Viajar es humano, el desplazamiento es humano, natural. Pero no todo desplazamiento constituye un viaje. Nos desplazamos del baño a la cocina y no viajamos, del trabajo a la casa y quizá tampoco viajemos. Puede que lo necesario no sea un avión ni un tren, sino la certeza de que algo hemos recorrido, la asunción de la distancia. Esto es lo que hace el escritor mexicano Luis Felipe Lomelí: asume las distancias. La migración es parte esencial de toda su obra, desde su primer libro de cuentos: “Todos los santos de California”, pasando por su primera novela: “Cuaderno de flores”, pero específicamente en su segundo libro “Ella sigue de viaje”, es en donde vemos al siempre emigrante Lomelí en toda su anchura. En “Ella sigue de viaje”, Lomelí aborda o sintetiza en buena medida la condición de muchos latinoamericanos en su eterna condición de emigrantes. El punto de partida es el microcuento que abre la colección y que lleva por título El emigrante: “– ¿Olvida usted algo? –Ojalá”. El libro es fácil de digerir y no por esto renuncia a cierta profundidad que deja en el lector la sensación de haber, en efecto, viajado. En todos los cuentos hay una mujer, ausente o en la memoria. El libro se impone por una sinceridad poco efectista que crea sin embargo, otro efecto más complejo de lograr que es el de la sencillez. “Tarde se aprende lo sencillo, tarde para nuestro daño”, escribió José Hierro, pero este regiomontano de 35 años conoce y domina la sencillez desde hace mucho rato. Diálogo lo entrevistó sobre éste y otros aspectos presentes en su obra. Diálogo– El microcuento que abre el libro y que considero uno de los mejores logrados en lengua española, tanto por su intensidad y posterior resonancia, como por su aparente falta de pretensión, funciona como resumen o abertura del resto del libro. ¿Así lo concebiste? LFL– Hartas gracias por las flores. El Emigrante era una suerte de juego conmigo mismo en cada mudanza. Autobuses y aviones tenían junto a la puerta un cartelito que decía “¿Olvida usted algo?” y nada más leerlo me daba para pensar en todo lo que sería conveniente recordar y todo lo que sería mejor olvidar de la ciudad que dejaba. Asimismo, mis recuerdos de infancia comienzan en California, de modo que el asunto de la migración, de tener recuerdos a los que no se les puede situar un lugar (porque “ese lugar”, aunque exista, ya no existe), ya venía de hace tiempo. Cuando estaba terminando el librito de Ella sigue… tuve que ir a un taller de microcuento por obligación de una beca de la Fundación para las Letras mexicanas. Estaba aburridísimo y dándole lata a una amiga que me retó: “si crees que es tan fácil el microcuento, haz uno”. Y lo hice ahí mismo, sin darle importancia, poniendo nomás en papel mi juego privado en cada mudanza. Pero unas semanas después, cuando iba a llevar el libro a la editorial, me acordé y me pareció que todos los textos quedaban resumidos ahí. Así que lo incluí. No sabía si como epígrafe o como cuento y, por supuesto, tampoco se me había ocurrido eso de contar palabras para compararlo con El Dinosaurio (de eso me enteré en una entrevista para la tele). Más aún, mientras esperaba el fallo de Tusquets, mandé El Emigrante a una revista donde felizmente lo rechazaron. De modo que para mí fue una sorpresa enorme cuando resultó lo que resultó. Diálogo– La canción “Patagonia” de un amigo argentino dice: “Qué poco significan los lugares, yo pertenezco a todos a la vez, en todos a ocurrido algún milagro y todo me recuerda una mujer”. ¿Pasa eso en este libro? LFL– La canción suena maravillosa. Y sí, pasa esto en este libro: siempre ha ocurrido algún milagro (aunque el milagro suene terrorífico) y todo me recuerda una mujer (aunque la mujer sea imaginaria). Sólo una precisión: entiendo que para un argentino, “qué poco significan los lugares” quiere decir que son harto significativos. O yo así lo veo. Aunque la condición humana sea la misma, el entorno afecta a los cuentos de dos formas. Primero, porque no es lo mismo crecer en un país en guerra, bajo una dictadura, o en un país que ya se olvidó de lo que es la guerra, como México, y donde ni siquiera se tiene la noción clara de qué es un “veterano” (como en EE.UU.). Segundo, por una cuestión efectista: el cuento de La Habana en realidad sucedió en un lugar muy árido y anodino, situarlo en La Habana (o en Río de Janeiro) permite utilizar los prejuicios del lector. Lo mismo con el cuento en “Patagonia”: los lugares no son intercambiables. Diálogo– Una primera lectura puede dar la impresión de que la colección de cuentos deja en el lector un sabor a mochilero, a alguien que nos lleva de paseo por el continente americano, pero desde una distancia digerida o desde el recuerdo. LFL– Aquí sí no sé qué decir. Nunca he sido realmente un mochilero. Nunca he andado como hippie recorriendo el mundo. Más bien, lo que he hecho es mudarme. Conseguir algún tipo de trabajo e irme por unos