchos intelectuales tienden a hacerse burócratas, aunque no siempre un dirigente es funcionario o un funcionario es un dirigente. Burocracia y organización tienden a hacerse sinónimos. Líderes religiosos, gremiales y políticos ven los otros como instrumentos a ser usados. Nótese el ascenso de la mujeres en las relaciones de poder mediante la gerencia, una peculiar liberación femenina.
Un gerente puede detener un proyecto a pesar de haber sido aprobado por el senado académico, la Legislatura, la asamblea, etc., ya por autoritarismo, ya por tener personalmente otras estrategias o alianzas. Podrá también usar su puesto para malversar fondos y lucrarse. Pero el problema de la burocracia no debe reducirse a violaciones de ley. No es sólo que se violen las normas, sino que la principal vía para aplicarlas es la burocrática.
“A más alto el nivel, más densos los secretos”
No cancela la arrogancia, ineptitud, talento u originalidad del burócrata su subordinación al conjunto y a poderes mayores, así como los ejecutivos de corporaciones privadas, aún con sus sueldos altos, están subordinados al proceso del capital.
Con privilegios y buen salario, el gerente imagina que su lucha es un progreso histórico, y a veces lo es, si bien la burocracia tiende a los promedios. Su ego se identifica con pedidos y concesiones y con el logro de metas. Su gestión articula relaciones personales, familiares, sexuales, teóricas, políticas, económicas, e incluye apariencia y prestigio. Aplica códigos e instrumentos que son fines en sí mismos, y debe suscitar la menor cantidad posible de discusiones. Su importancia aumenta si puede facilitar o enajenar puestos de trabajo —al empleado mismo o a otro burócrata que los administre— sobre todo cuando el trabajo escasea y la riqueza se concentra por las contracciones del mercado.
Los administradores calculan qué decir ante cuerpos que los cuestionen y el lenguaje para justificarse en los documentos o durante las horas en que deban explicar. Miden su poder respecto a otros arriba y debajo de ellos y colaboran entre sí según sus tácticas y estrategias. Se usan mutuamente, como en la “amistad” que opera entre los abogados —hoy por ti, mañana por mí—, quienes se ayudan en sentido utilitario y a veces aplastan al amigo si es necesario, bastante como en la astucia pragmática y teatral de los políticos que Maquiavelo narra en El príncipe, o como los personajes de House of Cards.
A más alto el nivel, más densos los secretos. A veces el burócrata mayor usa al menor ocultándole parte importante de sus planes e información, o le ofrece acceso a fondos a cambio de colocar a alguien obviando el principio de mérito. En teoría podrían ser llevados a tribunal, pero también los tribunales operan burocráticamente.
Favoritismos e irregularidades son quizá fáciles de señalar, pero un “patrón” es más difícil de demostrar, si por patrón se entiende un molde o modelo que se repite de modo sistemático o generalizado. Que los burócratas bordeen la ley aprovechando los privilegios del poder no necesariamente significa patrón de corrupción y nepotismo. Pasa en todas las administraciones.
Suponer que el uso del poder es corrupción, como si se corrompiera una fruta o una esencia, ignora que los gerentes están a diario inmersos en relaciones de poder y competencia entre sí y contra otras burocracias, y buscan intensamente aprovechar oportunidades y conseguir recursos, y esta lucha entre todos genera secretividad en cada cual, como ocurre con las empresas privadas en el mercado.
No es raro que los funcionarios den la vuelta al reglamento para impulsar candidatos u objetivos que honestamente consideran meritorios, mientras ignoran que otros hacen lo mismo y que aún otros burlan las reglas sin objetivos meritorios. La buena intención se confunde con agendas premeditadas y con la rebatiña por fondos y recursos limitados. Las faltas son inaceptables, claro, pero debe notarse la naturaleza de la burocracia.
“No hay burocracia transparente”
A menudo denuncias y reclamos de transparencia provienen de otras facciones burocráticas o secciones de la comunidad que podrían, o esperan, materializar sus aspiraciones si una nueva facción burocrática tomara el poder. No hay burocracia transparente, sin embargo, y puede afirmarse que es imposible que la haya. No parece que en los últimos 5 mil años ha habido régimen clasista alguno en que los burócratas no han burlado leyes y formalidades. Es utópico el reclamo de burocracia ejemplar, transparente o pulcra, si bien apunta al razonable ideal de que algún día prevalezcan los intereses del pueblo.
Las experiencias socialistas de los desaparecidos estados de la Unión Soviética y Europa oriental, y de Cuba y otros países, han contribuido al estudio de las gerencias. Como el capital allí fue expulsado del poder —aunque permaneció en relaciones de mercado con el resto del mundo—, la gestión burocrática es más distinguible y protagónica. Podría decirse que a mayor burocracia menos democracia y viceversa, aunque hay que ver si en Cuba y otros casos ambas formas de poder han crecido juntas.
Hay una inclinación a explicar los fenómenos sociales a base de conductas administrativas (de forma análoga a cuando se atribuye al representante del gobierno el origen de los males económicos). Según algunos comentaristas, el escándalo de las becas presidenciales ha lesionado una supuesta posición que atribuyen a la UPR a nivel global. El escándalo, aseguraron, afecta “el prestigio” de la UPR “a escala mundial”; “estanca a la UPR” en el “cambiante y competitivo mundo de la educación superior”; y ha hecho a la institución “un daño irreparable”. Pero para medirse la competitividad de la UPR, Puerto Rico necesitaría una estrategia económica propia, que no tiene. Difícilmente resuelve la cuestión que burócratas norteamericanos emitan juicios e instrucciones.
No debería el descubrimiento de una irregularidad llevar automáticamente a proclamar que es repetitiva, pues la praxis burocrática es muy variada. No siempre es claro el deslinde entre gerentes corruptos y gerentes que usan sus privilegios para impulsar metas que perciben nobles y así violan procedimientos normales. Convendría fijarse en qué consiste la violación y de cuál regla, si es sistemática o errática, si se trata de un funcionario o una estructura, de un corrupto que extrae beneficios crónicamente o de ineficiencia de alguien honesto, y cuán negativo es el saldo para el conjunto.
La sospecha es normal. Incluso, quizá en Puerto Rico hay una inclinación a suponer que la gente es característicamente mentirosa y corrupta. Los comercios vigilan que quienes salen no se hayan robado algo, y los supermercados ponen mercancías bajo llave, como si vieran normales el pillaje y la trampa. Espacios públicos permanecen cerrados ante la amenaza de hurto y transgresión. Todos son unos pillos, se dice popularmente de los políticos.
Una exigencia demasiado idealista de control sanitario podría hacer que en las evaluaciones se discrimine contra alguien por sus familiares o por un empleo que ha tenido antes. No se podría tener un pariente funcionario universitario, haber trabajado en ciertos sitios ni tener determinadas relaciones personales, ideológicas o políticas. Del vínculo “consanguíneo” se concluiría enseguida que hay nepotismo; un empleo previo significaría favoritismo. Buscándose —utópicamente— la igualdad democrática en la sociedad capitalista, cundiría un pánico aséptico de que la corrupción nos contamina y corroe. Pero esta alarma podría disminuir el criterio independiente, fortalecer el prejuicio y aumentar el poder de los administradores.
Cultivar el razonamiento interrogativo e investigativo servirá para que, en algún futuro, si la comunidad abordara los problemas prescindiendo de las burocracias, pase juicio de manera óptima.