Jacobo Morales Ramírez es tantas cosas. Es actor, dramaturgo, director teatral, director de cine, guionista, comediante- un largo etcétera no podría encerrar la magnitud y trascendencia de su trabajo cultural para todo el País- y ahora, es Doctor Honoris Causa en Humanidades de la Universidad de Puerto Rico.
En la ceremonia que se celebró el pasado jueves para conferirle la más alta distinción académica al eterno hombre de las artes, se rompieron protocolos, restándole la típica sobriedad, para dar paso a la vitalidad del gigante de 80 años que hoy regresa a la Universidad. Más que la entrega de un honoris causa, era una tertulia para contar anécdotas, hablar de literatura, recordar nombres impregnados en los escenarios del país, y desmenuzar la palabra cultura.
El cineasta, hidalgo y poeta
Mientras discurrían los discursos en su honor, Morales Ramírez estaba recostado contra el respaldar de su asiento, ligeramente encogido, con los pies extendidos y las rodillas juntas. La carpeta en que guardaba su discurso contra su pecho. La barba blanca y la mirada le daban un toque quijotesco. Identificaba rostros del público, los miraba con tal detenimiento como si les sonsacara historias. Reía con los comentarios y parecía evocar memorias cada vez que aludían a uno de sus trabajos.
En una elogiada intervención, el profesor de la Escuela de Comunicación Alfredo Rivas compartió anécdotas que apalabraban el lazo de Morales Ramírez con toda la generación de cineastas y estudiosos del séptimo arte. “Conocer el cine de Jacobo era conocer una significativa versión de Puerto Rico”, recordó. Con una ingeniosa versión de semblanza, Rivas se trasladó al futuro, específicamente al año 2089 cuando el laureado filme “Lo que le pasó a Santiago”, única cinta puertorriqueña nominada al Oscar en la categoría de mejor película extranjera, cumpliría 100 años y una máquina del tiempo repasaría la trayectoria del ícono del cine puertorriqueño.
Habló así de las enseñanzas del maestro que perdudarían en el tiempo, sobre la importancia de ser auténtico y crítico. “Desde entonces pienso que la autenticidad es una forma de asumir la certeza de lo incierto y la seguridad de lo inseguro… ese llamado a la autenticidad no es sino un fragmento de necedad que se expande en ti”, una necedad que impulsa a comenzar a escribir otro guión y empezar todo de nuevo, a pesar de las dificultades de la industria del cine, añadió.
Por su parte, el presidente de la Universidad de Puerto Rico, Uroyoán Walker Ramos, comparó acertadamente la trayectoria de Morales Ramírez con una travesía quijotesca. “Los pasados 65 años de producción cultural puertorriqueña son impensables sin que señalemos y rindamos debido reconocimiento a una de estas grandes figuras de nuestra cultura, a uno de esos individuos que han hecho mucho como el hidalgo manchego [Don Quijote]”, parte de ahí la entrega del lauro académico.
Lo catalogó como “un artista casi renacentista” por la inmensa variedad de su obra, además de destacar la sutileza de su comedia y su eterno ímpetu por contar historias que develan el alma del país. Hizo particular énfasis en la necesidad de que el País a través de sus instituciones educativas se encargue de “desempeñar un rol más activo en el ofrecimiento académico necesario para preparar y profesionalizar a los guionistas que hacen falta para darle el impulso que necesita la industria nacional de las artes visuales”.
En un aparte con Diálogo, sin embargo, Walker Ramos admitió que no existe un plan concreto para mejorar los programas de cine que durante años han recibido recortes de secciones y clases, particularmente el programa de comunicación audiovisual de la Escuela de Comunicación de Río Piedras, y que es algo que “hay que mirarse”.
El rector del Recinto de Río Piedras Carlos Severino Valdez, quien recomendó el otorgamiento del Honoris Causa, citó fragmentos de un poema escrito por Morales Ramírez. "No quepo en el hoy", leyó, a lo que el rector añadió: "No cabe porque espíritus grandes como el suyo rebasan los confines de su cuerpo. Porque el cúmulo de ideas que se agolpan es mayor que el tiempo que nos ha ido dando para trocarlas en realidad". Ya la decana interina de Asuntos Académicos, Tania García Ramos, había dicho que “no hay isla pequeña cuando los sueños son grandes”.
