“Teníamos que irnos porque estaban disparando. Entonces decidimos, de manera estúpida, que nos acercaríamos más”. Así recuerda Nicole Judge, participante en el reality show australiano Go Back to Where You Came From (Regresa por donde viniste), el fuego cruzado entre milicianos kurdos y yihadistas del ISIS en el que se vieron inmersos durante la grabación del programa en el contexto de la guerra de Siria.
Dicho reality recorre campos de refugiados con la intención de concienciar a la población australiana de la difícil situación que atraviesan los refugiados sirios que tratan de alcanzar las costas del país, según sostiene la propia cadena televisiva SBS.
Tras su estreno el 28 de julio de 2015 por la telemisora pública SBS, este reality show ha despertado numerosas críticas de diversa índole. Por un lado, están aquellas relacionadas con la falta de seguridad para con los participantes, pues no llevaban casco y hubo un acercamiento excesivo a la zona de guerra. Por otro lado, se le acusa de frivolizar la guerra de Siria y a sus víctimas por crear un producto de entretenimiento televisivo.
Según el productor del programa Michael Cordell, se creó este programa para “poner un rostro humano a un problema mundial urgente”. Si el tema que se trata es la guerra de Siria y sus refugiados, ¿por qué se pone un rostro australiano como protagonista del programa? ¿Qué hubiera pasado si hubiera muerto un participante? ¿Habría sido rentable? ¿Este programa ofrece una imagen irreal de la guerra y, efectivamente, la frivoliza? ¿Qué diferencia hay entre un reality show sobre la guerra y un documental o reportaje sobre la guerra?
El reality show o telerrealidad es un género televisivo que ha irrumpido en las pantallas de todo el mundo. Una de las razones de su proliferación es el bajo costo económico impuesto por la restructuración digital del espacio televisivo y la consiguiente disminución de los ingresos publicitarios. Desde una perspectiva cultural, la telerrealidad como género es vista como una forma de inclusión de las masas en la cultura. Según Anna McCarthy (citada por Mark Andrejevik en su ensayo When everybody has their own reality show) “el reality de televisión se vincula nítidamente con la lógica económica de la Web y la anticipada era de Facebook en la medida que confía en la participación de la audiencia para crear contenido, prometiendo “democratizar” el proceso de producción cultural”. El propio nombre del género indica que su contenido es la realidad misma. Sin embargo, es necesario una retrospectiva sobre las tecnologías de representación visual para indagar sobre esta asociación entre reality show y realidad.
Históricamente, la representación visual a través de la pintura y la escultura ha sido monopolizada por las élites y su contenido era sacro o aristocrático. Con la aparición de la fotografía y el cine se inició un proceso de secularización de la imagen, ya que le permitió acceso a las clases populares. La cotidianeidad invadió las representaciones.
Paralelamente, el cine y la fotografía afectaron drásticamente el principio de realidad por su alto grado de iconicidad y por su reproductibilidad técnica. El filósofo y crítico Walter Benjamin (1929) señaló agudamente la muerte del aura en las representaciones visuales del cine y la fotografía: ya no eran únicas, no existía diferencia entre la copia y el original. La fidelidad de la fotografía en el registro de la realidad y la ilusión de movimiento por la persistencia retiniana convirtieron el cine en un medio muy efectivo para la transmisión de emociones por la profunda identificación que induce en el espectador. La invención de la televisión por la aplicación de la electricidad a los medios de representación y reproducción visual contribuyó adicionalmente a alterar el principio de realidad por la ilusión de instantaneidad. El desarrollo tecnológico en las tecnologías visuales en cuanto a la resolución de la imagen, la edición y postproducción digital, la animación gráfica, etc., hasta nuestros días no ha hecho más que incrementar esta tendencia.
La imagen se ha erigido en la forma predilecta de experimentar y representar el mundo. En este sentido, el teórico cultural Nicholas Mirzoeff afirma que “la cultura visual no depende de las imágenes en sí mismas, sino de la tendencia moderna a plasmar en imágenes o visualizar la existencia”. En el contexto actual de hiperestimulación visual en el que la comunicación cada vez más se encuentra mediada tecnológicamente, muchos autores hablan de la existencia de una nostalgia por el contacto directo con la realidad y por formas de vida comunitarias. ¿Es posible que la mundialización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación revelen paradójicamente un cierto grado de desconexión de la realidad?
No muy lejos de donde se encuentra Siria en la actualidad, emergió durante los siglos VIII y IX el movimiento iconoclasta en el seno de la iglesia ortodoxa oriental del Imperio bizantino. La iconoclastia prohibía las imágenes en los templos, porque temía que la veneración a la divinidad fuera sustituida por la veneración a las imágenes que la representaban. Esta controversia existe de forma análoga hoy en día entre la realidad y su representación.
