Hay matices problemáticos que las cámaras a veces no logran filmar. Uno de los grandes retos del cine etnográfico es el acercamiento al “otro”: como representar otra cultura sin caer en condescendencia o en franca explotación. Las tragedias también eluden la capacidad de la cámara para mostrar realidades complejas. ¿Cómo comprender la magnitud de lo sucedido en Haití sin abaratarlo con montajes sensibleros de CNN? En estos días de turismo catastrófico, donde tantos periodistas independientes y activistas se han agenciado pasaje a Puerto Príncipe para sentir el dolor de primera mano (armados con cámaras en sus celulares, prestos a poner el resultado de su solidaridad en Youtube), me ha dado con pensar en Maya Deren. Su documental “Jinetes divinos: los dioses vivientes de Haití” es una respuesta contundente al circo mediático que ha arropado a ese país tras el terremoto. Maya Deren ya era una pionera de la danza y el cine experimental cuando recibió una beca Guggenheim para investigar los bailes asociados al Vudú. Del 1948 al 1954 filmó 18,000 pies de celuloide guerrilla que nunca editó. Sus tomas granosas e inestables muestran a haitianos bailando, entregados a los toques de tambores, contoneándose frenéticamente, poseídos por los dioses. Luego de haber convivido con sus sujetos y participar en las ceremonias entendió que su pietaje sería visto fuera de contexto. Sus poderosas imágenes de jóvenes negros meneándose fuera de control podrían verse como una serie de seres primitivos, inferiores a los del mundo supuestamente civilizado. Las deidades del Vudú, los loa, son jinetes que cabalgan a los bailadores: la danza documentada es el resultado de una intersección entre lo humano y lo divino. No fue hasta el 1985 –veinticuatro años después de la muerte de Deren- que Teji Ito, su tercer y último esposo, editó el material crudo. La pieza final lleva una narración antropológica sacada del texto que Deren publicó sobre sus observaciones. El libro, que lleva el mismo título que el documental, sigue siendo la autoridad definitiva sobre ritos del Vudú en la academia estadounidense. Pero Deren no era una académica, ni le interesaba: era una cineasta. ¿Porqué nunca llegó a concluír un proyecto que obviamente era muy personal para ella? Hay matices que la cámara no tiene la capacidad de captar. Deren tomó la opción radical: ni siquiera intentó el acto traicionero de la representación. En un mundo donde fotos explotadoras de pacientes haitianos circulan por Facebook –puestas allí por unos cuantos boricuas bestiales jugando a ser médicos sin fronterassería provechoso recordar la decisión de Maya Deren. Negarse a representar al otro y su tragedia puede ser la mejor opción: la única que realmente respeta la dignidad del otro. El autor es cineasta luistrelles@me.com
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