Por: Mariaelena Pérez González
Un día de estrés salí del Departamento de Comunicaciones de la UPR en Arecibo a resolver una de las tantas tareas que tenía en agenda. En el transcurso de mi carrera olímpica encuentro amigos que durante el semestre no había visto. Me contaban sus tragedias en cinco segundos. Tenía que escucharlos, estaban tan concentrados en lo que decían que no veían que llevaba mucha prisa. Por lo tanto, el camino se me hizo eterno.
Finalmente llegué al lugar que quería, reduje la velocidad y de reojo vi a un hombre sentado en uno de los bancos. Tenía una camisa estilo guayabera y con libreta y marcadores en mano dibujaba algo. Me pareció muy curioso, pero continué mi camino luego de pasar por su lado. El hombre me miró y sin conocerme me dijo: “Siéntate ahí (en el banco) que te voy a dibujar”. Con asombro, abochornada comencé a mirar a ambos lados para confirmar que era a mí. “Sí, a usted”, me dijo. Entonces yo pensé: “está loco, ¿no ve que soy una extraña y que tengo prisa?”. Le indiqué rápidamente que venían a recogerme y tenía que irme. ¡Claro!, mientras yo hablaba, a la vez pensaba: “Bueno no está mal sentarme, no ha llegado nadie, además se puede ofender si no me siento y es de mala educación”. En ese preciso momento, expresó: “La prisa no lleva a nada”. Parecía como si estuviese escuchando mi pensamiento. Me sentía confundida, sin saber qué decir y le permití dibujar mi rostro.
Comenzó a hablarme. Las personas nos miraban como si nunca hubiesen visto a dos seres humanos hablar, eso sí, yo parecía estatua de plaza, pero escuchaba su filosofía de vida como una niña cuando le leen su cuento preferido. Reí, le conté detalles de mi vida, le dije que era estudiante de periodismo entre otras anécdotas que no logro recordar. Durante esa conversación que ocurría con un extraño que parecía conocerme como mi mejor amigo, le pregunté su nombre, y resultó que era el artista puertorriqueño Carmelo Sobrino. Me contó: “soy pintor, la exhibición de algunos de mis trabajos serán aquí en la biblioteca”, dijo aludiendo a una exposición que presentaría en la UPR en Arecibo como parte de las actividades del V Congreso de Literatura que se celebraría en esos días. ¡En serio!, fue la palabra más inteligente que se me ocurrió en ese momento. No olvido los ojos y la sonrisa burlona de una persona al escucharme decir semejante “halago”. Honestamente no sabía quién rayos era el pintor Carmelo Sobrino, pero, pasó algo, sentí esa brisa de inspiración periodística, que suele llegar en momentos inesperados y le dije: ¿Hace cuánto tiempo ejerce como pintor? “Ay mija, desde bebé”, me contestó.
Fue impresionante establecer una conversación de diez minutos máximo con un desconocido y conocer de cerca la inspiración de un pintor que vive para apreciar cada detalle en la vida. Descubrí que para él es más importante conocer a alguien en tan solo unos minutos que hacer cualquier otra cosa. Suspirando decía: “el día tiene veinticuatro horas y aunque vayas con prisa o no siempre llegarás a tu destino”. Mencionó que la vida actual es triste porque no tienes la mente para una sola cosa, sino para las veinte mil que te faltan. Te conviertes en un robot que te conduce a olvidar los detalles de observar y oír, sin color, sin líneas, sin risas, sin dolor, ver en blanco y negro. Estableces en tu computadora mental que no tienes tiempo, no hay tiempo, no tengo tiempo, “turn on” de día y “shutdown” de noche.
Sobrino indicó que la capacidad de pensar y crear te la arrebata la prisa. Palabras que escucho retumbar en mi oído día tras día. La realidad es que “todo tiene su tiempo vayas como vayas”, me subrayó. Sin embargo, la vida es un hilo que con el pasar del tiempo va perdiendo su fuerza.
Aunque estés tarde para tu clase, reunión o alguna actividad, no olvides los detalles que pueden cambiar tu vida en tan solo segundos. Observar, oler, sentir, agudizar cada sentido sensorial para tratar de entender y ser sensibles. Incrementar la capacidad de mover mar, cielo y tierra por las personas o por lo que amamos. Mantener latente el recuerdo de una parte fundamental para resolver problemas, escuchar y observar.
La prisa en algunos casos es la causa de estrés o como dijo aquel día el pintor: “Como quiera llegará la muerte sin o con prisa”. Nunca olvidaré los consejos del pintor, cuya vida acoplada a la paciencia y ligereza en la que vivimos ofrece abundantes lecciones, haciendo uso tan solo de una paleta de colores y un pincel.
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La autora es estudiante del Departamento de Comunicación Tele-radial en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo.