La lucha sistemática del arte del siglo XX contra el uso de los medios de expresión convencionales y la consecuente ruptura con la tradición del siglo XIX se inicia en 1916 con en el dadaísmo, según lo ha señalado Arnold Hauser en el volumen IV de su libro Historia Social del Arte. La guerra del dadaísmo, añade este historiador del arte, se erigió contra la falsificación de la experiencia de las formas. De acuerdo a esta apreciación de la significación de los hechos histórico- artísticos, el arte del último siglo tuvo como proyecto principal la renovación del lenguaje artístico. Las nuevas formas de expresión tendrían para los artistas de la vanguardia histórica mejor capacidad para describir los objetos del arte y suscitarían mayor espontaneidad en el proceso artístico. El arte continuó renovándose a través del siglo XX, pero el de reciente creación se ha revitalizado mediante las viejas formas y los medios de expresión del pasado. La pintura, por ejemplo, se reivindica en las obras de algunos artistas, presentándose como un espacio capaz de sugerir contenidos inéditos. La obra de Rafael Vega emplea el lenguaje tradicional de la pintura, no obstante, su interés no reside en representar la naturaleza que nos rodea o una realidad trascendente a la manera de la pintura abstracta de Kandinsky. Rafael Vega pinta el registro o la huella de una realidad física microscópica, ‘unos objetos’ como los quarks y los gluones que sólo apenas fueron descubiertos por los científicos en el siglo pasado. La realidad que describen las ecuaciones de la mecánica quántica, que escapa a los sentidos y con propiedades espaciales que nos asombrarían, es el referente que inspira a este artista. Contrario a la realidad material que puede ser conocida sensorialmente, esta otra, conocida indirectamente por los físicos, resulta imposible tocarla y verla a simple vista. Los átomos, núcleos, quarks y gluones y partículas elementales son el sustrato constitutivo de la materia y de todo lo que existe en el universo. Sin título de la serie System Failure, 2009, lápiz, marcador, acrílico, esmalte y papel de arroz sobre papel. 48″ x 48″. Los científicos para conocer este mundo anti-retiniano, emplean aceleradores de partículas de varios tipos, entre ellos, lineales y circulares que tienen campos electromagnéticos para acelerar partículas a velocidades muy altas. Acelerándolas se puede entender ese micro mundo que encierra gran parte de los misterios del universo. Para ‘ver’, por ejemplo, un electrón es necesario que un fotón de luz choque con él, no obstante, el choque modifica su posición y su velocidad haciendo que el hecho de realizar el experimento por el científico altere los datos de algún modo. En la mecánica quántica se afirma que no se puede determinar simultáneamente y con precisión la posición y la cantidad de movimiento de una partícula dada. Dicho de otro modo, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su cantidad de movimiento lineal o su velocidad. Las colisiones de las partículas subatómicas y sus trayectorias son registradas por detectores y traducidas en gráficas y fotos. La manera indirecta de observar el fenómeno plantea para Rafael Vega una analogía entre el acelerador de partículas y el plano pictórico. En su serie de pinturas titulada Antítopos, lienzos de gran formato, el artista registra, como si fueran detectores, la trayectoria y huella de las partículas invisibles al ojo humano. La pintura de Vega se refiere a una topografía, a un mapa de la realidad quántica. Él comenta que cada lienzo traduce pictóricamente un evento a escala microscópica a una de magnitudes macroscópicas. El trastocar las escalas no sólo implica en la relación de lo pintado con respecto a su referente una alteración cuantitativa, sino también una alteración cualitativa. Sin embargo, los espacios descritos en la pintura de Rafael Vega no muestran los micro-objetos, sino su trayectoria como en los detectores. La pintura equivaldría a las ecuaciones que no tienen resultados experimentales estables. La idea de una unidad subyacente detrás de la diversidad de apariencias que orienta la física contemporánea bajo la Teoría del Todo, recuerda los planteamientos de la filosofía y la religión desde la Antigüedad. En la pintura la imposibilidad de la unidad soñada por la ciencia contemporánea se expresa en la fragmentación del lienzo y en la descripción parcial de las trayectorias de las partículas por líneas blancas que recuerdan los arabescos de Gustav Moreau. Vega, como el científico que remarca los puntos sobresalientes de las gráficas o de las representaciones de los fenómenos naturales, señala con una X los lugares de paso de la trayectoria de los objetos no destinados a desvelarse. Los lienzos de gran formato presentan zonas acumuladas de pigmento y otras en las que se le ha sustraído. Pareciera que el raspar la superficie denotase la aspiración del artista, como la del científico, de encontrar la realidad oculta tras las apariencias. En el insondable misterio detrás de las capas oscuras y gruesas de Antítopos descubrimos un rostro. El misterio nos devuelve las preguntas traducidas en la imagen propia de lo humano. La autora es Profesora de Historia y Teoría del Arte Contemporáneo y Catedrática del Departamento de Bellas Artes, UPR.
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