“También ustedes, los más jóvenes, sean sumisos a la autoridad de los Ancianos. Revístanse de humildad unos para con los otros, porque Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes.” Génesis.
La palabra humildad viene de humus (capa superficial del suelo), y para mí sugiere entonces, como estar siendo alimento de las plantas; o sea, ser la tierra. Ser humilde es de alguna forma en su origen ser tierra, o estar a su nivel, porque dicen los de arriba que lo que está por la tierra es lo más bajo. En el génesis dios nos moldeó del lodo, y en la calle insultan al otro diciéndole tierra. Si te ven llegar y no te quieren dicen que está lloviendo en la montaña, haciendo obvia referencia a los cauces de los ríos, teñidas del marrón lodo, que bajan turbulentas.
Al ras del suelo, todo lo que existe es considerado por el humano en la palabra, un agravio. El agravio es un perjuicio, una ofensa, pero es también una consecuencia de lo grave, y lo más grave es la gravedad, y la gravedad es lo que nos mantiene atados a la tierra. Además, ir arrastrándose por la tierra es aterrar, e ir aterrado, es ir abatido y derribado, es también en una de sus acepciones aterrorizar, que viene a su vez del latín terrere (terror). Y aunque se originen en diferentes raíces, que en español coincida la palabra que significa ir al ras de la tierra, con la que significa infundir terror, no me parece un accidente. Por eso es grave un asunto como dios en la palabra, primero porque no existe un significante que lo congregue; y segundo, porque en el lenguaje no hay accidentes, sino historia. A dios, aunque procuremos buscarlo en el cielo es gravedad, y como tal hay que ponerlo sobre la tierra.
Si entendemos la palabra como un hecho, la humildad, parece venir de la idea cristiana del rango: tenemos a dios primero, y luego al rey. La humildad encarna la opresión, es subordinar al in-significante: lo que no tiene significado, lo innombrable, lo que no existe. La Biblia, que se generaliza con la imprenta primero y más que cualquier otro libro, usa el vocabulario medieval como forma, y describe a los señores y sus reinos de tierra, como si reflejaran los reinos en los cielos. La Biblia que tenemos, se transcribe con la mente del medioevo y en ella dios es un Señor feudal.
Por lo tanto, humillarse es hacer una reverencia, es mirar al suelo ante la vista del rey. En tradiciones orientales y con ciertas equivalencias a las “nuestras”, los emperadores no podían ser vistos por hombres comunes. Resulta que ante “dios”, y ante el amo (puesto en su puesto por dios), nos comportamos de igual forma. Bajamos la cabeza y ocultamos los ojos, porque mirarlo es una falta de respeto, porque es unirlos con la tierra.
Sin embargo, en la historia cambian los amos, pero no dejamos de tenerlos. Igualmente, primero cambia el jefe y entonces es que dios se transforma. El amo se hizo capitalista antes que dios. Ambos, de todas formas se consolidan en el verbo capitalizar, pero en esta ocasión quisiera verlos en el adjetivo humilde.
La humildad es humillarse para pedir (no conozco otra razón para humillarse que no sea pedir), es rendirse a la gravedad (la gravitacional) y posar la rodilla hasta tocar el suelo con la frente, ahí donde ponemos a vivir la mente, es reducirnos. La humildad es la aceptación de un ser más fuerte que nosotros, es la afirmación de nuestra debilidad. Pero ese acto de humildad, solo sirve al humano con el humano (partimos de la idea de que dios no existe), y se usa entre nosotros como herramienta de opresión y negociación. El ser que se humilla reconoce la fortaleza del otro, aunque evidencie sus ganas de vivir.
En otros primates de nuestra familia, la sumisión se manifiesta con actos que incluyen pero no se limitan a acicalar al mono alfa, una posición inferior en el orden que ocupa cada uno al momento de comer y tener sexo, el tributar, e inclusive ofrecerse sexualmente. No es humillación nunca un acto sexual como no lo será comer segundo, o ningún acto en sí mismo en lo que a nosotros respecta. Lo que es humillante es que un acto se haga la forma en que se materializa el dominio, y con éste la posición del oprimido. Cualquier acto, imaginario o concreto, que logre lanzarnos por el suelo es humillante.
En la vida, es considerada una agresión lo que nos paraliza y nos enrolla como volviendo a ser feto en el vientre. Humildad es sinónimo de debilidad, y tiene las mismas características que tiene lo que llamamos dominar en otros animales. Humillante es lo que parece ser asociado con la historia del que aflige impunemente. Es enterrarnos, ponernos bajo tierra. Pero independientemente de la forma que adquiera la humillación, sus bases de origen están dadas con la explotación. Por eso ser pobre es ser humilde para muchos hispanohablantes.
Sin embargo, ser humilde es pedirnos que nos humillemos. Orar y suplicar, nos acondiciona a aceptar el puesto del desposeído, nos construye una conciencia de oprimido. Orar nos determina a la súplica. El rezo, nos construye con la idea de la humildad, la idea de siervo. Rendirnos ante la autoridad divina nos prepara para ser dominados por los personajes que manejan la idea de dios en la tierra.
Dios es la forma en que nos acondicionamos para ser inferiores. La idea de dios, nos hace dóciles, no frente a su poder eterno, sino ante el amo. Así, si te rebajas en la reverencia, y te castigas con la humildad "demostrada" en penitencias, quizás logres el cielo, la perfección, o la expulsión total del sistema, no estoy seguro, pues después de todo la Biblia castiga a satanás con lo mismo que le pide a los pobres como requisito para alcanzar el cielo. Según el “santo” libro, que vivamos arrastrados por la tierra es lo único probado como requisito, para ganar humildemente en el cielo una parcela. Pero arrastrarme no es mi idea de vida, por lo que entonces el cielo no me parecería recompensa, y la humildad sería una trampa y por lo tanto, nada buena.
*El autor es escritor, artista plástico y productor.