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-Pensando en Puerto Rico, en José Saramago y en “Ensayo sobre la ceguera”. Había una ceguera, blanca por color o falta de él y lechosa por textura, que el portugués destinó a sus sujetos sin nombre y con obstrucción en los ojos. Estos desapodados, ante un horizonte pletórico de lactosa, hicieron lo que bien podían, abrirle hendijas a su invidencia -y no con galletas de chocolate que tan bien mezclan con la leche- sino con dagas, suciedad, golpes, olores y de vez en vez un añico de bondad. La hendidura expuso un cuadro jocoso y trágico. Las gentes con la plaga de pupilas ataponadas, a ciegas o no, se ahogaban en los mismos males repetitivos del antaño cercano y del lejano también, al menos en la novela o en la imaginación de luso. “Ciegos que ven, ciegos que viendo no ven”. A la postre se resume que a los cegatos de horizonte jincho se les restituyó la vista y con ella la posibilidad de mirar la calle… de prescindir del calostro que quizás sugeriría más tranquilidad que la ilusión de un mundo a todo color. Hay ocasiones, como también añade el texto, que de nada sirven las palabras. Hay otras que lejos de Portugal, de Lanzarote o de la ciudad desconocida del relato en que la leche de la ceguera es un poquito más mala. Los invidentes o videntes locales -¿acaso no es lo mismo?- que de alguna forma u otra no vieron la leche, notan ahora no sólo su presencia, sino que por ser parte del Trópico, está cortada*. *Cortada=podrida La autora es graduada de periodismo y literatura de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.