Einstein decía que de la crisis nace la invención. Yo creo que también los cuestionamientos, las posibilidades y las nuevas perspectivas. María vino para revolucionar nuestros planes, ideas, la manera en que miramos la vida y sobre todo a destapar la realidad de las luchas que viven los y las puertorriqueñas todos los días en Puerto Rico y que, en la normalidad de nuestra rutina, ignoramos o simplemente ni nos enteramos.
En esta catástrofe hay un denominador común que sale a la luz cada vez que pensamos en “levantarnos”. Este denominador es la pobreza. Quienes tienen menos, siempre son los y las que se mantienen vulnerables ante los eventos naturales que una y otra vez amenazan con llevarse lo poco que tienen y han adquirido con muchos sacrificios.
Esta población, en ocasiones, es blanco de ataques pues quienes gozan de privilegios y acceso fácil a satisfacer las necesidades básicas, muchas veces juzgan las condiciones en que vive esta población “pobre” que “construye donde no debe” o “están acostumbrados a que les regalen todo”.
El problema dentro de estas circunstancias, es que quienes generan esa pobreza no son solo quienes la padecen. María ha sido un fenómeno que pasó para aplaudirnos en la cara la realidad de la responsabilidad que tenemos quienes, sí tenemos acceso a unos privilegios. Estos privilegios deberían utilizarse para ayudar a quienes no gozan de ellos.
Por un lado, más allá de toda la ayuda que hemos generado para levantar a nuestra Isla y la solidaridad desbordada que se ha tirado a la calle para asistir a estas comunidades que no tienen acceso a suministros, esta se traduce a una asistencia temporal y no a algo permanente. Es entonces, desde el otro lado, que debemos repensar cuales son las realidades para el futuro que enfrentan estas poblaciones y cómo podemos aportar y promover que ese panorama cambie.
No es un secreto para nadie, que la pobreza siempre va de la mano de la baja escolaridad, pues la educación es el único elemento o al menos, -el más efectivo- para generar una movilidad social que permita que quienes acceden a estudiar una profesión, puedan echar “pa’ lante” y progresar. Si tuviésemos la misma pasión de solidaridad con ayudar al pobre a educarse, habría tantas o más paletas de becas como las hay de agua.
La educación superior es la única herramienta directa que puede provocar cambio social y es nuestra responsabilidad cuestionar la poca accesibilidad que tienen quienes no han podido llegar a la Universidad, para garantizarse una vida digna y estable. Una vez más, la educación entra como protagonista dentro de nuestros males.
Es la escuela, la Universidad, la Academia, quienes tenemos el mandato social de cuestionar las variables que no permiten el acceso a la educación de las poblaciones más pobres y provocar que esta accesibilidad se garantice. La educación es la única herramienta capaz de erradicar nuestros males sociales, pues la ignorancia es la raíz de cada uno de ellos.
Ayudar en tiempos de necesidad es un acto de compasión, desear transformar las vidas y mentes de los necesitados para que no sean pobres en materia y vida es una revolución de dignidad humana.
La necesidad no se sacia con botellas de agua, se sacia con educación, con estabilidad y de la capacidad de desarrollar un ciudadano y ciudadana independiente, responsable y comprometido con levantar a Puerto Rico; no solo con María. María es simplemente la oportunidad de renacer, de crecer, de brindar al pobre las herramientas necesarias para hacer y no necesitar.