El brutal asesinato del joven de diecinueve años encontrado en el barrio Guavate de Cayey picado, calcinado y desmembrado junto con las expresiones del agente de la policía encargado de la investigación en torno a que “este tipo de personas cuando se meten a esto y salen a la calle, saben que esto les puede pasar” son el efecto de una subjetivación, de un saber criminológico, de un andamiaje jurídico y de un social marcadamente heterosexista y homofóbico cuyo rostro más evidente es la virulencia contra el otro.
Ya no basta con decir que estamos a favor de la tolerancia y en contra del discrimen. Eso no es suficiente. Se trata de que es necesario producir las condiciones políticas, sociales y culturales amplias en la dirección de conceder a las múltiples y variadas maneras en que los sujetos humanos somos, efectivamente, humanos.
Es necesario producir un posicionamiento político y jurídico a la altura del momento pues la contraparte de los crímenes de odio es el avance de los derechos humanos. Unos derechos que, como es planteado por Fernando Mires, nacieron para la protección y el respeto a las diferencias.
Mientras desde el imaginario heteronormativo se entiende que sólo los heterosexuales son hombres y mujeres “reales”, las vidas singulares de la gente y la teorización contemporánea reconoce que no hay linealidad ninguna entre sexo, género y deseo, que las mujeres no tienen el monopolio de lo femenino según como los hombres no tienen el monopolio de lo masculino, que lo no femenino no necesariamente es masculino y viceversa, que hay más cosas en el mundo que en toda nuestra filosofía y que la sexualidad no se agota en ninguna práctica performativa. En fin, concedemos a que si hay algo que nos caracteriza a nosotros los humanos es esta capacidad de producir (inventar) para nosotros una naturaleza, tras otra, tras otra.
Alrededor de la problemática transgénero se libra otro drama de poder, otra “guerra social invisible” y, a más avanzan las fuerzas democráticas del planeta entero contra la tiranía de la heterosexualidad compulsoria, más arrecia la violencia y la mezquindad contra la diferencia que encarna ese otro.
El asesinato de este joven de diecinueve años no es otra cosa que un crimen de odio.
La autora es profesora de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras