El día 17 de febrero de 2011 el movimiento estudiantil del recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico, que se manifiesta en contra de la cuota de ochocientos dólares, quiso llevar a cabo una Asamblea en la Facultad de Humanidades. Para esto realizaron una actividad de cierre y toma de los edificios de la Facultad, por medio de una marcha, música, consignas y megáfonos. La idea, según los mismos estudiantes, era propiciar el que los profesores le permitieran a los estudiantes el poder asistir a dicha Asamblea y darle la oportunidad a otros compañeros de participar de la misma.
El problema es que lo que en verdad se suscitó durante la avanzada estudiantil por los salones de clases, fue una realidad muy distinta a la proclamada. Estos manifestantes se encontraron con profesores que, si bien le dieron permiso a aquellos estudiantes que quisieran asistir a la Asamblea, continuarían con sus labores académicas. De igual modo, consiguieron compañeros que no deseaban participar en la actividad y querían seguir recibiendo cátedra en su salón.
Fue entonces cuando los manifestantes comenzaron a hacer imposible el que esto pudiera llevarse a cabo y sencillamente obligaron a los profesores a no seguir impartiendo las clases de hoy. Entre generar un ambiente que posibilite a los estudiantes a participar de la Asamblea y obligar a los compañeros a salir del salón para asistir a la misma, hay dos discursos totalmente distintos.
Esta actitud no sólo va en contra del alegato principal que avalaba la manifestación del día, sino que además es absurda en cuanto a sus verdaderos resultados. El estudiante que abandona malhumorado su salón, no va a ir a la Asamblea sino que se va a ir a su casa o a cualquier otro sitio a hablar mal de quienes no lo dejaron coger clases. Hubiese sido distinto si se le hubiese invitado con argumentos, mediante el debate inteligente y racional.
Pero lo más terrible de esta actitud es el fanatismo, la agresividad, la intransigencia y el desdén por el semejante que demuestran los que la toman. La fuerza de choque de la Policía abandonó el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico a principios de semana, pero en su lugar, pareciera que ahora quedó otro mecanismo de represión, intimidación y violencia. Ahora bien, éste no responde a la Administración ni al Gobierno, por el contrario, este contingente responde al movimiento estudiantil.
Esta "fuerza de choque" estudiantil, sacaba de sus salones a los compañeros que querían estar en clases, con el mismo ímpetu y la misma seguridad (aquella que da el creer que se está haciendo lo correcto), con la que los agentes de la Unidad de Operaciones Tácticas evitaba que los estudiantes manifestaran dentro del recinto o hicieran desobediencia civil. Por supuesto que el grado de violencia y fuerza física no son comparables, pero si la intimidación y la represión contra miembros del estudiantado. Si la Policía impedía el derecho a manifestarse y la libertad de expresión, esta otra fuerza de choque impide el derecho a recibir clases y la libertad de cátedra.
La lucha estudiantil debe estar dirigida en contra de la administración y sus medidas. El enemigo del estudiantado que protesta no puede ser el estudiantado que quiere estar en clases. No se justifica que los manifestantes ataquen y agredan a sus compañeros verbal, moral y/o psicológicamente.
Lamento tener que señalar que es hora de que los líderes de este movimiento estudiantil revisen concienzudamente las vías que están tomando sus militantes. No pueden seguir escudándose en la excusa de que no pueden controlar a todos los participantes. Si son líderes, tienen que ser responsables y firmemente exigir a sus compañeros que se comporten de acuerdo con lo que dictan aquellos que dirigen. Si no, por más que luego se expresen repudiando los actos, en el fondo, los están permitiendo.
De igual modo, es hora de que se enfoque cual es el objetivo de esta lucha. ¿Es el evitar que se den clases en el recinto o es la eliminación de la cuota de ochocientos dólares? Los estudiantes reclaman que la administración no quiere dialogar para encontrar alternativas a la cuota, pero de igual modo, pareciera que el movimiento estudiantil no quiere escuchar otras opciones, quizás más efectivas, a la paralización de las labores académicas del recinto.
Varios estudiantes y profesores (algunos de ellos brillantes catedráticos, famosos por su participación en luchas similares en el pasado), han querido proponer nuevas estrategias de lucha que, si bien contemplan el que se pueda dar clases, no implican el abandonar la causa. Lamentablemente, este movimiento estudiantil pareciera haber comenzado a contagiarse con los males de su adversario.