Las cámaras integradas a los teléfonos celulares han probado ser herramientas de gran utilidad en la documentación de eventos culturales y en la divulgación de denuncias ciudadanas cuando se suscitan casos de abuso policial e irresponsabilidad gubernamental. Sin embargo, estas mismas tecnologías móviles también pueden representar instrumentos que operan en detrimento de la dignidad humana si se utilizan para propósitos de mofa o con el fin de transformar en espectáculos las tragedias e infortunios de nuestros pares.
La grabación y divulgación de las agresiones físicas entre estudiantes dentro de centros académicos y otros espacios públicos constituyen prácticas comunes que desvirtúan el potencial democratizador e inclusivo de los dispositivos móviles de comunicación. En aras de divulgar contenido capaz de proveer un placer efímero en el ciberespacio, no solo se despolitiza la violencia, sino que se trivializan sus complejidades al otorgarle prioridad a un grupo de imágenes fugaces capaces de trasformar la agresión en una fuente más de entretenimiento.
En respuesta a un incidente reciente de agresión estudiantil en su centro de trabajo, dos académicos del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico en Humacao analizaron el tema de la violencia cibernética en el contexto de la divulgación del vídeo de dos universitarias que pelearon dentro de los predios de la institución. Para los profesores Félix López Román y Viviana Cruz McDougall, la publicación de vídeos mostrando peleas de ciudadanos y otros incidentes de agresión en espacios públicos debe verse como una peligrosa expresión violenta que denota la falta de empatía hacia los pares, al tiempo que invita al receptor del contenido a posicionarse en una supuesta superioridad moral frente a los cuerpos que son sometidos al vilipendio público a través de la Internet.
“Cabe señalar que las situaciones que llegan a las redes sociales generalmente nos presentan solo casos extremos y aislados. Mientras que el acoso y la violencia en las instituciones educativas se manifiesta diariamente, desde lo cotidiano y de múltiples maneras, muchas de ellas sutiles. Se da en las plazoletas, los pasillos, las escaleras, en los baños, el comedor escolar, el estacionamiento, la cancha, pero también se da desde un teléfono celular, una tablet, una computadora, día a día y de noche, durante la semana y fines de semana, fuera del salón y dentro del salón”, expresó Cruz McDougall.
“Hoy día puedes vigilar, intimidar y acosar a una persona con solo un teléfono. Ya sea mediante el texto, audio, foto o vídeo puedes arruinar su autoestima, su reputación, sus relaciones, sus estudios, su carrera y su vida, convirtiéndose esto en una violación de derechos”, añadió la especialista en temas de violencia y acoso escolar.
Las razones que llevan a personas a divulgar contenido violento grabado desde un celular pueden ser diversas. Desde el deseo de reconocimiento por ser líder de opinión cibernética por algunas horas, hasta la aspiración de querer emitir juicios morales hacia sujetos representados como ese “otro violento”, la publicación de este tipo de contenido es un acto consciente y con unos objetivos específicos de parte de su emisor.
“Hay que hacerse varias preguntas sobre las razones para que exista el apetito por los espectáculos de las desgracias. Recuerdo a Guy Debord cuando escribió sobre la sociedad del espectáculo. El espectáculo no es una colección de imágenes, sino una relación social. Sin embargo, aquí son los espectáculos de las desgracias ajenas los que operan como vínculo social. Es casi como un planteamiento tipo circo romano”, opinó López Román, quien al igual que Cruz McDougall, ofrece cursos del Bachillerato en Ciencias Sociales con Investigación y Acción Social.
De acuerdo al sociólogo, el apetito por estos espectáculos del desastre contribuye a fortalecer la imagen de que vivimos en una sociedad en crisis. Son precisamente esas representaciones de la sociedad en crisis las que operan como pretextos para que desde el poder se ejerzan políticas que limitan los derechos civiles y la capacidad de movilidad ciudadana en espacios públicos.
“Me sorprendió la manera en que aumentó la seguridad en el lugar de los hechos. Al contribuir al imaginario de la crisis se activan los dispositivos de seguridad porque se activan zonas de peligro en los espacios urbanos de la universidad”, comentó López Román al señalar la curiosa forma en que un día después de la pelea estudiantil en Humacao aumentó la presencia de oficiales de seguridad en el área específica de los hechos.
De manera que la divulgación de estos incidentes puede tener implicaciones que no solo afectarán la imagen y salud mental de sujetos individuales, sino que además podrían suscitarse consecuencias que operarán en detrimento de toda una comunidad.
Igualmente, se agrava el problema de la violencia al despolitizarla y transformarla en un chiste de pasillo y no en una prioridad que debe ser atendida en las instituciones escolares.
“Los estudios que realicé, aun siendo exploratorios, nos confirman que la situación de acoso y violencia en instituciones educativas en la zona este del país es real, es grave y compleja. Es un fenómeno complejo porque refleja, reproduce y perpetúa las conductas que se modelan la familia, los amigos, la comunidad, los educadores y otro personal de apoyo, los políticos, los medios de comunicación y hasta las iglesias. Y es más complejo aún ya que en la era de la tecnología muchas de las agresiones, se dan como decimos coloquialmente, bajo el radar, en un mundo que no conocemos del todo y en el que estamos totalmente ausentes”, abordó Cruz McDougall al hacer referencia a su trabajo investigativo en la Región Este de Puerto Rico.
López Román coincide con su colega en la necesidad de continuar investigando de manera prioritaria el tema de la violencia en los planteles escolares. No obstante, debe haber una responsabilidad social compartida entre la academia y los medios de comunicación masiva. De acuerdo al sociólogo, la violencia que surge en el acto de divulgar estos vídeos es igualmente ejercida por los medios de prensa que la publican y se lucran de su exposición. Asimismo, son cómplices quienes comparten esta información y aportan a transformarla en un objeto viral dentro del ciberespacio.
“Cuando la controversia pasa a manos del capital se le vacía de contenido político y no se discuten otros elementos como la desigualdad económica, la desigualdad emocional, problemas de género, entre otros. A la misma vez me parece peligroso que no solamente se mercadee la controversia, sino que también la opinión mediática está caracterizada por una moralidad. El que aparece en el vídeo es el malo y eso aumenta el nivel de peligrosidad de ese otro, mientras el espectador se presume desde una posición de mayor moral”, puntualizó López Román.