El descanso es el momento en que los mortales dejamos de trabajar y disfrutamos de algunos placeres. Pero en nuestro tiempo libre, ¿estamos realmente desligados del proceso productivo? ¿Encontramos la libertad en él o sólo permanecemos, sin darnos cuenta, más atados todavía? Un breve análisis de la autonomía del tiempo libre.
El perfil del hombre moderno, tal como lo conocemos hoy, se gesta a partir de dos acontecimientos históricos: la revolución francesa y la revolución industrial. La primera como la consolidación de la democracia como sistema occidental de organización y la segunda como cambio en la cotidianidad de la sociedad donde la producción se aferra a las normas de una nueva entidad, la fábrica.
Con la democracia se instaura un marco legal que obligará al individuo a cumplir ciertas reglas preestablecidas que, junto al sistema productivo fabril, lo mantendrán bajo la sombra de un capitalismo renovado. Éste le exigirá que produzca bienes de consumo, que los consuma y que cumpla con todas las reglas al pie de la letra. El sistema le pedirá docilidad política y eficacia productiva.
Es así como la cotidianidad del hombre se dividirá en producción y consumo. Pero, ¿en qué momento se le otorga el tiempo libre? Bueno, ésto se daría en el consumo. Uno imagina al obrero, luego de trabajar horas y horas, saliendo de paseo con su familia y disfrutando del salario obtenido consumiendo bienes. ¿Pero esto es realmente tiempo libre? ¿o sigue inmerso en la cadena productiva donde el consumir es un innegable para mantener el orden más allá de su real necesidad?
El verdadero descanso del hombre debería ser el lapso temporal en que no se haya realizando una tarea específicamente laboral, o ligada a ella. En ese instante el hombre intenta alcanzar su propia autonomía desligándose de cualquier atadura que le implique responsabilidad. Pero, a priori, cuando deja su puesto laboral y se inmiscuye en el descanso, es el consumo quien lo espera. (Consumo como momento contrapuesto a la producción).
Deberíamos primero plantearnos qué tan similares pueden ser el momento del consumo con el del descanso. Si el consumo es el continuar con la cadena de producción -produzco, luego consumo lo que produzco-; si a tal premisa la damos por válida no tardaremos en reconocer que las leyes de producción son idénticas a las que rigen el consumo. Siguiendo a Theodor Adorno, “el tiempo libre tiene como función restaurar la fuerza del trabajo”, es decir, es un cargar energías para volver a gastarlas con el proceso productivo. Pero, ¿qué sucede en ese descanso? ¿Descansamos?
Veamos el ejemplo de los hippies en los 60 y 70. Estos jóvenes salían a acampar como protesta contra el hastío y el convencionalismo burgués. Pasado un tiempo, a esta idea recreativa se la institucionalizó. Apareció un mercado nuevo con cientos de artículos de camping que vendían desde casas rodantes y lanchas hasta cañas para pescar y mesitas reclinables, abriendo locales exclusivos.
Lo central aquí es ver cómo se desvirtúa la idea primitiva del hombre en su estado de descanso, de ocio, imponiendo en ellos la necesidad, el deseo de ir de camping pero con la obligación de pasar antes por el local y comprar algún utensilio, al menos la navaja de multifunción. Este contacto hombre-naturaleza debería estar totalmente desligado de cualquier regla impuesta contra su autonomía. Lejos de esto, se le aplicó la lógica de compra y venta donde se marcaron pautas de cómo uno debe “pasar más despreocupado” su tiempo libre. Se impone la necesidad de consumir artículos de camping, se los produce y luego se los consume sin preguntarse si es una verdadera necesidad.
Adorno nos continua despabilando: “Si los hombres pudiesen disponer de sí mismos y sus vidas, si no estuvieran uncidos a la rutina, no deberían aburrirse”. Surge muy a menudo la idea de aburrirse en el tiempo libre. Esto es claramente por la continuación del proceso productivo donde debemos aprovechar al máximo el momento en que descansamos.
Se supone que todos tenemos un “hobbie”, algo que hacer en nuestros ratos libres. Adorno llama a esto pseudoactividad. La pseudoactividad es la espontaneidad mal dirigida ya que los hombres presienten lo difícil que es cambiar lo que los agobia. Prefieren enfrascarse en ocupaciones con satisfacciones institucionalizadas en vez de replantearse la posibilidad de hacer un uso realmente autónomo de su tiempo libre.
En la teoría de la cultura afirmativa de Herbert Marcase –quien va más profundo todavía- se ve como el hombre carga con una exigencia de felicidad.
Es por ello que tal exigencia lo reprime y deposita toda pretensión de felicidad en lo divino, en el alma. Es así como en el mundo material, el hombre sólo intenta volver soportable una existencia infeliz, cargada de desigualdades sociales y complejidades insuperables. El hombre es quien permanece perdido en la alienación de la eficacia productiva y ante cualquier desvío se vuelve políticamente dócil. No hay una preocupación por la libertad absoluta, no hay un intento por cambiar la raíz, por la verdadera redención.
El ciclo productivo rige sigilosamente la vida cotidiana de las personas. Es el descanso el momento que deberíamos buscar la autonomía y replantearnos nuestra propia vida cotidiana buscando caminos que nos aproximen a una mejor calidad de vida -en términos trascendentales- y a la felicidad misma.
Friedrich Nietzsche, en la piel de Zaratustra, concluye: “Una violencia más poderosa se engendra en los valores, y también una nueva superación. Quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal; este antes, debe ser un aniquilador y destruir valores (…) ¡Y que se derrumbe hecho pedazos todo lo que en nuestras verdades pueda derrumbarse hecho pedazos! ¡Dado que hay muchas cosas que construir todavía!”
El texto original fue publicado en alrededoresweb.com.ar/notas/tiempolibre.htm