Antes, cuando subió al escenario, el director se encogió de hombros, con ese gesto de niño que recibe un premio escolar y sus compañeros lo aplauden y sus maestras lo retratan, mientras la audiencia, de pie, lo vitoreaba. Con esa jovialidad, acentuada por la sonrisa constante y los ojos achinados, le dedicó miradas cómplices a Blanca Silvia Eró, su compañera de vida y aventuras desde hace más de 60 años, quien le devolvió la sonrisa ancha, gigante.
Incluso aún más temprano, mientras el público se acomodaba en sus asientos, Morales Ramírez se encontraba en la zona de backstage, ese espacio similar al que ha enfrentado tantas veces antes de que se abran las cortinas del mundo teatral al que pertenece. Estaba rodeado por una multitud de togas y birretes que lo saludaban. Y ahí estaba Morales Ramírez, sonriendo, aún antes de entrar al escenario, devolviendo los saludos y las palabras atentas, y en los breves instantes en que se quedaba solo, miraba a un punto perdido en la pared. "Qué lejos estaba yo de imaginar que esto iba a ocurrir", así empezaría luego su discurso de aceptación.
Jacobo, la universidad y el amor
En su discurso Morales Ramírez evocó memorias de su tránsito por la Universidad en aquellos días de la década del 50. Revisitó los paseos sosegados del escritor español Juan Ramón Jiménez por el Recinto y los consejos que le daba el actor puertorriqueño Juano Hernández: “Lo fundamental es que proyectes verdad en cada interpretación… nunca olvides que la cámara te retrata el alma”. Recordó además a la primera bailarina cubana Alicia Alonso en El lago de los cisnes y la genialidad del mimo francés Marcel Marceau, las lecturas shakesperianas y sus primeros pininos por la comedia en el Club de la Facultad.
“Los recorridos recientes de Blanca y [míos] por el Recinto, los ensayos, las funciones de Muchas gracias por las flores han echado al vuelo en ambos recuerdos de vivencias universitarias que fueron determinantes en nuestras vidas, porque además de lo que nos proveyó el aspecto académico, recibimos tantos estímulos del ambiente que predominaba en la Universidad”, dijo .
El narrador de historias en la pantalla chica, en las tablas, en el papel y en la pantalla grande, se autodefinió como un estudiante a perpetuidad, y enfatizó que “la sensibilidad, el idealismo, el propósito de vivir para la vida, es lo que le da alcance y profundidad al conocimiento”. Y todo lo decía con voz plena, con un timbre claro y firme. El público, compuesto por artistas, estudiantes, profesores, empleados y visitantes, lo seguía, reía con él, lo vitoreaba y lo acompañaba en aplausos.
En su discuso solidario, en el que destacó el papel que juega la Universidad, reconoció su espíritu militante en causas como la liberación del prisionero político Oscar López Rivera y exigió con firmeza la autonomía universitaria y el rechazo total ante cualquier tipo de infiltración política, lo que le valió el aplauso estruendoso del público.
En un aparte con Diálogo, Blanca Silvio Eró aludió al retorno universitario. “Es una alegría inmensa. Es como volver al pasado pero esta vez con toda la sabiduría que te dan los años, y eso lo atesora uno aún más. Estoy bien contenta por Jacobo porque de los momentos más felices de su vida ha sido el regreso aquí… En esta etapa de nuestra vida nos da un empujón para seguir haciendo cosas y para pedir un poco más de vida”, cándidas sus palabras.
Detrás de ella, caminaba Jacobo. “Este período es tan importante en nuestras vidas porque fue tan formativo, no solamente le dio bases a nuestra relación, sino también a nuestros oficios. Este momento ha sido cumbre en nuestras vidas”, apuntó.
Sobre el vínculo de la Universidad con la producción cultural del País, señaló: “Creo que hay un ambiente en esa dirección, y los artistas y los trabajadores de la cultura tienen que tomar plena conciencia de eso, y defender la autonomía universitaria”, su lucha perpetua.
Una hora después de finalizada la ceremonia, observamos de cerca al as de la cultura hablar con gusto, tomarse fotos, firmar autógrafos en afiches cuidados, y dedicar una dosis atenta de su tiempo a cada persona y cada mano que estrechaba la suya. El tiempo, concepto que hasta él mismo cuestiona, no intervino en su arrojo por quedarse detenido frente al Anfiteatro de la Facultad de Generales, abordado por numerosos rostros con quienes habló como si se tratara de un amigo de muchos años.