meses a un lugar. Me gusta sentir que estoy en el sitio, convivir con la gente, ver cómo es la cotidianidad y no sólo conocer a los compadritos hippies del hostel (de hecho, rara vez me he hospedado en un hostel, prefiero llegar con algún lugareño). Tal vez por eso se percibe una diferencia respecto al diario de viajes de un mochilero. No sé. Algunos cuentos los escribí años después de la mudanza, otros en el mismo sitio. Diálogo– En todos los cuentos en que instalas la narración en algún país determinado de nuestro continente, asumes el dialecto de cada geografía. ¿Por qué? ¿Con qué fin? LFL– Básicamente por dos razones. Primero, por verosimilitud (cuando leo a un autor latinoamericano y uno de sus personajes dice de forma injustificada “no seas gilipollas”, me recuerda que lo que leo es algo que escribió un tipo, me saca de la historia, se me rompe la magia). Segundo, porque me encanta el lenguaje y continúo en la siguiente respuesta. Diálogo– Meterse en los dialectos no es nuevo, pero sí muy transgresor, máxime cuando los conservadores que insisten en defender las fronteras nacionales se resisten a creer en lo blandas que éstas pueden llegar a ser. ¿Es para probar lo volátil que suelen ser las literaturas nacionales que transgredes los distintos dialectos y hechos históricos concretos en el libro? LFL– El lenguaje es como una enorme caja de juguetes. Cierto es que muchos niños tienen uno o dos juguetes preferidos, pero a mí siempre me ha gustado jugar con todo lo que tenga a la mano. Reducir el lenguaje por una cuestión académica y/o madrileñista, es como prohibirle a un niño jugar con todos sus juguetes: “¡sólo vas a jugar a los carritos y se acabó!” Me parece algo muy corto de miras, muy aburrido. Lo mismo se puede extrapolar a la cuestión de las llamadas “literaturas nacionales”. La creación de los estados nacionales es un punto muy interesante de la historia. Y muchos artistas han utilizado y han sido utilizados por los Estados para la construcción de los idearios nacionales (en el país que sea y bajo el régimen que sea, desde la Alemania Nazi, los EEUU, la Revolución Cultural China, Francia y sus Alianzas y un largo etcétera que pasa por mi querido país y sus muralistas). Pero si bien los estados nacionales fueron constructos con sus dos rostros de Jano (el lindo, evitar la “centroamericanización” popularmente conocida como “balcanización” de un territorio y; el horrendo, la xenofobia, el racismo y guerritas como la primera y la segunda guerras mundiales), la literatura no tiene por qué circunscribirse a ninguno de estos constructos pues su materia es la condición humana. Más aún, el discurso nacionalista no es más que otro discurso gregario y el arte, salvo para los académicos, no tiene importancia por venir de tal o cual grupo sino porque uno, como lector o espectador, pueda sentirse identificado. Diálogo– Algunos cuentos me parecen mejor logrados que otros. Esto, en parte, porque se percibe una sinceridad quizá no buscada, pero que palpita irremediablemente, y que no está en otros cuentos. ¿Tú qué crees? LFL– Totalmente de acuerdo. Hay algunos cuentos más efectistas. Hay otros que son netamente autobiográficos, ya sea porque el personaje sea yo o porque sea alguna persona a la que quiero mucho. “La sombra de los peces en la arena”, por ejemplo, era algo tan de adentro que ni lo pensé como cuento. En cambio, “No me ignores” es algo más construido (eso no quiere decir que no me importe el tema, sino sólo que hay una distancia mayor). Diálogo– Hay instancias en los cuentos que rozan y coquetean mucho con la poesía, pero que sin embargo, no renuncian a la prosa. ¿Cómo te llevas con la poesía? LFL– Me gusta. Lamentablemente creo que a la poesía le hace más daño esto de las modas y los gremios que a la narrativa. Es decir, un cuento o una novela, por más contaminado que esté de ideología estética o política, la mayoría de las veces por lo menos te entretiene con una historia. Diálogo– El viaje como metáfora de la vida funciona porque conocemos de antemano el punto de partida y de llegada, aún así no la explica. El misterio está en el medio. ¿Tú qué crees? ¿Luis Felipe Lomeli sigue de viaje? LFL– Sincho Kalimán, que es como un superlativo de “sí”. Hace como 10 años escribí, en perfecto chicano, en el primer cuento que me ganó un premio importante: “Recorrer una buena cantidad de kilómetros, de postes de teléfono y luz. Find a place and refuse to settle… Find a settle and refuse to place it”. El asunto sigue siendo más o menos el mismo, aunque no se trata de colocar una banca sino a uno mismo. También me da por quedarme por temporadas en algún lugar tranquilo, para digerir lo que he visto. Cuando estaba en preparatoria se me ocurrió que uno vivía siempre en salas de espera y autobuses, o aviones (trabajaba como agente de ventas viajero). Sigo pensando lo mismo. Sólo espero que los viajes y las salas de espera sean más agradables.