El olvido y la indiferencia atroz hacia África y sus “problemas” que padece Occidente a veces parecen disiparse. Generalmente, la modorra de la conciencia se despabila un poco cuando se escucha hablar de cientos o miles de muertos. África está ardiendo, aunque hace rato vive entre brasas, y el fuego de hoy tiene su centro en la frontera este del Congo, limítrofe con Ruanda. ¿Dónde más? La situación en la República Democrática del Congo, peligrosamente y todavía de manera parcial, vuelve a copar las portadas internacionales. Es ingenuo pensar que pueda vivir en paz la zona donde hace 14 años hubo un genocidio étnico -800 mil tutsis asesinados- y donde apenas hace cinco años terminó un conflicto que dejó más de 3.5 millones de muertos, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial.
El rey Leopoldo II de Bélgica poseía el Estado Independiente del Congo -État Indépendant du Congo- cuyas fronteras coinciden con la actual República Democrática, y lo administró personal y despóticamente de 1885 a 1908, dejando un lastre estimado de 10 millones de “nativos” muertos. Bajo la administración belga, convergieron algunas políticas sociales que, junto con la historia antigua del área, fortalecieron las raíces del conflicto actual. Debido a que los tutsis, tribu del África Central, eran más altos, delgados y con rasgos faciales afinados, eran considerados por los colonos belgas “genéticamente superiores” con respecto a otras tribus, pues, según ellos, dicha fisonomía los asemejaba más a los blancos. Los hutus, pueblo nativo de Ruanda y Burundi que había sido vencido militarmente por los tutsis pasado el siglo 16, fue la tribu que más padeció las diferencias raciales impuestas por los europeos. Aunque desde el siglo 19 los hutus eran denigrados socialmente, la entrega en 1934 de un “carné étnico” por parte de los belgas a los tutsis, que otorgaba a éstos mayor nivel social y mejores puestos en la administración colonial, significó para los hutus una gran humillación. De 1934 a 1960, los belgas utilizaron políticas raciales para manipular Ruanda y el Congo en pos de seguir monopolizando sus riquezas minerales, el marfil y el caucho. Apoyaban o hundían partidos políticos de bases étnicas, es decir, racistas. Pequeñas milicias antihutus o antitutsis surgían y desaparecían a diestra y siniestra. Las semillas del odio tribal quedaron bien enterradas y estaban a punto de florecer cuando Bélgica concedió la independencia a sus territorios. La década de 1990, el decenio del infortunio en Ruanda, terminaría por engendrar lo que hoy acontece en la República Democrática del Congo. Es la época de los asesinatos en masa y la destrucción de lo que quedaba del gobierno local. Es el momento en que cambió la geopolítica de la zona, pues la pequeña Ruanda, ignorada por mucho tiempo, ahora era temida e incluso estaba infiltrada en las esferas de su gran vecino, el Congo.
El origen moderno del conflicto en el Congo yace en el asesinato de Juvenal Habyarimana, presidente de Ruanda, en abril de 1994. Tras su caída, un régimen extremista hutu masacró a 800 mil tutsis. Dicho régimen tuvo éxito en la aniquilación racial, pero fue depuesto y derrotado por un grupo rebelde tutsi (el Frente Patriótico de Ruanda) hecho que ocasionó que más de un millón de refugiados hutus huyeran al Congo, que desde 1971 hasta 1997 se llamó Zaire. De ese millón de hutus, miles murieron en actos violentos aleatorios, pero la mayoría pereció por enfermedades en los campos de refugiados. La tragedia se intensificó aun más, pues junto a esos refugiados llegaron líderes políticos y militares hutus. Los campos se convertirían pronto en bases armadas para continuar la guerra en contra del gobierno de Ruanda y, por supuesto, perpetuar la masacre de tutsis. Dos años después, en 1996, Ruanda decidió que no podía tolerar más los “campos de refugiados” y, como era de esperarse, invadió Zaire. El ejército ruandés, dominado por tutsis, obligó a cientos de miles de personas a regresar a Zaire. Se desconocen los datos reales, pero se sabe que la mayoría de las personas que regresaron fueron prontamente aniquiladas. Ruanda dominaba al Congo. Su ejército había ocupado Kinshasa en mayo de 1997. Luego de imponer un régimen manipulable, Ruanda no quedó satisfecha con la persecución interna contra los hutus, así que invadió el Congo de nuevo en 1998 para mantener una zona de influencia directa en la frontera este, rica en minerales y piedras preciosas, e instaló un régimen provincial que administraría la zona. La llegada de Joseph Kabila a la presidencia en 2006 -tras un proceso electoral sólido- dio esperanza al Congo. Los acuerdos de Goma y Nairobi, la creación de un Ejército formal, la Misión de Naciones Unidas en Congo (Monuc) y la desmovilización de las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (FDLR), grupo de extremistas hutus, parecían pasos sólidos hacia la estabilidad. El líder rebelde tutsi de la República Democrática de Congo, Laurent Nkunda -que dice defender a su pueblo del FDLR-, decidió levantarse contra el gobierno congoleño luego de que el pasado mes de agosto no se completara la desmovilización del FDLR en la fecha acordada por la ONU. Nkunda domina el conflicto y mantiene en vilo a la región. Su lucha ha costado miles de vidas y 250 mil desplazados.
El reciente levantamiento en el Congo es sin duda una derrota para la ONU. Pese a que en los pasados días elevó su presencia militar a 20 mil cascos azules, Olusegun Obasanjo, su enviado especial, sólo ha logrado un tímido alto al fuego y una aceptación condicionada y frágil al diálogo por parte de los combatientes. Esto se suma a la lista de errores, algunos ya aceptados, que ha cometido la ONU en torno al caso del Congo y Ruanda. Quizá el más grave de todos ellos sea su mal manejo de los campos de refugiados. Durante la década de los años noventa, la impotencia de la organización causó que los campos se armaran y se convirtiesen en escenarios de masacres. Además, continúa presente el problema del monopolio y la repartición de las ayudas alimenticias, médicas, etc., que muchas veces no llegan a quienes más las necesitan. ¿Qué será de África? ¿Cuál será el desenlace de este conflicto? Quizá va siendo hora que a estas preguntas les sumemos una que desde hace años se viene repitiendo de a poco: ¿el crédito de la ONU, se ha agotado? Al parecer, al menos en África, la respuesta parece afirmativa.