El pasado viernes recibí una llamada telefónica que cambió mi vida para siempre. Esa llamada marcó el inicio del suceso que marcará la historia de las comunidades lésbica, gay, bisexual y transgénero (LGBT) puertorriqueñas para siempre. Acabando de terminar de leer la nota electrónica sobre el hallazgo del cuerpo de un joven decapitado, desmembrado y parcialmente calcinado, un compañero activista y amigo me llamó para indicarme que estaba en camino al cuartel de la Policía de Guayama para averiguar si la víctima era un amigo en común. Las sospechas se confirmaron minutos después. Mi reacción inicial fue de pánico, pues esa violencia la había vivido ya mientras cuatro individuos me cortaban el paso en la carretera e intentaban matarme. Ese odio, homofobia, machismo y maldad se acercaban a mi mente, retumbaban en lo más profundo de mi ser, pues la conocía muy bien. No tardaron segundos para que exigiéramos que se investigara el ángulo de odio en este vil asesinato. En mi mente, no había duda, yo lo había experimentado ya. Las terribles garras del odio en contra de nuestra orientación sexual o identidad de género habían terminado con la vida de nuestro Jorge Steven. Esta situación me ha hecho recordar los momentos en los cuales sufrí, aunque afortunadamente no con el mismo resultado, la violencia homofóbica que destroza vidas. En aquel entonces, el miedo se apoderó de mí temporeramente. Pero luego de vivir en la capital estadounidense por varios meses, decidí volver a la patria para seguir viviendo sin miedo. Y desde entonces, no ha habido marcha atrás. Tan pronto me enteré del crimen de odio que nos arrebató a Jorge Steven, mi reacción no fue de miedo. Esta vez, no cejé ni un ápice para luchar porque se haga justicia. De frente, sin miedo. Con la verdad y la fuerza moral. Digna y respetuosamente. Exigiendo la igualdad que merecemos las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros. Sintiendo la fuerza de toda una comunidad que exige liberación. Agradeciendo la solidaridad de otra comunidad que ya goza de plenitud. Con estos instrumentos, he estado luchando, junto a innumerables personas y entidades para que le hagamos justicia a Jorge Steven. No quiero finalizar sin expresar mi indignación más profunda, que ante uno de los asesinatos más horrendos en la historia del País, el silencio ensordecedor de los líderes políticos y religiosos es una vergüenza de marca mayor. Les tiene que dar vergüenza el no hacer expresiones de solidaridad hacia la familia y allegados de Jorge Steven.Les tiene que dar vergüenza el no solidarizarse con las comunidades LGBT ante el odio que produjo este crimen. Les tiene que dar vergüenza el no condenar la homofobia en este caso y las acciones prejuiciadas del agente investigador. Les tiene que dar vergüenza el que han olvidado su obligación constitucional de instrumentar la igualdad para todos los seres humanos. Responsabilizo de la muerte de Jorge Steven a líderes políticos como Thomas Rivera Schatz que nos llama “torcidos y enfermos mentales” y a líderes fundamentalistas como Jorge Raschke y Carlos Sánchez que nos llaman “pervertidos e inmorales”. Así como los responsabilizo del clima de violencia e intolerancia que su retórica de odio promueve. Por Jorge Steven, por las víctimas de odio que no han tenido justicia, a los homofóbicos les digo, sin miedo y de frente, basta ya. Jorge Steven pude haber sido yo, pudo haber sido un familiar suyo, pudo haber sido usted mismo.