La comunidad iraní que reside en Puerto Rico no cuenta con un mecanismo que la reúna, pero la mayoría de sus miembros se conoce. El Estado no lleva un récord público y específico sobre sus perfiles y cantidades, pero cuando se les pregunta cuántos viven en la isla, coinciden en un mismo estimado: 24 familias, de cuatro a cinco rostros cada una. Es decir, de 96 a 120 personas. Eso, en términos estadísticos, es menos del 1% de la población que habita el país.
Su presencia en suelo puertorriqueño lleva décadas nutriéndose de emigrantes que cruzaron el océano Atlántico para restablecer sus vidas en el Caribe. La mayoría actual migró antes de que se desatara la Revolución de 1979, que trajo consigo la proclamación de Irán como una república islámica.
Estos migrantes se asentaron en recovecos de Fajardo, Mayagüez, Utuado, Ponce y Trujillo Alto, entre otros municipios, como profesionales de la salud, abogados, comerciantes y educadores.
Saideh Mahdavi y Reza Emamy, por ejemplo, arribaron hace más de tres décadas, y dictan cursos de inglés y matemática en la Universidad de Puerto Rico. Son, además, los padres adoptivos de la universitaria Mina Emamy, quien, aunque nació en Texas, se considera 50% boricua y 50% iraní.
Saide, Reza y Mina son la prueba de que un evento migratorio no diluye las expresiones culturales. Al contrario.
Comenzar el año en primavera
Cada 21 de marzo, las familias iraníes celebran el comienzo de un nuevo año, que arriba con la primavera. Le llaman Noruz, que significa “día nuevo” en persa. En diciembre festejan junto a la comunidad boricua, pero no es hasta que llega el primer día primaveral que de veras celebran la vuelta de la Tierra al Sol.
Son varias las tradiciones que permean la festividad. En la más conocida, Haft-seen, colocan siete elementos claves en una misma mesa, que funciona como una especie de altar para alcanzar la buena vibra.
La presencia de Sahbzeh sobre la superficie –planta que crece tras el cultivo de semillas de lenteja– significa renacer; Samanu (un pudín dulce), la riqueza; Senjed (una fruta iraní), el amor; Seer (un ajo), la salud; Seeb (una manzana), la belleza; Serkeh, (vinagre), la paciencia; y Somaq (una rojiza especia iraní), el atardecer.
13 puestas al sol más tarde, el 3 de abril, se reúnen en un espacio al aire libre y lanzan al mar lentejas que –durante dos, tres semanas– cultivaron en un plato cubierto por una toalla húmeda, hasta que germinaron. Cuando las lentejas trascienden el aire en libertad, representan buena suerte. A esta costumbre se le conoce como Sizdah Bedar.
La última vez, unas 30 personas llegaron a la misma orilla isleña para celebrar la tradición. Parecerían pocos, pero pasa que, en realidad, no fueron 30: como ellos, millones de miembros de la comunidad iraní alrededor del mundo lanzaron lentejas frente al mar. Eso hace la cultura: unifica y multiplica.
También a razón del nuevo año persa, Saideh, madre de Mina, ubica dinero en las páginas de un libro de poemas, se lo brinda a su hija, y cuando la joven lo abre, le lee en voz alta la poesía sobre la cual yace el billete, como un regalo.
“Es algo que planifico hacer con mi familia. Son cosas que, para mí por lo menos, son bien importantes”, comparte la universitaria sobre el inicio común que les hilvana con augurios de felicidades, arreboles y aire fresco.
Viajar con una maleta vacía
Sin importar la temporada del año, Mina y su familia suelen viajar con una maleta vacía. No para ropa, sino para cargar, de regreso, con ingredientes iraníes no vendidos en Puerto Rico, pero esenciales para confeccionar un plato típico iraní.
Aunque muchos de los alimentos preparados en el hogar de la joven los confeccionan mezclando especias iraníes y puertorriqueñas –no falta el adobo en la alacena, aseguran– guardar fidelidad a las recetas iraní, muchas veces, es la meta.
