Solemos pensar en fronteras como demarcaciones físicas entre países. Menos frecuentemente las usamos para denominar demarcaciones temporales. Estos hábitos del pensamiento reflejan un alto grado de ironía, pues es precisamente a través del tiempo que logramos definir las líneas físicas que llamamos fronteras. Esta observación la hice un día, en mayo pasado, mientras observaba gente transcurrir a través de la línea política que define donde comienza Haití y termina República Dominicana. Ahí el comportamiento de la mayoría de los transeúntes manifestaba un desinterés o, en el mejor de los casos, un desafío a las lógicas centenarias—razonamientos fundamentados en el poder económico y político, formas de pensar nutridas particularmente por el eurocentrismo—que justifican la existencia de esa frontera. Este desfase entre lo físico y lo temporal, o—más precisamente— entre las leyes e intereses que exigen la existencia de esa frontera y el comportamiento irreverente hacia la línea demarcatoria de los que viven ahí, señala la necesidad de cuestionar los contornos—históricos y culturales—de esa división física. La exploración de las ideas, opiniones y sentimientos de personas que habitan la frontera haitiano-dominicana—particularmente cómo ellas/os subvierten las lógicas del poder económico y político sobre la frontera—ha sido el objetivo de un grupo de investigadores/as del Departamento de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico en Humacao. El proyecto, auspiciado en diferentes momentos por ATLANTEA, el programa de intercambio académico caribeño de la Universidad de Puerto Rico, se inició como una colaboración con colegas dominicanos/as que establecieron un portal de periodismo digital sobre la frontera hatiano-dominicana (www.espacioinsular.org). Para el 2009 esta colaboración cumplía tres años y había producido varios foros académicos (en la frontera y aquí en Puerto Rico), un video, una exposición fotográfica y varios artículos de prensa. Entre las actividades en desarrollo, se destacan la elaboración de un módulo instruccional sobre racismo y comunicación, un estudio comparativo sobre la representación de inmigrantes en los medios de comunicación dominicanos y puertorriqueños y un estudio sobre identidad y comunicación entre personas que se consideran haitiano-dominicanos/as. La magnitud y transdisciplinariedad del proyecto han servido para integrar colegas de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y de profesores/as de varias universidades en Haití y República Dominicana. En forma similar, además de Espacio Insular, se ha logrado la colaboración de varias organizaciones haitianas y dominicanas que trabajan con los derechos humanos de las personas que habitan la frontera. Entre los hallazgos de la investigación, sorprende la intransigencia de la esclavitud— la historia y actualidad de sus concepciones y prácticas—como fundamento de la frontera haitiano-dominicana. La pertinencia de la esclavitud para comprender la actualidad haitiano-dominicana es enfatizada continuamente por historiadores/as. Por ejemplo, la estadounidense Anna Julia Cooper, quien en 1925 fue la primera mujer negra en recibir un doctorado de la Sorbonne, exploró en su tesis doctoral la revolución haitiana como instancia emblemática de la reticencia de la historiografía dominante para reconocer las consecuencias contemporáneas de la esclavitud. En La construcción de raza y nación en la República Dominicana, otros dos historiadores trazan el desarrollo del racismo en República Dominicana. En ese contexto, realizan una arqueología de la palabra “indio” y cómo es que ha llegado a ser usada para sustituir los términos “negro” y “mulato” en la cultura dominicana contemporánea: Su análisis demuestra la intercalación de la frontera y la esclavitud en la construcción de la identidad nacional dominicana. Así describen cómo durante el siglo 18, los esclavos que se fugaban de la parte francesa—hoy Haití—para establecerse en la parte española—hoy República Dominicana—de la isla, se hacían llamar “indios” para protegerse de ser devueltos a sus antiguos amos y para romper con el estigma de la esclavitud. El reciente encuentro en Puerto Príncipe, “La trata de esclavos en la historia y las condiciones de trabajo actuales en Haití”, es otra manifestación de la relevancia de la esclavitud para una comprensión de la contemporaneidad. dominicana-haitiana. Celebrado en agosto del 2009 en Puerto Príncipe, este foro, organizado por el Grupo de Apoyo a Refugiados y Repatriados (GARR por sus siglas en francés) y en el cual participaron más de 500 personas, se identificaron los múltiples paralelismos entre la esclavitud del siglo 18 y las condiciones actuales de trabajo de los/as empleadas/os domesticas (muchos de éstos son menores de edad), obreros de la construcción y