Inmoral, adictiva y peligrosa son solo algunos de los epítetos empleados a la hora de describir la pornografía.
En los diccionarios de uso común, la pornografía se define como una presentación explícita del sexo con el propósito de excitar al espectador. Esta muestra puede tomar la forma de vídeos, fotografías o escritos, entre otros.
Esta controvertible práctica abarca un mundo lleno de mensajes implícitos, alude a una serie de conductas y en algunos casos funge como una poderosa industria.
Aunque el sexo constituye un acto natural, la pornografía carga con un estigma en términos sociales y legales.
La plataforma actual del Partido Republicano de los Estados Unidos, por ejemplo, considera la pornografía, especialmente la pornografía infantil, como una “crisis de salud pública que destruye las vidas de millones de personas”. El documento, aprobado por los delegados del partido en la convención celebrada en julio, considera que la pornografía es una “amenaza pública”.
Según la doctora Alicia Fernández, esta aversión hacia la pornografía se manifiesta en varias partes del mundo. No obstante, la sexóloga y perito forense entiende que esta práctica debe percibirse como una preferencia individual.
“La pornografía es objeto de juicios, muchos de ellos influenciados por pensamientos moralistas. Sin embargo, es algo que ‘unos disfrutan y otros no. Cada cual decide si quiere verlo o no y es una decisión personal’”, explicó Fernández citando al profesor australiano John De Wit, quien es reconocido internacionalmente por sus estudios referentes a la sexualidad humana y la psicología.
La verdadera desventaja de la pornografía, de acuerdo con la sexóloga, reside en su uso excesivo y las enseñanzas erróneas que pueden transmitir. Según Fernández, estas representaciones visuales generan estereotipos de belleza falsos, como el hecho de que todos los hombres tengan penes grandes y las mujeres ostenten cuerpos impecables. Sin embargo, la pornografía puede servir de aliado tanto para los sexólogos, como para los individuos que recurran a ella.
“El problema principal para el uso incorrecto de la pornografía es la inadecuada Educación Sexual. La Educación Sexual es un derecho de todos los seres humanos que lamentablemente no se cumple ni tiene la aceptación para que se ofrezca en el seno familiar y menos en las instituciones educativas del país por diversas razones (sin fundamentos científicos para ello)”, argumentó la también presidenta del Instituto Sexológico, Educativo y Psicológico de Puerto Rico (ISEP).
Los sexólogos, por ejemplo, utilizan la pornografía como recurso educativo en la medida en que la recomiendan o muestran a sus pacientes con el fin de contribuir a su buen desempeño sexual. Igualmente, para demostrar las inexactitudes y exageraciones de la realidad.
“Se puede utilizar para educar con el propósito de poder establecer que aquellos actos, elementos y otras situaciones presentadas son reales o irreales, dado que la pornografía puede fácilmente descontextualizar totalmente lo que se considera una sexualidad real, sana, responsable y satisfactoria”, añadió.
Difusión por el cine
Los inicios de la pornografía pueden encontrarse en las paredes de Pompeya, Italia, cuyas ruinas aún exhiben imágenes sexuales explícitas sobre diferentes posiciones sexuales.
Revistas como Playboy, Penthouse y Hustler, han contribuido significativamente a su difusión. Sin embargo, ha sido a la industria del cine a la que se le atribuye haberle dado mayor exposición.
Artículos y páginas cibernéticas aseguran que la primera película explícita sexualmente en el cine estadounidense fue Blue Movie (1969), seguida de Mona, también conocida como Mona The Virgin Nymph, en el 1970.
La primera película pornográfica homosexual, además de la primera en incluir los nombres de su reparto y equipo técnico y de recibir una crítica por parte del New York Times, fue Boys in the Sand (1971). No obstante, el mayor auge fue con Deep Throat (1972) y Behind the Green Door (1972).
Estos filmes formaron parte de lo que se conoció como la Era Dorada de la Pornografía. Ese periodo, entre el 1969 y el 1984, fue cuando las producciones cinematográficas sexualmente explícitas recibieron grandes halagos por parte de los críticos y el público general.
En ese tiempo, ver estas películas requería de cierta forma revelar la identidad individual, pues se debía ir al cine. Sin embargo, con la fiebre del VHS en los años ochenta, poco a poco la producción de estas películas se alejó de las salas de cine y se movió a las salas de la privacidad del hogar.
Aunque en Puerto Rico la pornografía es ilegal, se han realizado varias producciones fílmicas de este tipo. Entre las más destacadas, surgidas luego del 2000, se encuentran títulos como Objetivo Porno Vol.1, La Cámara Que Chicha, Reggaeton XXX y eXXXótica, entre otras.