Jean Baudrillard denominaba como simulacro a esta confusión y lo explicaba de la siguiente manera: “No se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias”.
La simulación supone una disimulación intencionada de la mediación que nos hace concebir lo percibido como inmediatamente real. Las tecnologías de la representación visual crean una realidad más nítida que la propia realidad, la hiperrealidad, por lo tanto ésta no es un reflejo, no es especular.
El modo en que se otorga estatuto de realidad a aquello que vemos se produce desde un punto de vista neurológico por las neuronas espejo o Cubelli, responsables del aprendizaje por imitación y de la empatía. Cuando un individuo observa a otro realizar una acción, activa las mismas neuronas espejo que si él mismo realizase la acción. La simulación es por lo tanto un tipo de incorporación o encarnación, una reacción física del cuerpo. Como dice Morfeo a Neo después de desconectarlo de la Matrix, “la realidad pueden ser señales eléctricas interpretadas por tu cerebro”.
La realidad social existe en parte como una creencia compartida en el sentido de que “si algo es definido como real esto será real en sus consecuencias”, como plantea el sociólogo William Isaac Thomas en Los niños en América: programas conductuales y programas. Aquí la televisión tiene un papel clave en la difusión masiva de una visión homogeneizante de la realidad. La televisión tiene un carácter performativo porque lo que afirma y define como real se vuelve más real por el simple hecho de afirmarlo.
¿Cuál es el grado de realidad que los espectadores otorgan al reality show? Según Adrejevik , “los espectadores buscan momentos de autenticidad, y ellos reconocen una escala variada de gradaciones de shows de más reales a menos reales”. Por lo tanto, los espectadores reconocen que existe un mayor o menor nivel de mediación en los reality shows.
En el caso del programa australiano “Regresa por donde viniste”, existen dos factores importantes que le confieren la potencialidad de ser considerado con un mayor grado de realidad. Los protagonistas del reality son australianos “normales” sin experiencia previa de la guerra, lo cual induce una mayor identificación en el espectador, porque éste infiere que hay un menor grado de artificiosidad en su actuación. El segundo factor es que la realidad de la guerra limita la autoescenificación de los participantes. Sus reacciones son tomadas como reales sin reservas: nadie finge esquivar una bala cuando esta realmente puede alcanzarte.
No hay nada más real que la guerra, lo cual produce una paradoja en este reality: la violencia de la guerra confiere mayor índice de realidad como ya se ha dicho, pero, por otro lado, la naturaleza ontológica de la guerra es el dolor y la muerte, por lo que, ¿puede ser simulada audiovisualmente la guerra para una mayor comprensión de los telespectadores sin negar su ontología? La respuesta es rotundamente no.
Cuando los participantes del programa se adentran en Al Rauiya al norte de Siria van protegidos en todo momento por un equipo de seguridad privado y su objetivo es ver y ser vistos por la cámara. El objetivo de los militantes kurdos y de los miembros del Estado Islámico es matarse mutuamente. La diferencia entre este reality y un reportaje periodístico es que el periodista trata de documentar la guerra, el objetivo de su cámara no está dirigido hacia sí mismo, sino hacia lo que ve, mientras que en el reality las cámaras se dirigen hacia los concursantes, lo cual es una violación simbólica del contexto situacional de la guerra. Esta negación del contexto por parte de las cámaras hace dudar a los propios participantes del principio de realidad de lo que tienen alrededor. Nicole evocaba que aunque les estaban disparando, decidieron de forma estúpida acercarse más. Otro de los participantes calificó posteriormente la experiencia de “surrealista”. Como si tuviesen que ser atravesados por una bala para cerciorarse de que lo que están viendo es real.
La cadena SBS usó la secuencia del tiroteo como gancho promocional antes de su estreno. Este hecho supone la espectacularización de la guerra y de una de las mayores crisis de refugiados, más de cuatro millones, en el último cuarto de siglo para el mero entretenimiento. Si uno de los concursantes hubiera muerto, el programa habría sido más visto, y la cadena SBS habría obtenido más ingresos publicitarios. En cierto modo este reality es una forma de voyeurismo: se acerca gateando hasta las orillas de la miseria y la muerte de la guerra para mirar.
La siguiente frase de Walter Benjamin de hace casi 75 años, refiriéndose al fascismo, adquiere con este reality un carácter profético: “su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”. ¿La colonización de todos los ámbitos de la realidad por los reality shows puede ser considerada como un síntoma de la ruptura del vínculo social que se reconstruye virtualmente?
El autor es estudiante del Programa Graduado de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico. Este artículo fue publicado inicialmente en un blog producido para el curso “Comunicación y Cultura Popular”, dictado por el profesor Rubén Ramírez Sánchez. Ver el texto original aquí.