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El 17 de septiembre de 1925, la que sería después una pintora mundialmente reconocida, Frida Kahlo, fue víctima de una colisión entre un tranvía y un automóvil en una concurrida avenida de la Ciudad de México. Frida viajaba en el tranvía y toda la fuerza del impacto del auto se proyectó sobre el espacio que ella ocupaba en el interior del vehículo, lo que le produjo lesiones que en un principio parecía que acabarían con su vida. Tenía múltiples fracturas en la columna vertebral que se extendían desde el cuello hasta la región sacra, roturas de la pelvis ósea, del tobillo derecho y de varias costillas; además de una luxación del hombro izquierdo y severas lesiones orgánicas causadas por una barra de madera que penetró en su cavidad abdominal por el lado izquierdo de su cuerpo. Sin dudas que los médicos que la trataron de inicio hicieron un trabajo formidable salvándole la vida; aunque su constitución física y sus dieciocho años de edad también ayudaron grandemente. Pero no hacía más que comenzar un calvario que sólo terminaría con su muerte, tres décadas después. En ese largo camino, la acompañó un cirujano ortopeda que le practicaría unas 30 operaciones correctivas y que en buena medida fue el artífice, teniendo en cuenta las limitaciones de la medicina en aquellos tiempos, de que ella pudiera expresar su arte y vivir una vida con una calidad más o menos aceptable. Ese médico y magnifico cantante fue el doctor y profesor de ortopedia Don Alfonso Ortiz Tirado. Don Alfonso, -el “Chino Ortiz” para sus amigos, nació en la ciudad de Álamos, estado de Sonora, el 24 de enero de 1893. Desde la adolescencia demostró grandes dotes para el canto, -un tenor lírico natural-, y la medicina estuvo a punto de perder a uno de los suyos, pero la vocación, heredada de su padre, también ortopeda, prevaleció. Se graduó de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1919, y su primer contrato fue en el Waldorf Astoria de New York como cantante, pero de aquí se fue a Denver, Colorado, a hacer una residencia en ortopedia. Al regresar, fue residente, jefe de residentes y profesor en el Hospital General Nacional del Distrito Federal, donde tuvo a Frida como paciente por primera vez. Comenzó a cantar en teatros de la Ciudad de México y en el extranjero para reunir dinero y poder hacer realidad su sueño de construir una institución ortopédica para niños, la que sería, unos anos después, la Clínica Primavera de Ortopedia, rebautizada con su nombre posteriormente. Por aquellos años, tuvo como paciente al compositor Agustín Lara, del que ya tenía en su repertorio varias canciones. Para 1930, se le conocía como El embajador lírico de la canción mexicana, y en verdad que lo era, pues ya había dado conciertos en todos los países de habla hispana de Latinoamérica, en Estados Unidos y en muchos países europeos. También por esa época estaba considerado el especialista más calificado en cirugía de la columna vertebral y en osteomielitis, – una infección del hueso sumamente frecuente por entonces-, de México. Cuando acudió a la investidura de miembro de número de la Academia Americana de Cirugía, en la ciudad de New York, tuvo que quedarse por varias semanas, a petición de su fanaticada, en un programa diario de una estación de radio y ofrecer varios conciertos en teatros y centros culturales de Manhattan. Fue galardonado con el doctorado honoris causa en varias universidades de países de habla hispana y en Brasil. En su institución privada había una tarja que decía: “Levante con mi canto este templo para aliviar el dolor”. Murió en la Ciudad de México el 7 de septiembre de 1960. Frida se había marchado seis años antes. El Dr. Felix J. Fojo es ex profesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana.