En su primera novela, el escritor costarricense-puertorriqueño Carlos Fonseca medita sobre la historia completa del siglo XX y, a la vez, rastrea los pasos de su solitario protagonista, el coronel del título. Un exmatemático sin experiencia militar alguna, este se autoexilia en su hogar en los Pirineos para dedicarle su vejez a un último proyecto.
El coronel que no es coronel le escribe una biografía a escala a la raza humana. En esta, él quiere resumir la totalidad de nuestra historia universal hasta dejar plasmadas en papel tan solo unas cuantas fichas biográficas y citas esotéricas que a cualquier otro parecerían inconexas, pero que a él le destilan la imposible totalidad de nuestra especie a sus elementos primordiales más apasionados. Elegante e intelectual sin ser ampulosa, Coronel Lágrimas desenvuelve sus ambiciones temáticas en el espacio abierto que crea su austera acción al cruzar su propio proyecto narrativo con el histórico de su protagonista.
“Al coronel le gusta la historia […]en forma de maquetas dispuestas para una dulce tarantela”.
La trama completa del texto transcurre en un día de la rutina mundana del coronel ermitaño: él escribe temprano por la mañana, siente hambre, come dulces para engañar el estómago y continúa trabajando. Mientras tanto, el narrador de Fonseca espía esos pocos movimientos y colorea hasta los márgenes con los orígenes del protagonista y una interacción epistolar entre el coronel y un eventual seguidor o apóstol.
El narrador, en todo momento, describe con un cuidado amoroso a su sujeto, monitoreando al coronel como si tuviera acceso a cientos de cámaras de vídeo para velar su día de trabajo archivístico y brindarle al lector acceso a su mundo interior. De tal manera, la novela va poco a poco presentando el proyecto del personaje, añadiendo detalles a la taxonomía de ese hombre que el narrador tilda de genio y caracteriza como excéntrico erudito de motivaciones privadas.
Aunque ostensiblemente la novela es sobre el coronel, éste “no quiere que lo entiendan”, proclama el narrador, “quiere que lo olviden”. Por eso el coronel escribe su versión recolectada del mundo, enfocándose en algunas figuras que encuentra cruciales—unas mujeres que llama divas científicas—buscando “dejarse enredar en la historia hasta ya no poder salir” pero deteniéndose cuando siente la “tentación autobiográfica” para no incluirse.
El espacio que nace entre la ausencia de acciones de un personaje que prefiere borrarse del panorama y la narración pícara que captura lo que queda es dónde yace uno de los principales logros de Coronel Lágrimas, ya que ahí es que se le revientan las costuras a la narrativa con una riqueza de detalles, recuerdos e historias que el estilo particular de Fonseca amasa como apuntes de libreta y repasa varias veces para, como un estudiante doctoral hace con los argumentos de su tesis, sonsacar reflexiones sobre la memoria, las civilizaciones y la pasión.
“Con la tenacidad de una hormiga en celo, se empeña en volverse impersonal, en volverse factual como una piedra, como un dato, como una entrada enciclopédica”.
Después de que la primera mitad de la novela establece su proyecto histórico de doble filo, el del narrador y el del coronel, la trama pierde un poco de momento lineal; sin embargo, esta nunca colapsa bajo el peso de los múltiples temas que explora. La liviandad que mayormente permea el todo de Coronel Lágrimas es gracias a un atinado uso que hace el autor del humor, cualidad que añade un matiz bienvenido a su prosa. Mientras el coronel persigue su raison d’être con el afán que describe la cita anterior, el narrador sugiere las trampas que esconde la historia como disciplina, desinflando de maneras sutiles la pomposidad que el intelectualismo a veces trae consigo.
El único epígrafe que encabeza la narrativa es la primera de varias pistas: con una cita coqueta de Blaise Pascal—pródigo de un molde similar al verdadero matemático francés en el cual el autor basó su protagonista—el texto anticipa al lector que no debe tomarse muy en serio su historiografía autoconsciente. Además, el coronel estará convenientemente conectado, aunque desde la periferia, con muchísimos de los cambios cruciales del siglo XX, desde la Revolución de Octubre hasta la guerra de Vietnam y varios más, pero Fonseca lo mantiene humano.
Coronel Lágrimas es un debut literario interesante e impresionante, y tiene estilo de sobra. Esto último a veces ofusca más de lo que ilumina; sin embargo, como quiera alcanza cimas. Si es lector ávido, haría bien en seguir a Fonseca hasta los Pirineos a ver que le aguarda.