Las mujeres han sido históricamente para el feminismo –tanto en su carácter de proyecto político como filosófico– sujeto y objeto de estudio. Ciertamente, las constituyentes de la categoría han variado de acuerdo a las coordenadas sociopolíticas correspondientes al tiempo y espacio. A pesar de su heterogeneidad, hablar sobre las mujeres no siempre incluía tener en mente las pobres, las lesbianas, las negras, las inmigrantes, ni las trans, por mencionar algunos ejemplos. Hoy día, queda claro que las políticas de identidad deben operarse estratégicamente, pues de lo contrario, como feministas correríamos el riesgo de ser tan excluyentes y dominantes que de ahí a clasificarnos como “macharranas” o patriarcales, el chiste (de mal gusto) se contaría solo.
Reconocemos, por otra parte, que en nuestros tiempos el gran reto del patriarcado es su aspecto estructural. Es decir: no simplemente se sufre individualmente, sino que también sufrimos a nivel colectivo e institucional. En esa línea, el problema no es solo que existen agresores y opresores, sino que hay todo un andamiaje subjetivo, político, jurídico, cultural y espacial que permite y aplaude sus actos. De ahí, entonces, lo siguiente: si el patriarcado también vulnera a los hombres con la constante prueba de bravura, dominancia y pudor, ¿no son ellos también víctimas del sistema de organización social y las construcciones sociales de género? ¿Acaso no es violenta la constante competencia de quién provee más o quién manda más? ¿Qué dirían los militares, los padres de familia, los homosexuales y los trans? La hombría no solo nos mata: los mata a ellos también.
Reconocer que los hombres –de manera diferente a las mujeres y entre ellos mismos– son víctimas de un sistema que elogia su violencia y atropella su desarrollo como seres a favor de la equidad, es reconocer que también son sujetos y objetos de estudio del feminismo. Si el esquema dialéctico de sexo-género nos envuelve a todos, asimismo deberíamos hablar de y con los hombres. ¿Acaso no hemos reiterado un sinnúmero de veces que el feminismo es para todos? Difícil será abolir el género y el patriarcado sin la complicidad revolucionaria de todos.
En los espacios de producción de conocimiento, los hombres han predominado a lo largo de la historia tanto como creadores y consumidores, pero igualmente como temática. Naturalmente, uno de esos espacios ha sido el mundo del arte. Empero, la participación de las mujeres en el arte provocó –y continúa provocando en algunos lugares– su trato como añadidura en vez de como artistas con la capacidad de ejecutar sus proyectos con el mismo calibre de sus pares. Además, la aclaración del sexo del artista tiende a ser requerida únicamente en los casos de mujeres. Esto, consecuentemente, es una evidencia adicional de la lucha de las mujeres para obtener condiciones equitativas y crear su propio espacio en este mundo.
Sin embargo, de ordinario la participación de los hombres en el arte no se hace desde una perspectiva feminista que vislumbre las distintas masculinidades, los privilegios y las opresiones. La exhibición Perspectiva de género: Colectiva de hombres artistas otorga precisamente un espacio para darle cabida a esa discusión. Si esta idea no es coherente desde una perspectiva feminista, no encuentro las razones y con mucho gusto escucharía la explicación.
La estrategia reside en el contexto y la función, y la exhibición en el Museo de Arte de Caguas hace hincapié en esa clave. Con la “colectiva de hombres artistas”, el título mismo es una parte a considerarse, pues vierte la costumbre de aclarar el sexo del artista si es mujer. Este promueve pensar el feminismo en Puerto Rico como un asunto que le compete también a los hombres, tanto por su posible aportación como su inevitable rol en las relaciones de poder. Ahora bien, ¿por qué esto es importante?
Concurro que los foros donde los participantes son solamente hombres son problemáticos en una sociedad machista y patriarcal, aún más en tiempos de mucha misoginia, homofobia y conservadurismo presente en los foros gubernamentales. No queremos darle la razón a las personas que entienden que las mujeres no deberían participar activamente en los espacios públicos ni las discusiones políticas. No obstante, en esta ocasión, el hecho de que la exhibición sea de índole feminista –y queer– es una ganancia para el activismo político, pero siempre y cuando no se torne en una costumbre invitar solamente a hombres. Adueñarse del feminismo es hacer que sea solo “cosa de mujeres”, lo cual es contraproducente si planteamos lo opuesto en la teoría y queremos que haya más feministas. Es también un punto a nuestro favor porque, precisamente en una sociedad machista y patriarcal, es sumamente difícil para los hombres despojarse de su masculinidad tóxica.
Exhibir sus intimidades y vulnerabilidades a través de sus obras de arte es un acto que reta las mentalidades conservadoras del país y aporta a la discusión pública del espacio de los hombres en los debates sobre el género, el arte y la relación con sus pares en su quehacer cotidiano. Por ejemplo, podemos interpretar que los dibujos y la pintura de Jotham Malavé denuncian la violencia que constituye ciertas masculinidades. Requerir ser un macho “de verdad” produce un sujeto que expresa su sexualidad a través de la agresión, que tiene los sentidos entorpecidos, y que ulteriormente se encuentra solo. [1]
Las composiciones de Garvin Sierra apuntan también a la inaccesibilidad del hombre, que es intocable por su machismo, el cual alberga su cuerpo como el cuero del puercoespín o las distintas armas a su disposición. [2] Incluso, las esculturas de Roberto Silva muestran las desfiguraciones de los sujetos, que deberían considerarse también fragmentarios y complejos. [3] Desde una óptica deleitable y descifrable para un público general, la exhibición pone en relieve la tensión de las masculinidades y cómo los hombres las viven y las sienten, detalles que solo ellos pueden compartirnos.
Es curioso que el enfoque de la crítica o la preocupación solo gire en torno a la “colectiva de hombres artistas” sin mención sobre Elsa Meléndez, la curadora que ideó la exhibición y le dio coherencia con la selección de los participantes. Los trabajos individuales serán de los hombres, pero la exhibición per se es su obra de arte. Unir tanto talento diverso bajo una temática controversial es una labor que merece reconocimiento. Por otro lado, requerir que todos los foros sobre la perspectiva de género incluyan una participación equitativa entre mujeres, hombres y el abecedario de sexualidades porque sí, es caer en la trampa de llenar una cuota de representación de las distintas “comunidades” en nombre de la diversidad y lo políticamente “correcto”. Criticar por costumbre no solo es mediocre, sino también irresponsable. Porque a fin de cuentas, como plantea Karen Barad, “critique is over-rated, over-emphasized, and over-utilized, to the detriment of feminism.” [4]
La exhibición, libre de costo, se estará presentando hasta el 23 de junio de 2018 en la Sala Carlos Osorio del Museo de Arte de Caguas. La autora es estudiante del Programa de Estudios de la Mujer y el Género, adscrito a la Facultad de Estudios Generales del Recinto de Río Piedras de la UPR.