Eran las ocho de la mañana de un miércoles de febrero y la clase de María Andino comenzó justo cuando paró de sonar el primer timbre del día en la Escuela Superior Isidro A. Sánchez de Luquillo. El tema: la perspectiva de género.
Dio inicio la discusión y el tiempo se detuvo, conspiró a favor de una maestra y un grupo de estudiantes de décimo grado que querían aprender un poco más sobre ese tema, que aún genera fuertes debates entre los puertorriqueños/as.
No hubo currículo que seguir (a pesar de que el Departamento de Educación aprobó hace un año la política pública relacionada a la perspectiva de género). No hubo manuales ni tampoco agendas de control o supervisión envueltas en la aventura educativa. Andino solo respondió al compromiso de promover los valores fundamentales de la educación: la equidad, la igualdad, la justicia.
Los alumnos formularon preguntas, hasta que una estudiante se atrevió decir:
“Las tareas que nos plantean nuestros padres están marcadas por unos roles sociales, porque la sociedad ha establecido que las mujeres tienen que hacer una cosa y los hombres otra. La sociedad dice cómo debe ser un hombre y cómo debe ser una mujer. Eso tiene que cambiar por el bien de todos y todas”.
La maestra, atenta, escuchó y tomó apuntes, como planificando sus preguntas para la próxima visita de padres y madres, como planteándose a sí misma las cosas buenas que no pasan, pero deberían pasar.
Avanzó la clase y se oyó a otro joven decir:
“Detrás de muchas expresiones nuestras y de nuestros padres hay muchos mensajes discriminatorios. En algunos casos, que las mujeres no tienen las mismas libertades que los hombres y, en otros casos, que las preferencias sexuales de una persona la definen como ser humano. Eso no puede ser así”.
A diez minutos de que sonara el segundo timbre, los y las jóvenes compartieron anécdotas personales y relataron algunas experiencias incómodas, relacionadas al asunto de la perspectiva de género.
“Mi mamá piensa que el homosexualismo es una manifestación del demonio”, confesó un joven.
“Mi papá no me deja salir los viernes por ser nena y mi hermano sale los días que quiere porque es varón”, contó otra estudiante.
La mayoría prefirió el silencio en lugar de contar. Pero sus rostros, sus miradas inquietas, sus gestos, se encargaron de decirlo todo. Sonreían, respiraban profundo, reaccionaban a lo que sus oídos escuchaban. Seguramente eso fue suficiente para entender, para crear conciencia.
“Cuando atropellaron a Ivania Zayas en mi casa me preguntaron: ¿entiendes por qué las nenas se quedan en casa cuando cae la noche?”, dijo otra joven.
“Yo no friego en casa, lo mío es cortar la grama, porque mami dice que ese es el trabajo del hombre”, añadió otro estudiante.
Entre cuento y cuento, los alumnos rieron, por eso de ponerle un poquito de color a una frustrante realidad y por aquello de endulzar un poco la desesperanza.
La maestra escuchaba y suspiraba. Tragaba hondo. Al tiempo que digería las palabras, reconocía el triunfo de la educación liberadora. Tras concluir la clase exclamó: “Se cumplió con el objetivo… Pero todavía falta”.
“Esto no es fácil. Ahora vendrá la otra etapa. En la visita de padres me toca explicarles que no le estoy metiendo cosas en la cabeza a sus hijos”, observó la educadora. Y es que al presente, la perspectiva de género continúa siendo un tema de controversia en algunos sectores del País.
“Han venido padres a preguntarme: ¿usted es la maestra que se pasa hablándole cosas extrañas mi hijo/a? Pero les explico y luego entienden que mi tarea solo persigue un compromiso real con los estudiantes”, destacó finalmente.
Aquí otros dos artículos de la serie:
- La perspectiva de género y el nuevo currículo en las escuelas
- Clave el rol de las comunidades en la adopción de la perspectiva de género