campesinos/as en Haití. Tal vez la actividad actual más cercana a la esclavitud abolida durante el siglo 19, es la del tráfico de personas. Según estadísticas recopiladas por la propia GARR, la organización Solidarité Fwontalye y la la Red Fronteriza Jano Siksè para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, durante el 2008 más de 37,896 haitianos fueron víctimas del tráfico humano. De estas personas, 26,095 eran hombres, 8,650 mujeres y 3,151 niños/as. El destino más conocido para los hombres es de las centrales azucareras en República Dominicana, donde viven en condiciones infrahumanas: sin camas, ni agua potable, ni baños. Según un informe de GARR, en el 2007 el trabajo de los braceros y las condiciones de miseria en que son obligados a vivir produjeron 20 millones de dólares en ganancias para las centrales azucareras ubicadas en República Dominicana. La explotación sexual, se menciona frecuentemente en los estudios de las organizaciones de derechos humanos en la frontera, como el destino más lucrativo para el tráfico de mujeres y menores de edad, A pesar de la permeabilidad de la frontera para el tráfico ilegal de personas, ésta se ha construido, desde el siglo 19, como baluarte definitorio de la identidad dominicana. El antropólogo Aquiles Castro señala que la propia idea de un estado nacional dominicano se forjó a mediados del siglo 19 en contraposición al estado haitiano. Y para moldear ese estado era necesario fomentar una ideología anti-haitiana. Esta fabricación ideológica del anti-haitianismo como principal componente de la frontera se consolidó bajo la dictadura de Trujillo, particularmente con la masacre del 1937, en la cual se estima que en menos de un mes, tropas del ejército dominicano asesinaron de 12,000 a 17,000 haitianos en la frontera. Joaquín Balaguer, quien en el 1937 era miembro del gabinete de Trujillo y posteriormente fungió como presidente de la República en varias ocasiones, se ocupó de elaborar la justificación de esa masacre y de cimentar la identidad nacional dominicana en el anti-haitianismo. Para él, esa masacre tenía precedentes históricos en los esfuerzos de Isabel la Católica por mantener la pureza “racial” de España y era mejor caracterizada como “obra de nacionalización” inspirada en “un sentimiento de defensa…contra cuatro siglos de depredaciones realizadas …por grandes bandas de …haitianos”. Todavía hoy, la haitianización de la frontera es tema predilecto de las elites dominicanas. A principios de octubre de este año, por ejemplo, el secretario de las fuerzas armadas dominicanas anunció un programa para repoblar con familias de militares aquellos sectores de la frontera “invadida” por haitianos. Alarmados por la creciente agresión física y simbólica contra sus compatriotas en la República Dominicana, un grupo de intelectuales haitianos escribieron a principios de noviembre de 2009 una carta abierta al Presidente dominicano En ésta, solicitaban un fin a la campaña de odio contra haitianos/as en la República Dominicana a través de los medios de comunicación y recomendaban a ambos gobiernos la reactivación de mecanismos de colaboración binacional. El mercado binacional que se celebra en la ciudad dominicana de Dajabón desde la década del 1980 es precisamente uno de esos espacios de colaboración haitiana-dominicana señalada como necesarios por los/as intelectuales haitianos. Sin embargo, éste se ha desarrollado a pesar de los gobiernos de los dos países. Cada lunes y viernes centenares de dominicanos/as y haitianos/as se congregan en esta ciudad en la frontera norte para la venta de productos que van desde frutas y vegetales hasta electrodomésticos. El inicio e institucionalización del mercado han sido obra principalmente de mujeres de ambos lados de la frontera. No existe otro espacio de diálogo comercial y cultural entre los dos países que tenga la frecuencia, y sea tan masivo e informal como el mercado binacional y bisemanal de Dajabón. El potencial de este mercado como espacio para explorar y fomentar la convivencia entre la gente de ambos países se expresa en los rostros de los hombres, mujeres y niños/as que cada lunes y viernes transforman a Dajabón en una fiesta bicultural. Si, aún en medio del hostigamiento físico y verbal de los/as haitianos por parte de los militares dominicanos, y en medio de la indiferencia, ineptitud y corrupción de representantes de ambos gobiernos frente al tráfico de humanos, en ese mercado es palpable el sentimiento de que otro Caribe es posible, uno donde la solidaridad tenga primacía sobre las fronteras y los legados de la esclavitud. _____________________________ El autor es profesor del Departamento de Comunicación de la UPR de Humacao. Las fotografías son propiedad de Ricardo Arduengo, facilitadas a Diálogo con fines educativos: www.rickyarduengo.com