Las cejas negras del personaje principal se fruncen sobre sus ojos gigantescos mientras se prepara para matar al enemigo. El rayo de energía que está destinado a la criatura monstruosa se va formando entre sus manos hasta que es lo suficientemente poderoso para aniquilarla. Cuando está listo, lo suelta con un grito y salva el mundo.
La descripción es del programa Dragon Ball Z, uno de los primeros contactos que tuvieron muchos jóvenes puertorriqueños con la cultura japonesa. Todas las tardes de lunes a viernes, el Canal 2 transmitía los episodios de la caricatura basada en el cómic de Akira Toriyama. Hoy, muchos jóvenes recuerdan melancólicamente ésta y otras series como reliquias de su infancia. Otros han llevado el interés a otro nivel y las han hecho una parte sustancial de sus vidas adultas, evidencia de la hibridez cultural causada por la globalización.
Fernando, estudiante de Ciencias Naturales en la Universidad de Puerto Rico, ha visto aproximadamente 300 programas de anime, como se denominan las caricaturas japonesas. Sheila, quien cursa su quinto año en Humanidades, tiene más de 100 mangas (cómics nipones) en su cuarto. Rafael, estudiante de lenguas, tuvo un reencuentro con el anime que lo llevó a interesarse en la cultura japonesa y aprender su idioma. Todos estos jóvenes (quienes prefirieron ser identificados sólo por sus nombres en este reportaje) aunque en distintos grados, se pueden considerar otakus.
“Un otaku es un fan de anime. Pero hay distintos tipos. Está la persona que le gusta ver anime, está quien desea ser un personaje de anime, y está la persona que se interesa en la cultura japonesa por medio del anime”, explicó Rafael. Este término surgió en los años ochenta en Japón y, a diferencia de lo que ocurre en Occidente, en ese país asiático muchos lo consideran un insulto.
Allá la palabra, que originalmente se traducía como casa o como un honorífico de la segunda persona, en su mejor acepción les da nombre a los aficionados de cualquier cosa, y en la peor se refiere a una persona enfermizamente obsesionada. En Estados Unidos y América Latina, sin embargo, ha pasado a denominar simplemente a los fanáticos de la animación y cómics japoneses.
Aunque en estas últimas regiones el anime no es nada nuevo –el primero, Astroboy, se transmitió en los años sesenta-, no fue sino hasta los noventa que verdaderamente se formó una subcultura otaku. En Puerto Rico, se ha transmitido anime desde hace décadas, y el manga llegó ya para los ochenta. Sin embargo, la emisión de programas como Samurai X, Ranma ½, Pokémon y Dragon Ball Z durante esa década y principios de ésta ha ayudado a cuajar una comunidad de fanáticos que comparten sus productos, se reúnen en convenciones y se disfrazan como sus personajes favoritos.
Sheila, por ejemplo, muestra con orgullo las fotos de dos cosplays –del inglés costume play– que ha hecho. Ella explica que cada disfraz es un proyecto, donde deben hacer investigación, buscar los materiales adecuados y utilizar modelos para hacer el mejor disfraz posible. “Yo lo hice con Tifa de Final Fantasy (…) Estando en el disfraz me siento poderosa, ella tiene sus kick-ass powers”, expresó la joven. Añadió que estas actividades y los productos relacionados al anime y manga le traen mucha felicidad. “Las cosas que me hacen feliz me gusta mantenerlas activamente en mi vida”, comentó.
En el caso de Fernando, la afición no ha llegado al punto de participar en actividades de cosplay, pero sí se ha vuelto parte de algunas de sus relaciones. “Tenía como una simbiosis con mis amigos al compartir los episodios de las series”. Sheila concordó: “Compartirlo es una de las cosas más importantes”.