En Puerto Rico, empero, no hay mercados iraníes. Fue en California, uno de los estados con mayor población de emigrantes de Irán en Estados Unidos, cuando la puertorriqueña-iraní visitó por primera vez un colmado repleto de ingredientes persas. Para el censo del 2010, vivían 448,722 iraníes en Estados Unidos.
“Era un lugar en donde podía comunicarme con todo el mundo en farsi y hablar con mi madre sin recibir esas miradas extrañas que recibiría en Puerto Rico”, recuerda Mina.
Hablar farsi en Puerto Rico
Cuando tenía ocho años, Mina no se sentía cómoda hablando en público el idioma natal de sus padres adoptivos. Sentía juicio por parte de quienes le escuchaban. Optaba por comunicarse en inglés, lengua que desde siempre ha sido puente entre ella y sus padres, y en la que se comunican con mayor frecuencia.
En Puerto Rico no existen centros concentrados en la enseñanza del farsi, idioma oficial de Irán. De haberlos, quizá más personas podrían incluir a la comunidad iraní en su conciencia multicultural, pero no pasa, comentan con frecuencia los miembros de la comunidad.
“Nos confunden con árabes, con turcos. Nadie sabe que no somos árabes. Compartimos el mismo alfabeto, pero, incluso, son dos idiomas completamente diferentes”, dice Mina, con voz de denuncia cansada.
Iraní y árabe no son sinónimos. Y sí, hubo guerra en Irán, pero también mantecado de rosas.
Mantecado de rosas
—¿Cómo sabe una rosa?
—Si te comes un pétalo, sabe a eso, y a pistacho.
—¿Qué sientes en la boca cuando piensas en mantecado de rosas?
—Siento felicidad.
En cada viaje, Mina y su familia siempre intentan regresar con zafrán, agua de rosas, pistachos iraníes y jarabe de pomarrosas, ingredientes esenciales para la confección del postre favorito de la joven: mantecado de rosas.
“Hay tan pocas formas de conseguir ingredientes iraníes que intentamos utilizarlos poco. Si lo como una vez cada tres años, es mucho”, piensa.
La última vez que lo comió fue en junio, pero cuando se le pregunta a qué sabe, Mina pareciera estarlo degustando en ese preciso instante. Se le relaja un poco la mejilla y sonríe un poco más, como quien acaba de saciar un ansiado antojo. Lo rememora suave, cremoso, refrescante, dulce, gentil, literalmente, con sabor a pétalos de rosa.
“Es de esas comidas que las pienso y mi boca se agua”, explica sobre el postre que lleva flores en su nombre y que, cada cuanto, su madre prepara casi a modo de ocasión especial.
Poder saborearlo es un gusto esporádico que atesora cuchara a cuchara, quizá tanto como los lazos de comunidad que sostiene con los demás miembros de la comunidad iraní en Puerto Rico.
Cenar en familia cultural
Cada mes, una cena da cuenta de los lazos que une esta población. Sucede en la cotidianidad de un hogar. Una familia se vuelve anfitriona y recibe en su vivienda a integrantes de la comunidad que consideran familia. Y es que, para los iraníes, sentirse en familia tiene que ver más con un enlace cultural que con cualquier componente genético.
“Nos hemos conocido durante 27, 28 años. Hemos criado nuestros hijos juntos. Somos realmente como una familia. Nuestros hijos se llaman primos, primas. Así de cercanos somos. La familia no es solo biológica. A veces hay amistades que son aun más familia”, asegura Saideh, madre de Mina y anfitriona de la última cena.
“Para nosotros es bien importante tener contacto paisano para tener cultura. Somos familia cuando estamos juntos aquí”, afirma Abbas Khorsandi, vecino de la familia Emamy.
“Encontramos bien importante mantenernos en contacto. Como somos tan pocos, es la única forma que podemos hablar, practicar nuestro lenguaje, comer nuestra comida”, agrega Mina, sobre una cultura que ha sobrevivido tiempos, distancias, guerras y silencios.
La grandeza de una comunidad nunca ha dependido de porcentajes, y la familia cultural iraní en Puerto Rico no será extensa, pero es grande.