
13 de enero de 2009 Orhan Pamuk ha vivido toda su vida en Estambul. El Nobel de Literatura 2006 -salvo pequeñas temporadas- lleva viviendo más de medio siglo en el “Edificio Pamuk”, inmueble familiar inaugurado un año antes de que él naciera. Quizá, Pamuk es el más famoso estambulí del mundo. Él asegura que su vida no se entendería sin Estambul, en un claro juego de simbiosis apoteósica. Sus fanáticos lectores –a los que se suman historiadores y sociólogos- declaran que tras su libro “Estambul: Ciudad y recuerdos”, la ciudad no se entendería sin el escritor, sin la huella de Pamuk: sus recuerdos, los mitos estambulíes, sus fotografías; su tenue pero constante trabajo de historiador de Estambul. Antes de continuar, debo confesar que no he leído completo “Estambul: Ciudad y recuerdos”, y este artículo de viaje pretende explicar -nimiamente- el porqué de mi decisión. Tanto Vila-Matas como Claudio Magris, grandísimos escritores que han hecho sus nombres ayudados por el arte de viajar, coinciden que las ciudades son viejas señoras y que por eso las pensamos y nos referimos a ellas en femenino. Para mí Estambul es también una señora, por eso busco la otra Estambul. En poco más de la mitad del libro –la parte que he leído- Pamuk narra el Estambul de los 50’s y 60’s, una ciudad ahogada por una intensa melancolía, un tanto pisoteada por el peso de la historia –y si algo tiene Estambul es historia- y por el fantasma de Occidente y lo moderno. Debo decir también que la historia familiar de Pamuk sirven al relato para brindar los tintes necesarios de la existencia de otra Estambul, una ciudad que se levantaba de a poco de las ruinas otomanas, que negaba un poco su religión y que soñaba con ser sede de empresas extranjeras.

Yo buscaba ese Estambul. Esa ciudad que une dos continentes, esa urbe europea que –junto a Ankara- mimetiza el atraso del resto de Anatolia; el Estambul naciente e innovador que tiene en vilo a la Unión Europea desde hace algunos años y que puja por toda Turquía para lograr la membresía. Estambul en invierno. Llueve sin tregua y la brisa matinal te recuerda que estarás todo el día con frío. Veo el Marmara, gris nebuloso en plena tarde, infesto por cargueros –rusos en mayoría- que esperan su turno de cruzar hacia el Mar Negro, me hace dudar y preguntarme si la otra Estambul existe. Miro por fin el Bósforo, el mítico canal que une dos mares y dos continentes; de sur a norte al Marmara y el Mar Negro, y que a su izquierda tiene a Europa y a su derecha tiene a Asia –o viceversa, claro- y recuerdo el significado real de tan elegante palabra: Bósforo en turco significa “cruce de vacas”. El Bósforo parece tragarse todo lo que lo cruza, parece apropiárselo mejor dicho; el Bósforo es tan majestuoso que todo le pertenece a él, que no importa si son puentes y barcos descomunales, o mansiones y palacios otomanos, todo aquello que lo toca es de él y sólo él les da permiso de vestirlo, de ser apenas otro hilo en el viejo y bello traje que viste desde hace ocho mil años, los años que tiene Estambul, la antigua Constantinopla.

Es ahí donde veo la otra Estambul. Más adelante sigue el Bósforo, pero ya veo la “Europa Moderna” (Beyoglu) y la “Europa Vieja” (Eminonǘ) y el Cuerno de Oro; el puente Ataturk, y el Galata. El llamado al rezo en las más de dos mil mezquitas que hay en Estambul me recuerda que estoy en otro mundo, que no es el mío. Aunque más me siento intranquilo por el hecho de que en esta ciudad haya unos setenta Starbucks Rascacielos, mansiones modernas y antiguas, toda la gente local elegantemente vestida, además todo aquel turco que esté relacionado con el turismo o los servicios habla al menos tres o cuatro idiomas. En Estambul hay más de 20 universidades, apenas suficiente para sus 15 millones de habitantes.

En esa otra Estambul, alejada de la melancolía, la tristeza y la miseria, también viven Hagia Sofía, la Mezquita Azul, el Topkapi Palace, el Hipódromo, el Gran Bazar y el Bazar Egipcio. La grandeza y el orgullo histórico de un pueblo, de una ciudad tres veces capital del mundo: del Imperio Romano, del Imperio Bizantino y del Imperio Otomano.

Estambul es una ciudad que en cada rincón, en cada detalle, esconde miles de años y miles de posibilidades. Uno nunca deja de preguntarse si sigue soñando. Estambul debe ser reflejo para muchas ciudades que desconocen o no saben como mezclar su historia con el progreso. En dos charlas amenas me doy cuenta que el progreso y el buen futuro que los turcos esperan para ellos pudiera estar en peligro. Dos contextos internacionales entran en juego: los kurdos y el conflicto árabe israelí.

A los turcos les preocupa que su Gobierno, laico y democrático, les esté dando concesiones a los kurdos. Como por ejemplo un canal de televisión nacional en kurdo y producido por kurdos. Me da la impresión que a los turcos no les preocupan los bombardeos de su Ejército en comunidades kurdas en Irak y toda una campaña de aniquilación. Les molesta que en su Guía de TV haya un canal kurdo. Con el conflicto en Gaza y en la frontera entre Israel y Líbano la cosa es diferente. Me dicen que si Irán entra al conflicto, Turquía se verá obligado a tomar un bando, y que nada bueno puede salir de ello. Peor aún, el buen paso de Turquía se verá mermado y la Anatolia seguirá en la sombra del atraso. El futuro de la otra Estambul, con sus sueños europeos, podría estar jugándose ahora mismo en Medio Oriente.