“La cultura otaku es algo que se va propagando a través de la palabra. Las relaciones personales dentro del mismo grupo se nutren y transforman a través de esa propagación, del poder de la palabra”, explicó Luis J. Lacourt Colón, autor de la tesis de maestría “La transculturalidad del anime y su integración en Puerto Rico a través del espacio televisivo”.
Todo esto sirve para formar lo que Lacourt define como “una serie de individuos con una serie de características, comportamientos e ideologías que se separan de la corriente cultural popular”, es decir, una subcultura. Según quien hiciera su maestría en la Escuela de Comunicación de la UPR, los otakus constituyen un grupo subcultural por, entre otras cosas, la manera en que se expresan (utilizando mucho el inglés, influencia de las series que han llegado a través de Cable TV), la forma en que se visten, y la manera en que trabajan la sexualidad y el género.
Brincando el charco cultural
¿Pero cómo es que un producto de una cultura tan lejana ha logrado insertarse de tal manera en la vida de algunos puertorriqueños?
Según Fernando, la atracción está en las historias, los personajes y el tratamiento histórico y filosófico que se le da a muchos animes. El primero que le atrajo siendo ya adulto fue la serie Bleach, y le gustó porque “me empezó a enseñar un mundo completo en el cual su filosofía y mitología se mezclaban con la historia”. Pero no todas las temáticas de los programas son tan serias: uno de los manga favoritos de Sheila es Ouran High School Host Club, que trata sobre una estudiante que es confundida con hombre y continúa haciéndose pasar como tal. “Es comedia pura, con estereotipos distintos, con altas y bajas”, expresó.
Los personajes, muchos de ellos héroes imperfectos, son una de las razones principales por las que estos programas atraen tanto. A lo largo de las series, ellos se van desarrollando y cambiando; crecen, como lo hacen los espectadores. Además, según Lacourt Colón, el aspecto de lo queer, “todo aquello que opera fuera de la heteronormatividad”, en los personajes se manifiesta también en los fanáticos al éstos apropiarse de algunas de sus características.
Por otro lado, Lacourt Colón considera que una de las razones por las que este fenómeno se ha dado específicamente en esta generación es que “hay un aspecto bien posmoderno dentro de los contenidos, ese sentido de frustración, escepticismo y cuestionamiento al discurso progresista de la modernidad”.
Además, la accesibilidad de los programas a través de Cable TV y un mayor conocimiento del inglés por parte del público han logrado consolidar su lugar en los televisores de los jóvenes. La “iconografía, formato y estilo” distintivos del manga también han influenciado.
Para Rafael y Sheila, parte del atractivo está en las diferencias culturales. Éstas les han provocado curiosidad y los han llevado a explorar más a fondo la cultura japonesa y averiguar por qué los japoneses tienen ciertas tradiciones o rituales. En el caso de Sheila, ésta comenzó a escuchar música japonesa y de ahí dio el brinco a la música coreana. Su interés por esta última la ha llevado a crear un grupo de baile coreano, y a escribir notas noticiosas en una página de K-pop.
Rafael, por su parte, afirma que los animes han influido sobre su forma de ser: “mucha de mi actitud happy fue adoptada del anime. Por ejemplo, los personajes se insultan cariñosamente y así soy yo con mis amigos”.
Lacourt Colón habla sobre este proceso como “transculturalidad, que es cuando una cultura toma elementos de otro país y se apropia de ellos. Se da a medida que los puertorriqueños toman los productos y los criollizan”. Esto lo hacen a través de sus vestuarios, influenciados por las modas de los personajes, sus expresiones de lenguaje verbal y corporal, sus peinados y sus maquillajes.
Como parte de este fenómeno de transculturación, se adoptan elementos de otra cultura, y se distinguen de la cultura donde habitan, pero, según Lacourt Colón, esto no debe verse como algo negativo. “Uno escoge su identidad. La identidad es algo que en el presente, donde tanto se habla de la globalización, va a estar en constante transformación y cambio. No debemos asustarnos o pensar que estamos perdiendo algo”, afirmó.