Cuando dije digo dije diego y las percepciones públicas sobre el Gobierno y sus acciones no son correctas. La prensa sólo se enfoca en lo negativo y no está atendiendo las cosas buenas que se están haciendo. Hay muchos reporteros que tienen entre manos una agenda partidista y el pueblo tiene que darse cuenta de ello. Antes denunciaban el gigantismo del Estado y ahora cuestionan los despidos de los empleados públicos. En las últimas horas hemos leído o escuchado muchos enunciados parecidos a los anteriores por parte de los representantes de la Administración. En la víspera de la traumática salida de más de 17 mil trabajadores –ahora por angustiosas etapas-, convertidos de golpe y porrazo en población excedente, la lucha por imponer “relatos” y representar simbólicamente la realidad del país en los medios de comunicación es clave. Se trata de la lógica discursiva de las “mediacracias”, donde el debate público se concentra en los medios masivos y los ciudadanos son, en su mayoría, meros espectadores. Tras el acto de avivamiento (“Asamblea de reglamento”) llevado a cabo por el Partido Nuevo Progresista el domingo pasado en Yauco el Gobernador, Luis Fortuño, y el alcalde de dicho municipio, Abel Nazario, señalaron en diferentes medios que el problema no era la crisis sino el modo en que la prensa la cuenta. Por ejemplo, El Vocero publicó el lunes 2 de noviembre una noticia titulada “Fortuño dice que la prensa sólo se enfoca en lo negativo”, que reseña las declaraciones del Gobernador sobre la supuesta poca atención que la prensa le brindaba a los empleos alegadamente creados con los fondos del Plan Económico de Estímulo Federal (el Gobierno dice que son 17 mil). Por su parte, el alcalde de Yauco, Abel Nazario, quizás el principal valedor de Fortuño en estos momentos, se expresó con mucho nerviosismo y atacó destempladamente a los periodistas cuando fue entrevistado esa misma mañana en torno los efectos sociales y económicos de los despidos por el eficaz reportero radial y televisivo, Julio Rivera Saniel, en “Temprano en la mañana” (WKAQ-580). En el fondo, quienes atacan a los profesionales de la información entienden, acertadamente, que la razón principal del poder y de la influencia de éstos radica en su capacidad para definir la realidad a través de las noticias. Por eso en momentos de gran tensión pública uno de los principales “tics” de muchos gobernantes es y ha sido “disparar” contra ellos y, de paso, cambiar el foco de la agenda de discusión. Es el viejo truco de aquellos que en momentos críticos no toleran la participación de intermediarios en la difusión de sus mensajes y que, por el contrario, preferirían que su gestión pública se proyectara según las estéticas de la publicidad y/o el reality show. Modalidades que, por cierto, evocan las estrategias de marketing político de Karl Rove, asesor en comunicación del ex presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Un repaso a la gestión pública y la cobertura periodística del nefasto republicano deja claro que para su gobierno el fin justificaba los medios; que ser cruel era, a veces, necesario en aras del bien común, la seguridad y la riqueza; y que ganarlo todo siempre debía ser el objetivo prioritario. El antes, durante y después de la invasión a Irak nos lo demuestra. Rove es, para todos los efectos, la sombra de Maquiavelo, el discutidísimo autor de El príncipe, porque es evidente que para el estratega estadounidense la mentira era una herramienta legítima para avanzar las agendas de su jefe político, W. Bush. Esto demuestra un terrible resquebrajamiento entre la ética y la política; entre la esfera pública y la privada; entre la moralidad y la llamada “Realpolitik”. Es el triunfo del cinismo. En algunas de sus obras Shakespeare abordó con maestría estos asuntos, siendo “Otelo” una de las piezas en las que mejor interpretó el conflicto entre la transparencia y el secretismo a través del sinuoso y manipulador personaje de Yago. ¿La transparencia es siempre positiva o el secretismo es más rentable? Son algunas de las preguntas inherentes a la gestión de la visibilidad de un político en estos tiempos. Y en ese nudo radica la vigencia de la psique de Yago. Este tenía claro que ser directo y honesto no era seguro ni políticamente conveniente, tal y como lo asumen muchos gobernantes contemporáneos cuando enfrentan el conflicto y la incertidumbre. Peor aun, parecería que, en el fondo, sienten como Yago cuando en un momento del drama éste es consciente de que debe ocultar sus verdaderos deseos tras la máscara de las buenas intenciones : “I am not what I am”. Mentiras y manipulaciones que desafortunadamente laceran la credibilidad y la confianza de la opinión pública en sus líderes.