Hace poco menos de dos meses comencé a impartir clases a estudiantes en una escuela pública en el área de San Juan. Venía preparada para combatir con más de treinta jovencitos y jovencitas de escuela intermedia. Tenía claro que las hormonas y las energías de los estudiantes en esta etapa están sobre la cúspide más alta; esto para poner a prueba los límites y la paciencia de los maestros.
Se enciende la primera mecha
Solo bastó con el primer día de clases para experimentar un corre y corre de 400 estudiantes en un espacio donde la ventilación es casi nula y la capacidad de cupo parecía ser de 200 personas. En menos de cinco minutos ya había una lluvia de lápices por el salón, un torrente de malas palabras y un arsenal de risas burlonas. A pesar de que el propósito de los maestros era darles una bienvenida a todos los alumnos de la escuela, ninguno de los educadores presentes logró apaciguar la mezcla de energías de los jóvenes.
Con el galillo en su máxima expresión, una de las histéricas maestras esbozó una amenaza gritona contra los estudiantes. En ese preciso momento, cuando la mecha de la impaciencia se colocó como protagonista principal, los 400 estudiantes soltaron una extensa carcajada, apagaron las luces y se fueron del claustrofóbico salón dejando solos a los maestros presentes.
La segunda mecha encendida
En otra ocasión, interrumpí mi clase para conocer el propósito de la gritería que se apoderaba del pasillo de la escuela. Cuando encontré el protagonista del escándalo, lo sorprendí en plena acción. Con un movimiento pélvico de adelante hacia atrás, el jovencito le colocaba su área genital en la cara a otra estudiante.
-Toma huevo, toma toma toma huevo, decía el estudiante de algunos 12 años.
Con la mecha de la impaciencia a punto de encenderse, le pregunté al niño qué sucedía.
-Missi, que esta nena me lleva pidiendo huevo desde hace rato.
Con la cara espantada, la joven me confirmó que no era cierto. Acto seguido, le pregunté al muchachito, ¿qué sacas tú con hacer esa bobada?
Al joven percatarse de que mi tono de voz se mantuvo bajo, solo le restó bajar la cabeza y salir corriendo. Me di cuenta que desgañitarse no es una opción.
Deserción escolar
Saliendo del ruidoso pasillo de la escuela,Claudia (seudónimo), una de mis estudiantes, me dice con la seguridad de una mujer de 25 años:
-No iré a tu clase hoy Missi, tengo cosas que hacer de otras clases.
La miro con asombro y no tarda en contestarme
-Missi no me mires así que Rosaura, Paula y Tatiana (seudónimos) tampoco van. Estamos haciendo un trabajo juntas para la clase de ciencia y no vamos para tu clase.
Se supone que a mi salón lleguen sobre 30 estudiantes diarios. Pero, la realidad del caso es que solo diez asisten. No siempre son los mismos diez. Varían dependiendo del clima, de si hay o no hay motines en la escuela y de cuán larga o corta sea la mecha de los maestros durante el día. Si la mecha de la paciencia está corta, los estudiantes prefieren ni entrar a los salones y quedarse por los alrededores, sin control ni supervisión. No hay nadie que se acerque a ellos para explicarles y amonestarlos cuando el momento así lo amerite. La impaciencia y los regaños a fuerza de gritos llega a tan nivel que en ocasiones se hace difícil diferenciar los vozarrones de los estudiantes entre los de los maestros.
La psicología analiza la deserción
Un estudio realizado por la Universidad Carlos Albizu: Estado de situación de la salud mental en Puerto Rico, estimó que la tasa de deserción escolar en la Isla se encuentra en un 42 por ciento. Por esto, es necesario recalcar y reflexionar sobre el estatus actual de la educación pública en el País y cómo los maestros llevan la situación.
“Percibimos un sistema educativo que no se ajusta a las necesidades actuales que enfrenta nuestra sociedad y que aliente al estudiantado a culminar como mínimo sus estudios de educación superior. Esto en sí mismo puede considerarse un grave problema social, pues la literatura arroja que la deserción puede ser el comienzo de otros nuevos problemas sociales”, apunta el estudio.
Ante la difícil situación del sistema de educación pública en la Isla, es evidente que existe una necesidad de implementar estrategias distintas para lograr resultados diferentes y efectivos entre los estudiantes.
La impaciencia y el descontrol que algunos maestros suelen fomentar, no forman parte del mecanismo para hacer reflexionar a un estudiante que se porta mal dentro y fuera del salón de clases. A pesar de lo difícil que es lidiar con jóvenes que arrastran con situaciones económicas y problemas familiares, la figura de un maestro siempre debe estar disponible para educar y llevar al estudiante de la mano para así poder manejar los posibles conflictos que pueda estar pasando el alumno.
El magisterio debe optar por promover estrategias nuevas que atiendan los aspectos socio emocionales y culturales de los jóvenes pero sobre todo, entablar un compromiso para trabajar de forma integrada con sectores como la familia y las comunidades.