El pasado 1 de mayo de 2017 el futuro inmediato de Puerto Rico, de su gente, de lo que queda de sus instituciones pasó a estar en las manos de un tribunal de los Estados Unidos. Nos toca empezar a planificar el después, a declarar tajantemente: nunca más. Nos toca ser inteligentes y estratégicos en esta gesta. Transformaremos esa energía de resistencia e indignación en una fuerza política que realmente logre construir un nuevo país desde abajo hacia arriba. Seremos la generación posguerra y en nuestras manos recaerá la enorme responsabilidad de reconstruir a Puerto Rico.
“Nos toca la acción”
Un paseo por la bélica historia del ser humano nos muestra generaciones de jóvenes como la nuestra que han tenido la responsabilidad de la reconstrucción del caos y los desastres de la guerra.
Desde la antigüedad hasta la Guerra Fría, el restablecimiento de las sociedades luego de la destrucción de los periodos de guerra ha sido el resultado de las acciones de estas generaciones posbélicas. Todas comparten una característica: han sido integradas por jóvenes que vivieron y sufrieron en carne propia los conflictos, las crisis sociales, las depresiones económicas y la violencia, pero que no tuvieron nada que ver, ni nada que decir con su creación o causa.
Una de las tragedias de las guerras es que los gobernantes burócratas crean los conflictos, pero son los jóvenes los enviados al frente a morir por causas sobre las cuales no tuvieron decisión. Sufrimos los estragos del conflicto como el resto, pero tendremos que cargar con el peso de enfrentar nuestros propios errores junto con los errores de los que nos precedieron. Precipitadamente nacimos condicionados, y nos convertimos en los principales responsables de reconstruir al país. Somos la generación posguerra de Puerto Rico.
Nosotros, los también llamados millenials, estamos enfrentando las irresponsabilidades, el despilfarro y los desastres de los que nos hundieron en esta crisis. Tenemos que pagar por esos errores del pasado, sin haber tenido derecho a errar, y por los errores del futuro, sobre los cuales tendremos la sola responsabilidad. Esta confluencia histórica nos ha situado en tiempo y espacio para enfrentar la tormenta perfecta.
Hace unos días Puerto Rico accedió a activar el Título III de la Ley Promesa. Esto comenzó un proceso de quiebra similar al Capítulo 9 de la Ley Federal de Quiebras para las ciudades y agencias (municipalities) de los Estados Unidos. El Juez Presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos designó a una jueza para dirigir este proceso. Nuestro país se sitúa en la lista de las restructuraciones de deuda soberana más grandes en la historia junto con verdaderos cuentos de horror como son Argentina y Grecia.
Además, sería el default más grande en cualquier jurisdicción de los Estados Unidos y probablemente el más grande de todos los tiempos en el mundo por deuda per cápita. La deuda se va a reestructurar por un tribunal federal, por una jueza ajena a Puerto Rico. Todo esto bajo un gobierno local que da la espalda al pueblo, criminaliza la acción y promueve y defiende una falta de transparencia cada día más oscura.
Sobre este cuadro, nuestra generación no tuvo nada que decir, nada que opinar y peor aún ni siquiera tuvimos derecho a tener parte de la culpa. No podríamos enfrentar un escenario más irónico. Sin embargo, tampoco nos excusamos, ni rehuimos ni escapamos a nuestro reto. Esta gran crisis no la podemos ver de otra manera que como una oportunidad. Una oportunidad para reinventarnos. Ahora nos toca decir y opinar. Ahora nos toca la acción, con sus triunfos y fracasos.
A nosotros nos toca ser la generación posguerra. Los que reconstruyan al país después de la debacle. No nos toca la labor pasiva: esperar a que acabe la crisis, que se pague la deuda y partir de ahí. Al contrario, nuestra es la tarea de actuar ahora, en el presente, como responsables de ostentar el liderato. Es por esto que las acciones que llevemos en el presente tienen un peso enorme en como nos definimos como generación, como nos preparamos y nos capacitamos para romper con las malas prácticas del pasado y como nos transformamos en clase política que pueda liderar la reconstrucción.
Por esto, debemos visualizarnos como un movimiento. Que como cualquier otro movimiento perderá seguidores, tendrá disidentes e internamente se debatirán visiones diferentes de acción. Sin embargo, tiene que ser un movimiento que busque sumar. Las peleas triviales restan. La violencia resta. Los discursos demagogos restan. Cuando se restan del movimiento contra el enemigo común el resultado ya se ha convertido hartamente conocido. Hartos de los que nos gobiernan, repetimos y repetimos los mismos errores y nos siguen gobernando esos de los que estamos hartos.
Necesitamos un proyecto. Un proyecto que apele al País, pero no por ser populista y revestido de ilusiones inalcanzables. Tenemos que tener un programa claro con las metas claras para llevarlo a cabo. Un proyecto diseñado por las necesidades de las próximas generaciones, pero sin ignorar a las generaciones presentes y moldeado con las garantías para nunca volver a caer en las malas experiencias del pasado.
Tenemos que convertirnos en un movimiento político, con la fuerza y el alcance que logre el poder político mediante las urnas. Aunque primero seremos una minoría, el acceso al poder político formal será la puerta para ocupar las instituciones de gobierno, para desplazar la vieja guardia de gobernantes responsables de la debacle.
