Esta revolución no será televisada. De todas maneras, mientras Río Piedras ebulle en tensión y violencia, los canales de televisión transmiten talk shows hispanos y repeticiones de CSI. La revolución vendrá por internet. Es una premonición Wachowski. Pero la revolución no tendrá red carpet. Tampoco vendrá con cantos ni consignas que se vienen pregonando desde hace cincuenta años. La revolución dejará de ser una narrativa confinada como antípoda a los intereses del poder. Che Guevara es una marca de jeans y el Che Guevara Club un diseñador de ropa urbana. La revolución será cerebral. Racional. Y vendrá por Internet. La guerra tecnológica ha pasado su estadio de guerra fría.
A la altura de la segunda década del siglo XXI, los autos todavía no vuelan y las aceras no se deslizan hasta nuestros lugares de trabajo, pero el futuro se ha convertido en crónica. Acostumbrados a los foros sociales donde compartimos con miles de desconocidos separados unos de los otros en el espacio físico real y a las salas de charlas, donde somos cuerpos de palabras representados por un screen name, ya podemos hablar de rebeldes cibernéticos e insurrecciones virtuales. Y todo con una inmediatez cotidiana, como la de leer un correo electrónico, informarse por medio de un diario cibernético o leer un e-book. Y como toda historia necesita un héroe, hablo de la aventura de ser Julian Assange.
Assange es todos y nadie y sobre él se publicará un artículo de mi autoría para la Revista Otro Lunes de enero 2011, y cuya idea central anticipo en esta entrada.
Assange es el elegido y es legión. Es la voz de las sombras. Es un hombre y es una idea. Aquí hay un héroe de los que prescribía Joseph Campbell. Neo y el Matrix son reales. La batalla necesita otras armas.
Assange es un conspirador post-colonial. Australiano de nacimiento, sabe lo que es desprenderse del padre: pasó su niñez sin la estabilidad de un hogar fijo, situación propiciada por los tres divorcios de su madre, que a su vez enfrentó batallas de custodia legal del hermano de Assange y las que la obligaron ocultarse de las autoridades por cinco años. Alejado de su esfera simbólica (que es la relación del padre), es casi una condición natural que Assange, antes de su entrega a las autoridades internacionales en Londres, viviera plenamente en el clandestinaje. Así nace un mito.
Desde que WikiLeaks subió al espacio cibernético, Assange y su junta editora (compuesta por la mesa redonda de nueve miembros anónimos y sin paga) han dado a conocer las operaciones ilegales en la Base de Guantánamo en Cuba, el contenido de los correos electrónicos de la charada del “Climategate”, los asesinatos de civiles sin derecho a juicio en Kenya, masacres en Bagdad y hasta información privilegiada de la cuenta de Yahoo de Sarah Palin, entre otras informaciones reveladoras. Es el ciber-jihad. Se ha cruzado el umbral. La guerra queda declarada.
Nada de misiles nucleares ni visión infrarroja; aquí, los Stealth no son aeroplanos de alta velocidad y subrepticia presencia: son ladrones robotizados dirigidos desde un servidor que a su vez es apoyado por un ejército de ordenadores dispersos geográficamente por el planeta. El Pentágono, el gobierno de China, las empresas bancarias y hasta Google son algunos de los objetivos que diariamente reciben ataques de terrorismo cibernético de los que Assange se ha convertido en el caudillo máximo, un Neo en el Matrix, un patriarca José en Egipto, un Bolivar cibernético, si se quiere.
Así, no queda Goliat sin un David.
Esto no es ficción especulativa. El héroe se encuentra en este momento en el estómago de la ballena, en su visita al inframundo, del cual debe emerger más sabio y con el elixir de la vida en mano. El final no ha llegado.
Pero a la larga, una cosa no cambia: la Verdad siempre nos hace libres.
El autor es escritor y profesor en la Universidad de Puerto Rico.
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