“El Tribunal Supremo ha tirado la toalla”
La pornografía, entendida como conducta obscena, está prohibida en Puerto Rico. La cuarta sección del Código Penal (Ley 146 de 2012) establece que:
“Conducta obscena es cualquier actividad física del cuerpo humano, bien sea llevada a cabo solo o con otras personas, incluyendo, pero sin limitarse a: cantar, hablar, bailar, actuar, simular, o hacer pantomimas, la cual considerada en su totalidad por la persona promedio y, según los patrones comunitarios contemporáneos:
(1) apele al interés lascivo, o sea, interés morboso en la desnudez, sexualidad o funciones fisiológicas;
(2) represente o describa en una forma patentemente ofensiva conducta sexual; y
(3) carezca de un serio valor literario, artístico, religioso, científico o educativo”.
El precursor de este estatuto es el caso Miller v. California, resuelto por el Tribunal Supremo de Estados Unidos en 1973. Este pronunciamiento jurídico amplió datos de los casos Memoirs v. Massachusetts (1966) y Roth v. Estados Unidos (1957). En ellos, se describe lo obsceno como todo aquello que no sea ligado a la libertad de expresión, de la misma manera en que es apalabrado en el Código Penal.
Las reglas del juego aparentan estar estipuladas de forma clara y sin espacio para errores. No obstante, a la hora de ponerlas en práctica los tribunales se topan con dificultades. Para el abogado y profesor Carlos Ramos González, esto se debe a lo trabajoso que resulta distinguir lo sexualmente explícito de lo obsceno, tanto en los tribunales de Estados Unidos como en los de Puerto Rico.
“Esa norma ha dado mucho trabajo de ejecutar por lo difícil que es convencer a un jurado de qué es material que apele al interés lascivo y qué es una expresión de conducta sexual ofensiva; de qué quiere decir que carezca de un valor literario, científico, artístico o político serio; de qué es literatura seria, literatura política, qué es seriedad artística. Como eso es tan difícil de explicar, es muy difícil acusar a alguien con ese delito”, explicó Ramos, quien es catedrático de Derecho Penal en la Escuela de Derecho de la Universidad Interamericana.
Precisamente esta disparidad de criterios en cuanto a qué es obsceno y aquello que no lo es permite la entrada del derecho a la libertad de expresión. Para Ramos, estos casos deben alejarse de la vía penal, respondiendo a lo difícil que ha sido articular una doctrina que permita separar lo sexualmente explícito de lo obsceno.
“El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha tirado la toalla. Esto no se puede controlar por el derecho penal y lo que se debería hacer es que cada estado decida qué hacer con lo sexualmente explícito-pornografía-obsceno por la vía civil. Es decir, si ese material hizo daño, demándelo civilmente y pruebe que fue por la exposición del material”, esbozó.
Cambio en el consumo
El debate entre lo que es obsceno, sexualmente explícito y pornográfico se intensificó con la llegada de la Internet.
“Con la Internet es mucho más difícil, por eso es que casi no se debate el asunto o se hace un poquito menos porque lo sexualmente explícito en Internet es tan abarcador y tan amplio, (que) es incontrolable por el Estado”, expresó el catedrático.
La tecnología, según el profesor, ha facilitado la obtención de este tipo de material y lo ha convertido en algo común. Prueba de esto puede verse en las imágenes sexuales que aparecen en la web al azar, o en la cantidad de páginas cibernéticas que se dedican exclusivamente a la difusión de este contenido y su alto consumo.
La aclamada revista Playboy, por ejemplo, cesó la inclusión de imágenes sexualmente explícitas en sus ejemplares hace un año debido a que se les hacía difícil competir con la publicación de este tipo de contenidos en la Internet. La tienda virtual Amazon, por su parte, cuenta con más de 60 mil artículos de este tipo y catalogados para uso “adulto”.
Según un estudio de Statistic Brain, realizado el pasado marzo, en Estados Unidos los ingresos por el contenido pornográfico en la web rondan los $2.84 billones. Además, se estima que el número de visitantes únicos a este tipo de páginas cibernéticas es de 72 millones de personas.
Con el fácil acceso de la pornografía surgen otros retos y posibles violaciones a la ley e integridad de los individuos, como es el caso de la “pornovenganza”, la publicación de contenido explícito de otros con fines vengativos. Sin embargo, estas imágenes ciertamente cuentan con un atractivo mundial, cuyo paradigma parece desplazarse poco a poco hacia la aceptación —tal vez inevitable— en los distintos ámbitos.
Mira aquí los próximos reportajes de la serie #DetrásdelPorno:
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“Es posible vivir de ser actriz porno, lo que no es posible es amar”
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El filo vengativo de la pornografía