
SOBRE EL AUTOR
En esta infausta época de recortes presupuestarios, también ha quedado tocado el ámbito de la educación. Y, sí, pudiera parecer que la educación es solo un valor abstracto, una forma de producir ciudadanos informados, críticos y cultos, el sistema que da la razón a Thomas Jefferson cuando escribió: “Si una nación espera ser ignorante y libre en un Estado civilizado, espera lo que nunca fue y nunca será.”
Porque escoger ser ignorante es una invención: la ignorancia es la antítesis de la libertad. Así que el ignorante nunca elige nada. Y el culto ya no puede escoger ser ignorante.
Pero destruir la capacidad educativa de un país no solo produce ciudadanos dóciles y faltos de libertad. Si nos ponemos pragmáticos, la falta de educación también influye en la economía de un país y en su productividad.
La productividad siempre aumenta en las áreas metropolitanas en las que hay un buen nivel de educación, así como la prosperidad de una ciudad está ligada a la calidad de sus colegios y universidades.
Según un estudio que refiere Edward Glaeser en su libro El triunfo de las ciudades, en 2007, las personas que disponen de un diploma ganaban de media 31,000 dólares al año. Pero los licenciados universitarios ganaban 57,000 dólares al año. Casi el doble.
“Si nos fijamos en ciudades o países enteros, el impacto de la educación parece todavía mayor. Cuando el número de licenciados universitarios de un área metropolitana aumenta en un 10 por ciento, los ingresos individuales aumentan en más de un 7,7 por ciento, con independencia del grado de formación. A escala de una nación, un año extra de estudios de media está asociado a un 37 por ciento de aumento en el rendimiento per cápita, lo cual no deja de ser bastante asombroso, porque un año extra de estudios no suele aumentar los salarios individuales en más de un 20 por ciento. Parte de la tremenda correlación que hay entre la enseñanza y la productividad a escala de cada país quizá refleje otros atributos nacionales que no se han tenido en cuenta, pero yo creo que los réditos que a nivel de cada Estado genera la enseñanza también son elevados porque incluyen todos los beneficios extraordinarios que se derivan de tener vecinos bien formados, entre los que cabe contar gobiernos más fiables y menos corruptos.”
En otras palabras, no es que la democracia invierta más en educación, sino que es la educación engendra la democracia. Por ejemplo, la trayectoria política a partir de 1990 de los socios del Pacto de Varsovia con un mayor nivel de educación, como la República Checa o Polonia, ha sido mucho más brillante que la de aquéllas áreas que tienen un nivel de educación menor, como Kazajistán.
Nuestra escolarización también influye en nuestro grado de civismo, que quizá venga a explicar en parte la abismal diferencia entre el civismo que encontramos en países como Suiza y España:
Un estudio de las leyes de escolarización obligatoria en todos los estados demostró que las personas que recibían una educación más prolongada como consecuencia de esas leyes tenían un mayor grado de compromiso cívico.
Siguiendo con lo anterior, la falta de lecturas también produce ciudadanos más superficiales y menos imaginativos.
Esta minusvalía nace por dos motivos. El primero es que los contenidos que podemos encontrar en muchos libros difícilmente existen en formato audiovisual. El segundo motivo, de más peso, es que la lectura exige una implicación cognitiva mayor que el consumo de otros productos, incluido Internet o hipertextos.
Es decir, que la buena educación, así como las buenas lecturas, produce también ciudadanos más críticos que llevan a su máxima expresión lo que una vez dijo Clovis Anderson: “Uno no sabe nada hasta que no sabe por qué lo sabe.”
Lectores que, por tanto leer, acaban por evitar casi por completo los argumentos de autoridad, las teorías puramente especulativas presentadas como ciencia establecida, las analogías forzadas y la retórica que suena bien pero cuyo significado es ambiguo, siguiendo a rajatabla aquello que una vez escribió George Orwell: que la principal ventaja de escribir con claridad es que “cuando hagas una observación estúpida, su estupidez resultará obvia incluso para ti.”
De serie, nuestro cerebro viene cableado para cometer errores de lógica, para hacer generalizaciones inexactas, para dejarse llevar por el contexto y la idiosincrasia, para olvidar fácilmente lo que va en contra de sus convicciones… y toda una serie de enemigos de la razón.
El colegio y las buenas lecturas, las lecturas ricas en conocimientos consensuados sobre todas las disciplinas, no debería ser tanto mecanismos para transmitir datos como un lugar donde nos enseñen a aplacar nuestros defectos neurobiológicos de fábrica y, sobre todo, fomentar la capacidad de jerarquizar conocimientos, relacionarlos entre sí y descartar fácilmente los que carecen de sostén.
Así pensaremos mejor, seremos más cívicos, y también más productivos, con sueldos elevados (aunque, para ello, debamos emigrar a otros países donde se valore positivamente la formación científica y técnica, por ejemplo).
El autor es escritor.
Fuente Blog Papel en Blanco