Tenemos que rescatar las instituciones. Jamás para convertirlas en las piedras ancestrales que son hoy. Las instituciones de la posguerra serán construidas para servir a los intereses de los puertorriqueños y tienen que tener la flexibilidad de adaptarse al cambio. La Asamblea Legislativa, el sistema de justicia y las agencias que dan servicios a los ciudadanos necesitan una inyección de dinamismo, de agilidad, de eficiencia y sobre todo vinculación con el pueblo. De tal manera, la acción y no las meras promesas y los discursos retóricos de sus administradores, retomará la confianza y el espacio fundamental que se requieren para servir a la reconstrucción.
Tenemos que ser sensibles a las realidades de Puerto Rico. La imposición de criterios tiene que ceder al convencimiento. No sumaremos adeptos obligándolos a entender sino convenciendo su entendimiento. Hay que apostar a la política del uno a uno, a la conversación (a la antigua), al contacto directo. Los gobernantes del presente se distanciaron de sus constituyentes dejando una brecha abismal.
Apostemos a nosotros, a los reconstructores. El Puerto Rico de hoy es el resultado de la desconfianza. La desconfianza entre vecinos, la desconfianza a nuestros líderes, la desconfianza a nuestras capacidades. La eterna condición colonial nos ha arraigado la noción que necesitamos al extranjero, que la dependencia es inescapable. Rompamos con ese entendimiento, apostemos a nuevos caminos con nuevos protagonistas pero apostando a lo local, sin descartar lo extranjero.
Emprendamos nuevas sendas. La posguerra será un periodo de retos enormes y de retos desconocidos, nunca antes enfrentados por ninguna generación en Puerto Rico. Estos retos se tienen que enfrentar con la firmeza de no cometer los mismos errores.
La reconstrucción tiene que revisar los “valores” y “morales” de la sociedad antediluviana. Nuestra generación ha logrado dejar atrás viejos prejuicios y seguimos combatiendo otros más difíciles de superar. El Puerto Rico posbélico tiene que aspirar a ser uno inclusivo y a ser uno que otorgue voz y espacio a los que no tienen. Por esto la generación de la posguerra será una feminista e igualitaria. Combatiremos el odio y el discrimen para crear una sociedad con espacios abiertos para todos. Este aspecto es innegociable.
Nuestra generación ha traído sobre la mesa prioridades y preocupaciones nuevas. La implementación y solución de estas son determinantes en la reconstrucción. Hemos apostado por volver a la tierra, a los principios básicos de la vida. Nos inquieta tener una agricultura sostenible, alcanzar nuestra seguridad alimentaria. Nos mueve proteger nuestro entorno físico, nuestro ambiente, como espacio de nuestro desarrollo económico, social y comunitario, como fuente de nuestras riquezas naturales, como verdadero deleite de nuestro disfrute y manifestación de nuestras pasiones.
Tenemos que sensibilizarnos a la compasión. Esta generación ha salido de la violencia. La violencia nos engulle todos los días, la vemos en la prensa, en el Facebook, en el día a día. Unos la sufrimos desde lejos y otros la sufrimos desde demasiado cerca. La vemos en el maltrato, en la violencia de género, en los discursos, en los insultos, en los asesinatos, hasta en lo que nos enseñan. Es perpetuada por todos los sectores, por el vecino, por el hermano, por el padre, por la pareja, por los medios, por las instituciones, por el gobierno.
Estamos hartos de la violencia, pero no conocemos otro Puerto Rico que no sea violento y lo aceptamos porque es el estado natural de las cosas. La generación posguerra tiene que romper con esto. Tenemos que sensibilizarnos a la violencia que ya hemos convertido en la cotidianidad, entender sus modos, sus actores y atacar sus causas. La compasión será nuestra arma más poderosa, será la única manera de destruir el odio que nos arropa como sociedad.
La comunicación del movimiento es fundamental. Cómo llegamos a la gente es uno de los retos mayores. No podemos refrendar el argumento tradicional de que somos unos colonizados, de que no nos levantamos, de que no nos indignamos. Atacar a los que queremos de seguidores y aliados a la causa no adelanta nada. Hay que ser sumamente cuidadosos en evitar caer en la soberbia del intelectualismo que enajena un pueblo poco educado. No logramos llegar a la gente con discursos violentos, con discursos anticuados, que nadie entiende y con los cuales se relacionan muy pocos. Logremos no hablar de revolución ni de lucha, sino de reconstrucción y de acción, sin alejarnos de los valores que predican las primeras.
Tomemos la tarea de entender a Puerto Rico, de entender sus instituciones, de entender sus crisis y de entender su gente. Ese es el primer paso. Para los líderes de la generación posguerra las buenas intenciones no serán suficientes. Necesitamos gente con el cuero duro, con el estómago de hierro y con la mente abierta para comprender problemas complejos, enfrentar posiciones antipáticas y crear soluciones que conlleven medios y resultados dolorosos.
Requerimos de líderes con pensamiento crítico y estratégico, con inteligencia para saber escoger las batallas, con madurez para saber aceptar cuando se pierde y cuando se gana. De esa gente depende Puerto Rico. De ese tipo de líderes depende el éxito de nuestra gesta reconstructora.
Así que comencemos ya. Marquemos el ritmo a seguir apostando al discurso como herramienta, al convencimiento sobre el grito, a la compasión sobre la violencia. Marquemos los principios que serán pilares de la generación posguerra, los cuales serán las condiciones intransigentes que tiene que cumplir el nuevo Puerto Rico.
Salgamos de la semilla y aspiremos al árbol, para convertirnos en selva. Seamos los pinos nuevos de Martí, los que resurgen de entre los troncos caídos de los pinos viejos y reconstruyen un nuevo Puerto Rico a partir de sus ruinas. Se nos va la vida en ello, se nos va el país en ello.